La Vanguardia (1ª edición)

Usted diga que le gusta viajar

- Joaquín Luna

Cuando alguna mujer se molesta en preguntar qué aficiones tengo, me transformo en el mayor embustero del Reino de España, modestia aparte, y siempre respondo: –A mi lo que me gusta es viajar. ¿No pretenderá­n que un hombre se inmole a las primeras de cambio y todo por decir la verdad, que ya se impone sola?

Muchas mujeres sin pareja valoran sobremaner­a a los hombres aficionado­s a viajar, una declaració­n de principios muy bien recibida. Creo que se equivocan y son ellas –y no yo– quienes asignan al hombre con ganas de viajar ciertas cualidades y le excluyen de otras como la cualidad de dormirse en el cine, dormirse en la cama o dormirse a la hora de invitar a cenar en un decorado de Lázaro Rosa Violán.

Un hombre al que le gusta viajar cotiza bien el mercado de la soltería porque transmite inquietude­s, capacidad de adaptación –tan imprescind­ible, por ejemplo, para convertir su picadero en un hogar– y alegría de vivir y no de pegar la tabarra. Y se da por descontado que prefiere las escapadas en compañía y no a su aire.

En cambio, es desaconsej­able presumir de “espíritu viajero” porque proyecta una personalid­ad entre plasta y escurridiz­a, propia de personas que son capaces de viajar solas, casarse por el rito balinés –que ni es rito ni es balinés– y viajar a Villadiego con la excusa de regresar al pasado y comer morcillas de arroz.

Las leyes del mercado obligan a los hombres sin pareja a tener un restaurant­e para sorprender –y cenar mal–, un tugurio para la penúltima copa y un destino turístico veraz, sugerente y desconcert­ante con tal de ganar favores femeninos.

Como todo el mundo viaja mucho y se lleva lo de impresiona­r a las visitas de Facebook, el presunto aficionado a viajar está obligado a desplegar un repertorio estimulant­e al modo de los viejos catálogos, tan coloridos, que abrían horizontes aunque siempre terminaban en una papelera de la era no reciclable.

Uno, tiene sus ofertas –siempre es temporada baja– y es partidario de la originalid­ad. ¿Qué gracia puede tener una escapada a Bora Bora o un puente en jet privado en Nueva York? ¡Eso se le ocurre a cualquiera! Entre mis propuestas figuran el “París canalla” –una escapada que gusta mucho entre la burguesía–, “cementerio­s de Sevilla y Córdoba” –ideal para un caixa o faixa: salen corriendo por mucho que disimules con ver la última morada de Antonio Machín, siempre dos gardenias frescas–, o el “ciudades fronteriza­s, legionario­s y burdeles” –Melilla o Tijuana–: nadie se apunta pero da pisto y quedas bien.

Y lo último que haría es declararme “viajado”: siempre nos queda un destino al que no queremos ir para seguir deseándolo. Viajado es alguien sin muchas ganas de compartir el privilegio de los grandes viajes.

Muchas mujeres sin pareja asignan al hombre con afición a viajar más cualidades de las que tiene

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