“Corremos el riesgo de descarrilar”
El expresidente de las Cortes Landelino Lavilla analiza los frutos de la transición en un libro sobre pasado y presente
Landelino Lavilla (Lleida, 1934) acaba de publicar un libro titulado Una historia para compartir, en el que evoca y reivindica el primer año de gobierno de la UCD, a medio camino entre las memorias y el alegato en defensa de la Constitución y el periodo constituyente.
Quien era presidente de las Cortes el día que Tejero entró en el hemiciclo pistola en mano lanza ahora una advertencia. “Corremos –dice– el riesgo de descarrilar”. A su juicio, España ha entrado en una fase revisionista en la que se cuestionan demasiadas cosas porque no se valoran lo suficiente. En parte, por eso ha escrito su libro. “El descarrilamiento puede producirse –explica– si volvemos a fases históricas que creíamos superadas”, en las que “en cada campaña electoral se proponían cambios de fondo, nuevas constituciones y otras reglas del juego”.
Catalunya ocupa, desde luego, un lugar principal entre sus preocupaciones. Considera que el tren empezó a salirse de la vía “en la etapa del tripartito y del presidente Zapatero”. Pero luego, añade, “se han ido acumulando los errores, y hay muchas responsabilidades compartidas”.
“Todo fue mal”, dice, porque la reforma del Estatut no se hizo con el consenso necesario; más tarde “estuvo cinco años en vigor y el Tribunal Constitucional tardó todo ese tiempo en hacer una sentencia”. Luego, mientras desde Catalunya se empezaba a abogar por el derecho a decidir, explica, “aquí se producía una especie de despreocupación, un ya se verá”.
El resultado evidente es que “se ha desembocado en una situación en la que todo ese proceso de adaptación, en lugar de congregar voluntades que trataran encarrilar, concordar y armonizar, ha llevado a una dinámica en la que se van radicalizando las diferencias”. En cambio, “en un proceso bien pensado y dirigido, y no improvisado, nada se hubiera hecho así”. Añade que “se ha colocado al país en una situación incómoda, y más que incómoda, peligrosa”.
Ahora no es que no pueda, es que no quiere imaginarse una Catalunya separada del resto de España. “Hay cosas –dice– para las que mi imaginación se esteriliza. Hay en ello una mezcla de convicciones y sentimientos”. Lavilla hace estas afirmaciones con especial vehemencia y un punto de desasosiego. Al hablar de esa hipótesis, dice, “mi realidad vital se resiente”.
De esa realidad y experiencia surge la defensa que el expresidente de las Cortes, hoy consejero permanente del Consejo de Estado, hace del sistema. En su libro, Lavilla repasa el periodo en que se empezó a construir ese andamiaje. “Había que consolidar en España –dice– un espíritu constitucional” y con ello “acostumbrar un poco la conciencia del a que tenemos un orden estable de convivencia que no está sujeto a los vaivenes de la política”. El autor reivindica aquella etapa no sólo desde la perspectiva histórica, sino por la validez que a su juicio siguen teniendo los pilares de un edificio que, dice, puede y seguramente debe ser remozado, pero no rehecho, y mucho menos demolido.
El propósito de la obra, explica, es “dejar testimonio” de cómo se inició la transición, un periodo en el que se hicieron “cosas arriesgadas, con firmeza, pero al mismo tiempo con prudencia”. Recuerda que en uno de los primeros Consejos de Ministros, en septiembre de 1976, el teniente general Gutiérrez Mellado, vicepresidente del gobierno, lanzó una mirada circular a los presentes y luego le dijo: “Oye, Landelino, y en esto, aparte de nosotros dieciocho, ¿quién está?”.
Han pasado cuarenta años largos. La imagen de Gutiérrez Mellado –el militar que se enfrentó al golpista Antonio Tejero en las Cortes– preside la estancia en la que discurre la conversación. La reproduce un gran óleo en una de las salas de juntas del Consejo de Estado, el principal órgano consultivo del
“El descarrilamiento se puede producir si volvemos a fases históricas en las que en cada campaña se pedía nuevas constituciones”
“No me puedo imaginar una Catalunya separada de España; hay cosas en que mi imaginación se esteriliza, por convicción y sentimientos”
Gobierno. El Consejo informa sobre los proyectos más relevantes y ha realizado varios dictámenes sobre el pulso legal que el Ejecutivo mantiene con la Generalitat en relación con las iniciativas soberanistas. El propio Lavilla ha tenido un papel clave en la redacción de esos informes.
Pero enseguida explica que con dictámenes y resoluciones jurídicas no basta para afrontar y resolver los problemas de la relación Catalunya-España. “Hablo con mucha gente –explica–, y siempre surge la pregunta de ¿y tú qué harías? Yo creo que para hacer frente a estas cuestiones hay que contar en todo momento con gente de primer nivel, con pesos pesados, como se ha hecho ahora al encargar las iniciativas de diálogo a la vicepresidenta del Gobierno. Habrá que ver los resultados, pero en todo caso hay que saber utilizar las piezas, para que una vez que haya voluntad de arrancar bien, que estén al nivel debido para hacerlo”.
En el orden general del país, Landelino Lavilla tiene muy claro que carece de sentido abrir en España una fase de cambios radicales, porque “tenemos una Constitución que funciona, que es razonable, y si algo hay que reformar y retocar, que se pongan y que vean en qué hay que hacerlo”. La Constitución –prosigue– “no es un texto bíblico, sagrado ni petrificado; su utilidad reside en su capacidad de presidir ordenadamente los cambios que la sociedad necesite”. Por tanto, “cambio, sí, pero cuando se empuja para descarrilar es cuando se empieza a hablar de periodo constituyente”, porque “ya hicimos uno que funcionó, y tenemos una Carta Magna capaz de dar respuestas a los problemas que se plantean, si hay voluntad de hacerlo”. Y añade muy convencido: “Lo equivocado es el discurso de negar lo que se hizo e identificarlo con la vieja política”.