El miedo a la orfandad
En la asamblea de Podemos, la grada estuvo voluntariosa y el escenario preocupado. Se notaba en las caras, en los gestos indisimulados, y en los comentarios. Pablo Iglesias despidió el festejo con una faena de aliño, un discurso breve muy de su estilo, de verbo afilado contra Rajoy y la gestora socialista. El dúo que con Ciudadanos forma la que él llama la triple, que no santa, alianza. Pero sólo con eso, la gente no se volvió reconfortada a casa. Siguen las dudas sobre cómo se podrán cerrar las heridas, tras el tiroteo ideológico del precongreso.
La masa social de Podemos sigue persiguiendo su sueño fundacional. Pero la alegría ya no corre igual por el cuerpo. En el 2014 gritaban “Sí se puede” con moral de asalto. En el 2017 volvieron a corearlo, pero en tono de ruego. Dirigido, sobre todo, a sus dirigentes, a los que reclamaron “Unidad, unidad” de forma incesante. La música que cerró la asamblea fue L’Estaca, de Lluís Llach, que ya no es una canción, sino un himno. Pero la pieza elegida hubiera podido ser la de alguna banda sonora de Ennio Morricone.
Y es que si el otoño fue largo y tormentoso para la izquierda en España, el invierno también lo está siendo. Llovía sobre la calle Ferraz cuando el pasado 1 de octubre defenestraron a Pedro Sánchez y también descargaban ayer nubes negras sobre el coso de Vistalegre mientras Pablo Echenique y Clara Serra leían en perfecto dúo de Eurovisión los resultados de las múltiples votaciones que vuelven a encumbrar a Pablo Iglesias.
Cara y cruz de una moneda que explica muchas cosas. A Pedro Sánchez lo echaron los suyos porque llevaba un año tratando de apuñalar a Mariano Rajoy sin acertarle una sola cuchillada, y a Pablo Iglesias le han votado también los suyos para que no se le ocurra enterrar el hacha. Por falta de posibilismo y moderación, en el PSOE echaron a Sánchez. Y por exceso de lo mismo, en Podemos le han doblado –que no partido– la muñeca a Iñigo Errejón.
En la plaza de Vistalegre –y no con la coleta recogida, sino en algún momento al viento, entre los aplausos de los tendidos– el diestro Iglesias recibió al astado a puerta gayola, la rodilla hincada en tierra y el desplante pintado en la cara. Clamaba la grada unidad, pero la asamblea se cerró con notables incertidumbres. Hace ya tiempo que Errejón tomó la alternativa, pero ayer salió corneado. ¿Podrá seguir siendo el portavoz en el Parlamento?, se preguntaba el respetable. Si Antonio Hernando (PSOE) ha podido –se contestaban algunos– por qué no va a poder Errejón.
El debate de Podemos confirma que el mundo se puede entender leyendo la Biblia y a Freud. La historia de Occidente habría podido cambiar si el ángel no llega a detener la mano de Abraham. Alguien hará lo mismo con Pablo Iglesias, que no podrá degollar a Íñigo Errejón, aunque políticamente no le faltaran ganas. Por la misma ecuación, Iglesias le debe su confirmación no sólo a su apuesta por “la gente” y la calle, sino también a su juventud como líder. Podemos es demasiado joven como para no sentir miedo a la orfandad y dedicarse ya a matar al padre.