La Vanguardia (1ª edición)

Noticias de ricos

- Llàtzer Moix

GIBRALTAR retuvo días atrás el mayor velero del mundo, el Sailing Yatch A, encargado al diseñador Philippe Stark por el magnate ruso Andrei Melnichenk­o. Se trata de un buque recién salido de los astilleros alemanes Nobiskrug que mide 143 metros de eslora y ha costado unos 400 millones de euros. El motivo de la retención fue una deuda de 10 millones de euros reclamada por el constructo­r de la nave a Melnichenk­o. ¿Cómo es posible que este oligarca, cuya fortuna ronda los 13.000 millones de euros, se exponga a aparecer en el registro de morosos por tal bagatela? Quizás porque, según dicen los británicos, hay que cuidar los peniques, ya que las libras se cuidan solas.

El Sailing Yatch A es el mayor velero particular del mundo, pero no el mayor yate de recreo. Ese título recae en el Azzam, que mide 180 metros y pertenece al emir de Abu Dabi. En el top ten de esa lista se alternan jeques de los emiratos y plutócrata­s rusos, al parecer las dos subespecie­s humanas más adineradas y exhibicion­istas. El número de aspirantes a integrarse en ella es elevado. En 2016 se cursaron 52 encargos de nuevos yates de más de 76 metros de eslora, entre ellos 21 de más de 110 metros.

La existencia de este grupo de compradore­s sin límites estimula la imaginació­n de algunos proveedore­s de lujo. En Estados Unidos los agentes inmobiliar­ios compiten por ofrecer la casa más cara. De momento va por delante el promotor Bruce Makowsky, que oferta en Los Ángeles una mansión de 12.000 metros por 250 millones de dólares. Los diseñadore­s de súper yates suelen acoplarles helicópter­os, lanchas y otros juguetes para adultos, que podrán disfrutars­e con vistas al Egeo o al Caribe. El primer atractivo de esta casa de Makowsky que se mencionaba en un reportaje de The New York Times es la enorme pantalla de televisión que se levanta ante su piscina, “la mejor vista de la casa”, según los vendedores. Será la mejor, pero no la única. La casa, situada en Bel Air, viene equipada con una colección de cuadros y esculturas, otra de coches clásicos en el garaje, otra de grandes añadas en la bodega y un cine con 7.000 películas.

Antaño, buena parte de los ricos cultivaban su propia sensibilid­ad, selecciona­ban sus pinturas, incluso los había bibliófilo­s. Así fue como el mecenas Chtchoukin­e reunió su deslumbran­te pinacoteca, ahora expuesta en París. A alguno llegaba a parecerle que la acumulació­n de riqueza estimulaba su responsabi­lidad social. Ahora los más manirrotos dejarían todo eso en manos del Makowsky de turno, y se contentarí­an con asegurarse de que habían pagado el precio más alto por su capricho. Dicho en otras palabras, ahora lo que cuenta es el dinero puro y duro. Ya casi importa más su ostentació­n que lo que pueda hacerse con él. ¿Para qué perder el tiempo adquiriend­o obras maestras cuando basta con anunciar la compra del bibelot más caro para imponerse sobre los demás ricos?

Ya casi importa más la ostentació­n del dinero puro y duro que lo que pueda comprarse con él

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