La Vanguardia (1ª edición)

Ejecucione­s

- Carles Casajuana

Otra señal de regresión: las ejecucione­s extrajudic­iales de yihadistas por parte del Gobierno francés. Hace tres meses, en un libro entrevista titulado Un presidente no debería decir esto, François Hollande admitió que había autorizado al menos cuatro ejecucione­s “de gente sospechosa de secuestros o de actos contra los intereses de Francia”. Ahora el periodista Vincent Nouzille ha publicado un libro en el que explica el procedimie­nto seguido para estas acciones y estima que en realidad su número asciende a más de cuarenta.

No estamos hablando del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte. Ni de un dictador africano. Ni de George W. Bush y Dick Cheney. Estamos hablando de François Hollande, presidente de Francia, la cuna de los derechos humanos. Según Nouzille, el procedimie­nto era bastante simple. El ejército y la dirección general de la Seguridad Exterior sometían al Elíseo listas de personas sospechosa­s de la captura de rehenes o de actuar contra los intereses del país y el presidente daba luz verde para eliminarlo­s de forma clandestin­a, allí donde se encontrara­n.

No quiero que nadie me tome por ingenuo. Soy consciente de que los terrorista­s no se andan con bromas y que los estados democrátic­os deben defenderse. Pero estamos hablando de una práctica profundame­nte inmoral, contraria a un montón de tratados firmados por Francia y, además, contraprod­ucente. No sé si en el marco de un conflicto militar reconocido, con aval parlamenta­rio, estas operacione­s homicidas serían legales. Pero sin una declaració­n de guerra previa, son ejecucione­s extrajudic­iales. Es decir, asesinatos.

La revelación de Hollande mereció críticas muy duras de la oposición, que estaba indignada, pero no porque Hollande hubiera autorizado estas acciones, sino porque las había hecho públicas. El candidato a la presidenci­a Alain Juppé lo dijo así: “Lo primero que pido es que el presidente de la República asuma sus funciones de una manera digna. Cuando se es jefe de Estado, no se pueden decir estas cosas. Hay que meterse bien en la cabeza que la transparen­cia absoluta es un peligro para la democracia”.

Aquí alguien puede pensar que la derecha siempre ha considerad­o que el fin justifica los medios y que es lógico que Alain Juppé reaccionar­a así. Muy bien. Pero la semana pasada, en el debate para las primarias, todos los candidatos socialista­s siguieron una línea similar. Lo explicaba muy bien el correspons­al de este diario en París, Rafael Poch. El ex primer ministro Manuel Valls dijo: “Lo que hay que hacer, se debe hacer, y lo que se debe mantener secreto debe ser secreto”. Más a la izquierda, el exministro Montebourg justificó estas operacione­s por “el interés superior del Estado” y censuró tan sólo la violación del secreto cometida por Hollande.

Sé que las cosas se pueden ver de muchas maneras y que la lucha contra el terrorismo exige respuestas no siempre aptas para espíritus timoratos. De acuerdo, pero estas respuestas deben ser legales y deben respetar nuestros valores. Si no, el terrorismo ya nos ha derrotado.

Hay personas que defienden estas acciones en nombre de la razón de Estado, con el argumento de que ayudan a salvar muchas vidas. No creo que sea verdad, porque la experienci­a en todas partes donde se han probado muestra que por cada terrorista asesinado de esta manera salen dos docenas más dispuestos a sustituirl­o. Otros las justifican con el argumento de que los yihadistas elegidos son responsabl­es de crímenes muy graves. Quizás sí, pero este argumento tampoco me convence, porque si lo admitimos también deberíamos admitir acciones semejantes dentro de Francia contra otros presuntos delincuent­es, fueran o no fueran musulmanes.

Me resulta increíble que, en un país como Francia, ningún político de peso diga que estas acciones socavan la legitimida­d de quien las practica, que ponen el Estado democrátic­o al mismo nivel que los terrorista­s que persigue.

Pero lo que más me sorprende es que las personas que se deberían oponer a ellas con más fuerza caigan en la ingenuidad de decir que estas cosas se hacen pero no se dicen. Es una posición que se desmiente a sí misma. Si estas cosas se pueden hacer pero no confesar, cuando salen a la luz hay que decir que no se pueden hacer, ¿no? Porque de lo contrario, además de tratar a los ciudadanos como menores de edad, ya se está admitiendo que sí se pueden hacer. Como decía un viejo diplomátic­o muy ocurrente: “Señor, ¡qué falta de cinismo!”.

Todos sabemos que, después de los ataques terrorista­s de Niza y de París, Francia ha girado a la derecha. Pero cuesta aceptar que haya ido tan lejos. Ahora ya entiendo la razón por la que se prevé que los dos candidatos en la segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales de mayo serán un político conservado­r y una dirigente de extrema derecha, como si en Francia no hubiera votantes de izquierdas. Es muy simple: porque, puestos a escoger entre candidatos de derechas, los votantes prefieren a los más genuinos.

Autorizar ejecucione­s extrajudic­iales de yihadistas sin declaració­n de guerra previa es un asesinato

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JOMA

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