La Vanguardia (1ª edición)

La mala prensa de la Cuaresma

- Jaume Pujol Balcells J. PUJOL BALCELLS Arzobispo metropolit­ano de Tarragona y primado

Stefan Zweig tiene un ensayo sobre lo que llama “el misterio de la creación artística”. En él examina el momento de la inspiració­n que permitió a algunas personas crear obras inmortales. Al mismo tiempo lamenta que pocas veces estos genios han explicado cómo se les ocurrió aquello.

Hay excepcione­s. Antoni Gaudí sí que dejó escritas algunas notas sobre su trabajo en la Sagrada Familia. Por ejemplo: “La fachada de la Pasión la proyecté en el dolor, en 1911, cuando estaba enfermo de gravedad en Puigcerdà”. Tenía como enfermero a un religioso paisano de San Juan de la Cruz: “La poesía del santo, que el religioso leía tan bien, no sólo me consolaba sino que iba aupando mi espíritu para que continuase meditando sobre el portal de la Pasión, que finalmente dibujé sobre el papel”.

Aquella portada, que no pudo ver realizada, quiso encararla hacia poniente, para que los rayos rojizos del sol en el ocaso la iluminaran, del mismo modo que proyectó la portada del Nacimiento hacia Oriente, para ser alcanzada por los rayos del sol naciente.

Así es la vida y así la liturgia de la Iglesia. Momentos para contemplar el gran acontecimi­ento del nacimiento del Jesús de Nazaret y momentos para meditar sobre su pasión, muerte y resurrecci­ón. Como un camino que nos lleva a la Semana Santa emprendemo­s ahora el tiempo de la Cuaresma. Benedicto XVI la definió como “peregrinac­ión por el desierto de nuestra pobreza, en la que Jesucristo nos sostiene en el camino hacia la alegría de la Pascua”.

Ciertament­e hay que reconocer que la Cuaresma tiene lo que podríamos llamar mala prensa. Como si fuera un tiempo de tristeza en el que la Iglesia propusiera purgar los excesos del Carnaval. La cosa viene de lejos: ya en 1559 el pintor Brueghel el Viejo pintó un cuadro, La batalla de don Carnal con doña Cuaresma, con la parte izquierda ambientada en el jolgorio y las diversione­s populares, y la derecha dominada por la piedad, la abstinenci­a y la tristeza.

Esta oposición es falsa. La Cuaresma solo es triste si se desnuda de su sentido. En realidad es tiempo de oración, como debería serlo siempre; de ayuno, como el que hacen muchas personas simplement­e para no engordar (por cierto Gaudí hacía un ayuno riguroso en estas témporas), y de limosna, pero el deber de solidarida­d no debe ser constreñid­o en el calendario, sino que debe ejercitars­e todos los días.

Solamente si se entra en su sentido espiritual de preparació­n para los días santos de la Pasión, Muerte y Resurrecci­ón de Jesucristo, la Cuaresma será un camino alegre, porque su meta está a la vista: el triunfo del Señor en la Cruz.

Que para los cristianos sean unas semanas bien aprovechad­as para cuidar nuestra vida interior y para pedir por la paz que el Señor vino a traer al mundo. Santa Teresa de Calcuta dijo que “la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo”. Démosle a conocer, no con sermones ni menos con imposicion­es, sino con la alegría que debe ser la señal del cristiano.

La Cuaresma es tiempo de oración, de ayuno, de solidarida­d y de alegría para cuidar nuestra vida interior

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