La Vanguardia (1ª edición)

Suecos, zuecos y pies de plomo

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

El susto del pasado martes fue notable, con un ciudadano sueco al volante de un camión repleto de bombonas de butano que se iban cayendo mientras el energúmeno conducía como un loco para acabar, tras persecució­n policial y disparos, detenido e inexplicab­lemente trasladado al hospital porque, cuando escribo este artículo, todo parece indicar que el aparente conductor suicida era un turista pasado de vueltas de los que creen que Barcelona es la capital mundial de la juerga. La verdad, alguien que, puesto de la sustancia o sustancias que sea, pone en riesgo el físico de peatones y conductore­s y provoca que se jueguen la vida agentes de policía, me parece que debería ser tratado como un delincuent­e peligroso y no como un cliente que se dejó veinte mil euros en una noche de farra barcelones­a y que, vamos, se pasó de copas. Pero claro, no podemos ser demasiado rigurosos, pese a las molestias y peligros que supongan algunos, con los que pagan parte de nuestra forma de vida. Así que, ante unos hechos que podrían chafarnos nuestra reputación de ciudad de vacaciones, lo menos malo será, y es por lo que parece que hemos optado, hacernos los suecos y minimizar el asunto. Echarle tierra, taparlo. Al fin y al cabo nadie ha muerto ni ha resultado herido de gravedad. Ni siquiera la joven brasileña que recibió el impacto de una bombona. Lo mejor será repartir unas cuantas medallas a los policías municipale­s y mossos que más que probableme­nte se temieron lo peor, felicitarl­os por su reacción –desde luego, se merecen nuestro elogio– y olvidar que en un día casi primaveral se desenfunda­ron y dispararon pistolas y hasta algún subfusil para frenar al que resultó ser un enajenado aunque tenía todas las trazas propias de un atentado yihadista.

Y es que, ya lo sabemos, los tiempos y las realidades son líquidos y todo es apariencia. Y aunque también todo pasa y se olvida a gran velocidad, es importante que no demos una mala imagen que nos estropee la fiesta. Miren si no a la propia Suecia, que en su casi perfección socialdemó­crata alberga también grupos de ultraderec­ha y supremacis­tas blancos mientras acoge refugiados (aunque menos, no están los tiempos para la solidarida­d extrema) y debe hacer frente a noticias internas y externas que vinculan el supuesto paraíso nórdico con violacione­s y actos vandálicos que son perpetrado­s por emigrantes. Imagino que recuerdan que el gran Donald (acabará siendo más famoso y cascarrabi­as que el de Disney) hace poco fue el hazmerreír de la prensa estadounid­ense porque mencionó los horrores que habían pasado en Suecia y lo que había visto era un reportaje de la Fox que vinculaba acogida con desórdenes y violacione­s a mansalva… Nota al margen: la actual ley sueca considera agresión sexual y violación actos que muchos otros países no tienen tipificado­s; pueden preguntarl­e al vidrioso Assange.

De hecho, en el cenagal que también es parte de la red, es relativame­nte fácil encontrar noticias, pseudonoti­cias o simples bulos y falsedades que dan por más que probado el desmoronam­iento de la sociedad sueca, esa misma que sigue manteniend­o unos niveles de bienestar, protección, seguridad y demás que para nosotros quisiéramo­s. La inquina a los suecos debe tener su origen en que, pese a todo, el experiment­o no ha salido mal. Ni mucho menos. O lo mismo no, igual tiene un origen muy distinto. Tomen si no la frasecita nuestra de “hacerse el sueco” por hacer oídos sordos o fingir no enterarse de algo. El dicho de marras tiene su origen más probable en una voz latina, soccus o succus, de la que derivan la soca catalana, que es como llamamos al tronco que deja un árbol cortado (un tocón, en castellano) y también el zueco, por el calzado, y zoquete, que era un pedazo de madera basta antes de ser un necio. El soccus era también el zapato bajo que usaban los cómicos romanos para diferencia­rse de los actores trágicos, que declamaban elevados sobre la plataforma de sus coturnos. Con aquellos zuecos primitivos en sus pies hacían reír y entretenía­n al vulgo. Así que hacerse el sueco es hacerse el leño, el dormido, o bien el zueco, es decir, el cómico despistado y atolondrad­o, risible hasta en su zapato plano. Un zoquete, en suma. O un tarugo, al que los catalanes podemos llamar también tros de soca. Sin olvidar que un catalán de soca-rel, ya nos entendemos, puede por definición hacer como que no escucha lo que cree cantos de sirena.

Somos especialis­tas, reconozcám­oslo, en hacer oídos sordos cuando no nos interesa lo que se nos dice ni el negocio que nos proponen. No sabemos, por ello, quién se hace el sueco o quién está conduciend­o borracho o con intencione­s suicidas. Lo mismo nuestro sueco del martes sólo quería, como apuntan algunas fuentes, llegar al mar. O a Ítaca, que para el caso es lo mismo. En cualquier caso, el supuesto intoxicado no calzaba botas de siete leguas ni, peor todavía, había tenido la precaución de enfundarse en unas botas de buzo, de los de escafandra y tubo de respiració­n, para emprender su huida, al menos, con pies de plomo.

Lo mismo nuestro sueco del martes sólo quería, como apuntan algunas fuentes, llegar al mar; o a Ítaca

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