Trump rentabiliza su club privado de Florida
Las acciones de Mar-a-Lago doblan su valor en un mes
El mensaje del presidente Trump, por supuesto por la vía oficial de su cuenta de Twitter, dice así: “Cena de trabajo esta noche con el primer ministro Abe de Japón, y sus representantes, en la Casa Blanca de invierno (Mar-a-Lago). Gran conversación”.
Trump hace y deshace sin límites entre el servidor público y el hombre de negocios. Casa Blanca y Mar-a-Lago no casan y su interrelación demuestra, a ojos de los expertos, el conflicto de intereses que caracteriza al presidente de Estados Unidos. Ha hecho de su propia finca un negocio de poder. Sus asesores insisten en que habrá más honorables invitados.
Los periodistas del pool, que son los que dan fe de las actividades del mandatario, fueron encerrados el sábado en un sótano de su club de golf (Jupiter, adyacente a su residencia de Mar-a-Lago). Taparon las ventanas con plásticos negros para impedir la visión exterior y que pudieran tomar fotos o grabar vídeos.
Lo justificaron como un acto de ética. “Esto es un club privado”, señaló un ayudante presidencial para destacar que no hacían publicidad a costa del cargo y que se salvaguardaba la intimidad de los clientes.
Así ya daban por cubierta la separación entre las dos esferas. A diferencia de Barack Obama, que tampoco permitía que se le viera, los miembros del equipo de Trump se encargaron de facilitar las imágenes.
Otros presidentes utilizaron sus propiedades para recibir a dignatarios internacionales. Cómo no recordar el rancho de Geoger W. Bush en Texas, donde se cocinó la invasión de Irak y el presidente Aznar hablaba con acento texano. Mar-a-Lago, un castillo de estilo español, en plena costa dorada, pero es un establecimiento con 126 habitaciones y dos clubs de golf privados.
Su utilización como enclave del Gobierno de EE.UU. potencia su capacidad de atracción y de beneficios. Desde que Trump ganó la presidencia, Mar-a-Lago ha doblado el precio para ser miembro.
La música de una boda se cuela en la sala donde Trump y Abe valoran el último misil de Corea del Norte
Ahora cuesta 200.000 dólares. Los dos matrimonios gubernamentales posaron a las puertas, cerca de donde los clientes aparcaban sus lujosos automóviles Bentley y Rolls-Royce.
“Todo está claramente diseñado para incrementar el valor de su marca y enviar el mensaje a los líderes extranjeros que deben promover las propiedades de Trump si quieren estar en buena relación con el presidente”, señaló Richard Painter, exconsejero de George Bush hijo y experto en ética, a The New York Times.
Hubo otra escena este fin de semana que demuestra la confusión trumpista. El sábado por la noche, cuando a los periodistas ya se les había dicho que ya no habría nada más, trascendió que Corea del Norte había realizado un test balístico. Los informadores fueron convocados de urgencia para una declaración de Trump y Abe.
Ya era un momento más propio para la fiesta que para el trabajo. De camino a la sala, los reporteros se cruzaron con unos novios que celebraban una boda. Mientras Trump y Abe denunciaban la amenaza, de fondo se oía la música de la fiesta nupcial. A la vez que se hacía geopolítica, en la Casa Blanca de invierno se desarrollaban otros actos a beneficio del imperio Trump.
–¡Viva los novios!