Los ucranianos de Nausicaa
Así son las personas a las que ayudan el Ayuntamiento y las entidades sociales cuando quedan fuera del paraguas del plan estatal de acogida
Odiseo superó mil peligros, la amenaza de los cicones, los lotófagos y los cíclopes, los hechizos de Circe, el viaje al Hades y el canto de las sirenas, pero jamás hubiera podido regresar a Ítaca de no ser por Nausicaa. En su último naufragio, el personaje inmortal de Homero llega a las costas de los feacios, donde un encuentro casual con la hija de los reyes Alcínoo y Arete le salva del desastre y le permite regresar por fin a casa. A su casa. Cuando los Odintsov, Roman y Tatiana, de 33 y 32 años, piensan en su casa de Ucrania recuerdan una vivienda amplia, de más de cien m2, con garaje y un jardín en el que crecían las flores, dos manzanos y un peral. Vivían en Donetsk, en el barrio de Octabrsk, cerca del aeropuerto. Hoy no queda nada de eso. “Ya no tenemos nada”, dice Roman. Y Tatiana –las madres, siempre las madres– le corrige: “Sí, tenemos a Kypylo”. Kypylo es un niño feliz de 10 años, que habla perfectamente castellano, se defiende en catalán y no tiene pesadillas.
Roman y Tatiana, sí. A veces sueñan que están todavía en Ucrania y tienen miedo de que su hijo pise una mina. O de que haya un bombardeo aéreo. O de que aparezca alguien armado y gritando. Se despiertan y entonces recuerdan que las bombas arrasaron el jardín, destrozaron los fru- tales y la casa. Aunque la guerra en este país no suscita la atención mediática de otros conflictos, Ucrania se ha convertido en el avispero del Este. “Muchos vecinos, sin dinero para viajar, murieron. La violencia te acostumbra a algo a lo que nadie debería acostumbrarse: a perder amigos y conocidos. Es el mundo al revés. En según qué zonas de nuestro país a veces cuesta más conseguir una barra de pan que un arma”.
Él tenía una empresa de instalación de aire acondicionado que daba trabajo a cinco personas. Ella era dependienta. En los buenos tiempos podían hacer turismo: Turquía, Egipto… También soñaban con veranear en España, pero nunca se imaginaron que llegarían como refugiados, sin posibilidades de un retorno inmediato y huyendo de la muerte.
Primero viajaron a Polonia y desde allí, el 13 de noviembre del 2013, a Pamplona, donde pidieron asilo. Los enviaron a un centro de acogida de refugiados en Madrid, en el que vivieron seis meses, y luego a un piso en Móstoles, donde podrían haber estado un año, pero tres meses antes de que se cumpliera el plazo la familia se marchó a Barcelona porque Tatiana halló aquí un trabajo, inicialmente en una empresa de limpieza y luego en otra de catering, que le ofrece mejores condiciones y que valora mucho el diploma de cocinera que obtuvo durante su estancia en Madrid.
Que no sólo tenga un empleo, sino que incluso haya progresado, dice mucho de ella y de su tesón. La tarde de la entrevista, él también llegó muy feliz a su nueva casa, un minúsculo y modesto pero pulcro entresuelo del Carmel: había culminado un curso y aprobado un examen para poder trabajar como carretillero. Pronto será un torero y cuando se extrañe, su hijo le explicará que así se llaman aquí los conductores de las carretillas, o toros, y no como le han enseñado en el curso.
Estos modernos Odiseo, Penélope y Telémaco también han superado mil peligros y son un ejemplo de inserción social, pero Ítaca todavía queda lejos. ¿Podían haber seguido el viaje solos? El Ayuntamiento (y el sentido común) dice que no. Por eso Barcelona ha creado el programa Nausicaa, en colaboración con entidades sociales como la Fundació Benallar, que ha cedido uno de sus pisos a esta familia y que este año tiene previsto prestar este tipo de ayuda a 15 personas más.
Otro matrimonio de Ucrania, licenciados universitarios y a quienes los Odintsov conocieron en el centro de refugiados de Madrid, también vive en un piso de esta entidad. “Nuestro principal motor es el voluntariado”, explican Sergi Noguera y Mercè Bros, director y coordinadora de la Fundació Benallar. Esta es una de las organizaciones altruistas que resultan indispensables para que el Ayuntamiento impulse esta iniciativa, con un presupuesto para el 2017 de 1.135.000 euros.
A finales de febrero, habrá 81 plazas disponibles. A finales de año, cien. Las personas acogidas en la actualidad en estos pisos son de hasta 10 nacionalidades diferentes. La más numerosa es la ucraniana, con once refugiados, seguida por la siria, con seis. La última imagen que algunos de ellos tienen de su país son árboles destrozados y humeantes. Por eso quieren echar raíces aquí.
“Ya no tenemos nada”, dice Roman; y Tatiana le corrige, como todas las madres del mundo: “Sí, tenemos un hijo” “En según qué zonas de nuestro país cuesta más encontrar una barra de pan que conseguir un arma”