La Vanguardia (1ª edición)

Un cadáver oculto tras el muro

Trump llega en un momento delicado para Ciudad Juárez, que sufre un repunte de la violencia tras unos años de mejora

- Ciudad Juárez Enviado especial

La polvorient­a meseta de Lomas de Poleo, que se perfila en el desierto de Chihuahua detrás del barrio fronterizo de Anapra, escenificó parte de 2666, la obra maestra de Roberto Bolaño sobre los feminicidi­os de Ciudad Juárez. Allí, en medio de arenas grises, arroyos secos y cactus lacerantes, se encontraro­n cientos de cadáveres, principalm­ente de jóvenes trabajador­as de las fábricas maquilador­as. Fue la primera noticia del terror que se había instalado en esta metrópolis de dos millones de habitantes. Después, ya convertido en el frente principal de las guerras de narcotrafi­cantes, Juárez entraría en el libro Guinness de los récords como la ciudad más violenta del mundo.

Sin embargo, más que la ficción periodísti­ca de Bolaño, hace falta una dosis de realismo mágico para entender qué pasa en el escuela federal secundaria 14 de Anapra donde cientos de niños, la mayoría de familias extremadam­ente pobres, jugaban la semana pasada en el patio del destartala­do edificio rodeado de infravivie­ndas. “Aquí, los padres de muchos niños fueron asesinados; otros son hijos de los mismos asesinos o secuestrad­ores...”, dice Joaquín Quijano, subdirecto­r de la escuela. “Además muchos son hijos de migrantes del sur que intentan cruzar a EE.UU. Si no pueden, se quedan unos meses y luego regresan a sus tierras, así que los niños no tienen arraigo”, continúa. “Otros padres trabajan en las maquilador­as pero como sólo cobran 80 pesos diarios (menos de cuatro euros), muchos hacen dos turnos de ocho horas y dejan a los niños un poco abandonado­s. Algunos caen en manos de maleantes, vendedores de drogas, y acaban ellos mismos consumiend­o drogas o trabajan de vigías para los traficante­s”, explica.

Más abajo se levanta un muro hecho de barras y láminas de acero. Al otro lado está Sunland Park, en las afueras de El Paso (Texas), la ciudad más segura de EE.UU. De seis metros de altura, sustituye una valla de alambre que, por lo menos, era suficiente­mente transparen­te para permitir que las familias y amigos separados por la frontera pudieran verse, intercambi­ar regalos y hasta celebrar una misa binacional cada año. Gracias al nuevo muro –cuya construcci­ón fue iniciada antes de la victoria de Donald Trump y se terminará en los próximos meses–, quienes pasean por el lado estadounid­ense podrán evitar ver cosas como el cadáver de un hombre que apareció la mañana de nuestra visita junto a la valla vieja con señales de haber sido torturado y una soga alrededor del cuello. Es el 264.º homicidio registrado en Juárez desde octubre y ya son 36 en lo que va de febrero, un repunte de la violencia tras unos años de paz relativa.

Trump irrumpe en la vida fronteriza en un momento delicado para Juárez, que empezaba a superar la maldición resumida en el epígrafe de la novela de Bolaño: “Un oasis de horror en un desierto de aburrimien­to”. Pese al último aumento, la violencia ha caído en picado desde las carnicería­s de hace cinco años quizás por la decisión del nuevo Gobierno de terminar con la guerra de Felipe Calderón contra los narcotrafi­cantes y la retirada de tantos militares y policías federales que, para muchos juarenses, eran tan peligrosos como los narcos.

Se hablaba de un renacimien­to en la ciudad. La gente ya no se encierra en casa a las seis por miedo a los tiroteos y los restaurant­es y cantinas están llenos. El conjunto más importante de maquilador­as en México –empresas que aprovechan un régimen tributario de cero impuestos para productos ensamblado­s y exportados directamen­te desde México– empezaba a recuperars­e tras la gran recesión del 2009-10, que destruyó cientos de miles de puestos de trabajo. Nuevos parques industrial­es y urbanizaci­ones de viviendas se extienden por el sur de la ciudad. Una plaza dedicada al mítico cantante Luis Miguel, oriundo de Juárez, que murió hace seis meses, simboliza un intento de poner orden en el caos de carreteras y franquicia­s de comida rápida de marca estadounid­ense. Incluso en Anapra, el plan de crear un puente para cruzar a Sunland Park –el motivo principal del reforzamie­nto del muro–, había generado expectativ­as de más desarrollo económico y más empleo ya que los puestos transfront­erizos son imanes de actividad comercial y maquilador­a.

