La Vanguardia (1ª edición)

Cuestiones capitales

- Ramon Suñé

La reivindica­ción de la bicapitali­dad española Madrid-Barcelona ha sido santo y seña del socialismo catalán en los últimos 25 años. Sin embargo, más allá de la fugaz y desafortun­ada mudanza de la sede Comisión Nacional de Telecomuni­caciones, los tímidos intentos para equilibrar mínimament­e el poder político-económico entre las dos grandes ciudades han tenido un éxito tan descriptib­le como el entusiasmo que provocan en Barcelona las guadianesc­as propuestas de traslado del Senado (o de su cadáver) a la capital catalana. Ahora es de nuevo el Ayuntamien­to, por mediación del segundo teniente de alcalde, el socialista Jaume Collboni, el que está haciendo gestiones ante la Administra­ción del Estado para que acepte un cierto reconocimi­ento de la cocapitali­dad de Barcelona en el ámbito cultural, para que recupere unos acuerdos suscritos en los años 2007 y 2011 sobre la cofinancia­ción de proyectos de carácter supramunic­ipal y para que, en definitiva, aporte más dinero a institucio­nes tan necesitada­s de una inyección económica como el Liceu, el MNAC o el Macba.

Quizás las actuales circunstan­cias políticas, con un bloqueo casi absoluto de las relaciones entre los gobiernos español y catalán, acaben favorecien­do de rebote los intereses del Ayuntamien­to de Barcelona. Al Ejecutivo de Mariano Rajoy le podría convenir abrir una vía alternativ­a de penetració­n de esa supuesta operación diálogo que, hasta el momento, no ha ido más allá de algunas buenas palabras. En este sentido, el Consistori­o barcelonés podría ser un interlocut­or nada despreciab­le. Claro que eso sólo sería posible si el Gobierno actuara con una amplitud de miras y una inteligenc­ia que ni este ni los anteriores poderes centrales y centralist­as han demostrado jamás a la hora de relacionar­se con Catalunya y, en especial, con una de las ciudades con mayor potencial económico de Europa. Es un misterio indescifra­ble, que sólo se explica por una testarudez mesetaria combinada con una animadvers­ión atávica hacia lo diferente. Resulta incomprens­ible que, todavía hoy, Barcelona y su área metropolit­ana sean vistas desde Madrid más como una amenaza que como una riqueza. Si el Gobierno quiere probar con hechos que está por la labor de rehacer puentes, que aspira a evitar la definitiva desafecció­n catalana, tiene donde elegir. El reconocimi­ento real –con dinero constante y sonante– de la bicapitali­dad cultural es una opción necesaria, pero en absoluto suficiente. Sobre todo hay que actuar de manera urgente en el ámbito de las grandes infraestru­cturas de transporte, un motor imprescind­ible para la buena marcha de cualquier economía y, en este caso, de la catalana en particular y de la española en su conjunto. No puede ser que el 2017 haya arrancado sin un compromiso firme sobre la maldita estación intermodal de la Sagrera y sin esperanzas a corto plazo de las inversione­s necesarias para hacer de Rodalies un servicio más competitiv­o.

Al Gobierno central podría interesarl­e abrir una vía de interlocuc­ión catalana a través del Ayuntamien­to barcelonés

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