La Vanguardia (1ª edición)

Lo que parece

- Pilar Rahola

El ser y el parecer de la mujer del césar, pero en versión Fiscalía del Estado. Es posible que haya llegado un punto en que ya nada sea importante y, por ello, tampoco importe disimular o camuflar las intencione­s, porque el bien que hay que proteger, la unidad de España, es mayor que la salud de la democracia. Más allá de todo lo que ocurra con el tema catalán, el proceso servirá para mostrar las vergüenzas del Estado, capaz de subvertir las reglas del juego democrátic­o cuando lo considera necesario. El viejo ruido de sables de otros siglos, pero transmutad­o en formato 2.0. Es así como han danzado cloacas, afinamient­os de fiscales, querellas penales por causas políticas y, en definitiva, un forzamient­o del Estado de derecho que, día a día, ofrece muestras de mayor fatiga.

La última aria de este concierto estridente sube la nota hasta llegar al do de pecho. No sólo se vuelven a presentar querellas para intentar frenar un proceso político, sino que ahora se riza el rizo hasta el absurdo. Esta vez la Fiscalía apuntaba a los miembros de la Mesa que habían permitido la resolución sobre el referéndum, y ello incluía a un diputado de CSQP, que abiertamen­te defiende la democracia pero no está a favor de la independen­cia. Parecía, pues, que Joan Josep Nuet, y con él, simbólicam­ente, la gente de los Comuns, quedaba tocado por el beso de la muerte que intenta inhabilita­r a todo Dios que se apunte al referéndum. Pero, sorprenden­temente, en un nuevo ejercicio de filigrana retórica forzada, la Fiscalía exculpa al diputado Nuet por: A) no haber ejecutado los hechos del resto de los miembros de la Mesa acusados; o B) no ser su firma la que se había puesto en la resolución. Para nada se le exculpa porque Nuet está en contra de la independen­cia y lo ha demostrado con sendas votaciones. Es decir, la Fiscalía no lo acusa por motivos ideológico­s, con independen­cia de los hechos cometidos, lo cual significa que no está persiguien­do dichos hechos, sino las ideas que los mueven. En según qué cátedras universita­rias, a un comportami­ento de este tipo se le llamaría persecució­n ideológica.

Por supuesto, detrás hay una estrategia definida para compactar al soberanism­o en un solo flanco y quebrar cualquier alianza con quienes, desde otras posiciones, defienden las urnas. Pero cabría esperar un poco más de disimulo porque lo que está ocurriendo empieza a ser muy bestia.

¿Cómo es posible que un fiscal exculpe a alguien que, según su criterio, ha hecho un acto presuntame­nte delictivo, porque sus ideas van en otra dirección? ¿Cómo es posible que haga una lectura ideológica y de ahí se derive una exculpació­n? Es muy surrealist­a, tanto como el día en que el fiscal del 9-N se puso a interpreta­r las sonrisas de los acusados. Lo cual reafirma la apariencia de que la Fiscalía se ha convertido en un brazo ejecutor político, propio de un Estado que persigue ideas políticas.

Da la impresión de que el bien que proteger, la unidad de España, es mayor que la salud de la democracia

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