Premi d’Amor a les Lletres Catalanes
Isabel-Clara Simó decía al escritor Bru de Sala que no se sentía querida ni valorada literariamente. Le habían dado el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes y le habían llovido las críticas. Por eso pidió a Bru de Sala que saliera al escenario el día de la entrega del premio para hacer el discurso de elogio. Bru de Sala cumplió su palabra. Dijo que al principio el canon de la literatura catalana se hacía por lo alto y que hubo un momento en que se empezó a valorar por lo bajo. “Me lo dijo Pere Calders el año de Antaviana: ‘Hasta ahora me habían infravalorado, a partir de ahora me sobrevalorarán’. Y sus palabras se cumplieron”.
Isabel-Clara Simó tiene por lo menos cuatro novelas muy buenas, y me quedo corto, vino a decir Bru de Sala: “A un autor hay que valorarlo por el conjunto de su obra”. Y puso el ejemplo de si a Cervantes le hubieran valorado sólo por Los baños de Argel. “De las 10.000 páginas de Josep Pla, sólo son buenas 3.000”, concluyó.
Los Premis d’Honor, creados durante la resistencia más ardua contra el avasallamiento del franquismo, tienen varios problemas. Uno de ellos es la sonrojante diferencia entre hombres y mujeres. En 49 ediciones, sólo cinco mujeres: Mercè Rodoreda, Teresa Pàmies, Montserrat Abelló, Maria Antònia Oliver y ahora Isabel- Clara Simó. Si antes había discriminación sin miramientos, tanta desigualdad hace ahora aconsejable ponerle remedio cuanto antes. Este cronista propondría un posible punto de partida para el debate: el año que viene es el 50.º aniversario de los premios y la ocasión favorece una gala extraordinaria para una medida extraordinaria: premiar de golpe a todas las mujeres escritoras y científicas de la lengua que no tuvieron el premio, ya sea porque murieron jóvenes –Monserrat Roig o Maria Mercè Marçal– o porque el galardón no se había creado aún –Caterina Albert– o porque sencillamente el trabajo intelectual de la mujer no era tenido en cuenta. Pero, claro, entonces saldría el caso Pla. Ayer, mientras Carles Puigdemont y Santi Vila se hacían las fotos con el presidente de las Corts Valencianes, Enric Morera, y la premiada, un escritor con ganas de sorna comentaba que a duras penas llegaría a ser premiado antes de que el 49 a 5 se equilibrara.
Las envidias entre literatos se evitarían si se deja de hablar de cuotas; si no, al Premi d’Honor de les Lletres Catalanes se le acabará llamando Premi d’Amor a les Lletres Catalanes. Porque de eso se trata. De amor a la lengua, más que a la excelencia literaria o el callado esfuerzo científico de los lingüistas. La inmensa mayoría de la gente que atestaba el Palau de la Música Catalana pertenecía a la valiente generación que mantuvo viva la lengua a pesar de la censura, las multas y las visitas a comisaría, como le sucedió a Isabel-Clara Simó cuando estaba al frente de la revista Canigó. Más aún en Valencia, donde los complejos de los que hablaba Pierre Vilar están a flor de piel.
El resto del acto fue un mitin. Jordi Cuixart reclamó que el catalán fuera lengua oficial de la Unión Europea, aplaudió la declaración de Palma, la reconstrucción de un entramado común entre tierras de habla catalana, y enardeció al público cuando citó la multa de 240.000 euros impuesta a Òmnium. “Franco nos ilegalizó en 1967 y tenemos más de 63.000 socios. El Estado español no podrá con nosotros”.
Isabel-Clara Simó mantuvo el tono. “Si todos estamos convencidos de que queremos la libertad, no nos parará nadie”, aunque horas antes había hecho unas declaraciones en que decía que “un referéndum no es tan fácil ganarlo”.
El acto acabó con un unánime grito de independencia, coreado por todo el teatro.
El 50.º aniversario del premio sería una gran ocasión para premiar a todas las mujeres que no lo tuvieron