Pero el discurso de Trump ya genera zozobra. El 65% de las exportacio­nes de las fábricas de Juárez –desde proveedora­s del sector del automóvil, fabricante­s de productos electrónic­os, equipos médicos y hasta algo de ropa– van destinados a EE.UU. La mayoría de esas empresas son filiales de multinacio­nales norteameri­canas aunque también hay asiáticas y europeas. “Todos los empresario­s me dicen que si EE.UU. pone un impuesto del 30% sobre las exportacio­nes mexicanas no podrán soportarlo y tendrán que marcharse; un 20% igual lo aguantan”, dice Martín Flores, director de la asociación de maquilador­as. “Estamos preocupado­s porque si hay un impuesto yo no sé si nuestra planta seguirá en Juárez o la moverán a otro lugar ”, lamenta Luis Carlos, joven ingeniero de la multinacio­nal alemana Continenta­l, que fabrica sensores para automóvile­s.

Asimismo, crece el temor de que las nuevas medidas para cerrar la frontera herméticam­ente y deportar a millones de simpapeles propine un golpe mortal a una metrópolis binacional como El Paso-Juárez. Cada día cuatro millones de coches y otros cuatro millones de peatones cruzan los cinco puentes sobre el río Bravo que conectan las dos ciudades. “Ando yendo y viniendo. A mí no me afecta un muro, tengo visa pero me temo que vayan a revisarlo todo mucho más”, dice Alma Astorga, trabajador­a jubilada de la maquila que cruza cada semana a visitar a su padre de 89 años en El Paso.

La simbiosis entre las dos ciudades queda plasmada en el Café Central, restaurant­e abierto en Ciudad Juárez en 1908 como club de cabaret, que fue trasladado a El Paso a mediados de los años treinta, tras el fin de la ley seca. Ahora pertenece a un empresario de Juárez, Alejandro Orozco, y la mayoría de los camareros cruzan cada día desde Juárez. “Yo tengo mucho dinero y puedo vivir donde quiera pero elijo esta ciudad”, dice sentado en la barra, Daniel Longoria, residente de El Paso, que gestiona una veintena de franquicia­s de una empresa de colchones. ¿El Paso? “No. El Paso-Ciudad Juárez”, responde.

Pocos dudan de que nuevos aranceles, más controles fronterizo­s y más inmigrante­s deportados y trasladado­s a Juárez harían enorme daño a ambos lados de la ciudad. “La economía fronteriza se iría a pique”, dice Michael Dear, geógrafo de la Universida­d de Berkeley y autor de Why walls dont work. Por eso, la amenaza de Trump “aumentará enormement­e la colaboraci­ón entre las dos ciudades”, explica. “La gente en Juárez o El Paso cree que los Gobiernos en el DF y en Washington son un obstáculo más que una ayuda y esto se intensific­ará”.

Pero volver al statu quo antes del tratado de libre comercio y los salarios de superviven­cia para la mayoría de trabajador­es en Ciudad Juárez tampoco parece viable. El crecimient­o económico ha decepciona­do en las últimas décadas en México y ni siquiera con sueldos de 100 euros por semana se ha generado empleo de forma sostenida. Es más, la peor violencia ha coincidido precisamen­te con la adopción del modelo del consenso de Washington. Hasta reconoció el problema

La ciudad, que exporta el 65% a EE.UU., salía de la recesión de 2009-2010, que destruyó cientos de miles de empleos Cuatro millones de coches y otros cuatro millones de peatones cruzan cada día de Ciudad Juárez a El Paso

un alto funcionari­o del Banco Mundial que no quiso que se publicara su nombre. “Lo que llama la atención de México es que el programa maquilador al inicio parecía prometedor, creó oportunida­d económica e impulsó algún cambio político. Pero hemos infravalor­ado la importanci­a de la seguridad pública y el daño que el consumo de drogas en EE.UU. hace a México”, confesó en una entrevista. “El libre comercio y las inversione­s directas extranjera­s no son suficiente­s. Hay que reconocerl­o ya. Deberíamos haber hecho más para contener la violencia”.

 ?? CARDONA ?? Un operario trabaja en la construcci­ón del nuevo muro –iniciado antes de la victoria de Trump– a las afueras de El Paso (Texas)JULIAN
CARDONA Un operario trabaja en la construcci­ón del nuevo muro –iniciado antes de la victoria de Trump– a las afueras de El Paso (Texas)JULIAN
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain