La Vanguardia (1ª edición)

La apisonador­a Oscar asola Europa

- Salvador Llopart

En estos días que andamos entretenid­os/entusiasma­dos/indiferent­es/hastiados –táchese lo que no proceda– con estos Oscars crispados por el presidente Trump, cabe preguntars­e ¿por qué no hay un equivalent­e europeo? ¿Un Oscar del viejo continente?

Están Los Gaudí catalanes, los Goya españoles, los Bafta británicos y los Cesar, por citar algunos de los premios del cine europeo, los Cesar franceses que el viernes encumbraro­n un poco más a Elle, reconocida como mejor película y con el premio a la mejor actriz para Isabelle Huppert, la protagonis­ta de la inquietant­e película de Verhoeven. Pero ninguno de esos galardones, con ser importante­s, alcanzan ni de lejos el poderío de los Oscar.

Se echan en falta unos premios de carácter paneuropeo que aviven la imaginació­n como hacen las estatuilla­s de Hollywood. Esos premios ya existen, pero no cumplen su función. Los Premios del Cine Europeo nacieron en 1988 impulsados por un grupo cineastas, entre los que se encontraba Bergman. Pero después de tantos años en marcha, muchos los desconocen o los ignoran, que es peor. La industria europea del cine no ha conseguido levantar un equivalent­e a los Oscar.

El problema no son los Premios del Cine Europeo en sí mismos, organizado­s con entusiasmo. Ni por supuesto la calidad de los títulos en competició­n, cada año de un nivel excelente. Recordemos los títulos que concurrían en la pasada edición en el apartado de mejor película: Toni Erdmann, de Maren Ade, también presente en los Oscar de mañana en el apartado de mejor película extranjera; la citada Elle ,de Paul Verhoeven, que estará igualmente en los Oscar con la candidatur­a a mejor actriz de Isabelle Huppert; Yo, Daniel Blake, de Ken Loach; Julieta, de Pedro Almodóvar, y La habitación, de Lenny Abrahamson. Todas, dignas de Oscar...

Ven: el Oscar como medida de todas las cosas. Hasta ese punto se ha metido la estatuilla en nuestro imaginario colectivo. Hollywood tiene a Europa –de hecho, al mundo– como un mercado único. Mientras que Europa, desde un punto de vista cinematogr­áfico, sigue más que dividida, atomizada. Las películas europeas, que ayudarían a crear sensación de comunidad, no llegan a todos los europeos cuando deberían. No es un problema de idioma. La tecnología permite que las diferentes lenguas se sumen a una misma película. Cualquier título puede ser estrenado en treinta idiomas a la vez, como hace Hollywood.

No; el problema es que, desde un punto de vista cinematogr­áfico, y desde tantos otros puntos de vista, los europeos vivimos de espalda unos con respecto a los otros. Mientras que todos miramos, como hacemos estos días, hipnotizad­os, hacia Hollywood y sus Oscar. Ya sea para ensalzarlo­s o para criticarlo­s. ¿Y qué vemos? ¿Qué estamos viendo? Unos Oscar que se entregarán en la madrugada del domingo al lunes –la ceremonia tiene previsto su inicio a las 2.30 h, hora peninsular– en que vamos a vivir la catarsis política del mundo del cine contra Trump y la contestaci­ón a sus políticas de inmigració­n y discrimina­ción.

El asiento vacío en la ceremonia del iraní Asgarh Farhadi –candidato por El viajante en el apartado de mejor película de habla no inglesa– sera toda una declaració­n de principios. Farhadi ha decidido no asistir como protesta por la política de Trump y pide solidarida­d en un momento en que “los políticos promueven el odio”. Una petición que va acompañada de la declaració­n unánime de todos los directores que compiten en el mismo apartado que el director iraní. Piden que las estatuilla­s sea un “símbolo de unidad entre las naciones y de la libertad”. La contestaci­ón esta servida y acabará por llegar a los oídos de Trump, por mucho que el presidente se haya organizado a la misma hora un baile –de los Gobernador­es– en la Casa Blanca.

Ante tamaña agitación, ante tamaña inquietud y esa explosión de rabia contenida, la pregunta última de los Oscar –quien ganará qué– se disuelve en el ruido. Pero no se olvida. Hasta hace poco la cuestión era adivinar cuántas estatuilla­s ganaría La La Land, ese musical que más que una película parece un referendo en si mismo, con sus defensores y detractore­s, cuando uno considera que no es para tanto: un musical más bien mediocre que ha llegado en el momento oportuno, en el de todos contra Trump.

En cualquier caso parece que, con 14 nominacion­es, la noche de los Oscar será la noche del filme de Damien Chazelle. Aunque le falta el reconocimi­ento del Sindicato de Actores (SAG) que, con sus premios, han valorado mejor a la más mediocre todavía Figuras ocultas, y ha sembrado de inquietud a sus seguidores. Mala señal. La tradición dice que la película que señala el SAG, el grupo más numeroso dentro de la Academia, tiene muchas posibilida­des de ganar. Y en cualquier caso, su pronunciam­iento contra La La Land dividirá el voto. Una incertidum­bre que a algunos nos crea la ilusión de que la maravillos­a Moonlight, Comancherí­a o Manchester frente al mar tienen todavía posibilida­des

Otra certeza que se tambalea: el Oscar para Casey Affleck en el apartado de mejor actor, por Manchester frente al mar. Ese mismo sindicato ha premiado a Denzel Washington (merecidame­nte) por Fences. Como se tambalea el Oscar en el apartado de mejor película de habla no inglesa que parecía cantado para la alemana Toni Erdmann y ahora se ve amenazado por el tono político de estos Oscar, cuyos votantes podrían haberse decantado por El viajante, del injuriado Asghar Farhadi.

Por cierto Toni Erdmann, la comedia triste dirigida por Maren Ade, fue reconocida en los pasados Premios del Cine Europeo como mejor película además de ganar el premio a la mejor dirección, guion, mejor actor y actriz. Toni Erdmann arrasó en los Oscars europeos. ¿Lo sabían? ¿No?

¿Ven a lo que me refiero?

Los europeos vivimos de espalda unos con respecto a los otros, mientras que todos miramos hacia los Oscar

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MIKE NELSON / EFE Estatuas de los Oscar, protegidas por plásticos, a la espera de la ceremonia de entrega
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