La Liga y el efecto Yokohama
El Mundial de Clubs opera de múltiples maneras sobre la Liga, que ha producido uno de cada dos títulos de campeón de Europa desde el comienzo del siglo. Las tres últimas temporadas han acentuado este dominio hasta convertirlo en hegemónico. El Real Madrid ganó dos finales al Atlético de Madrid (2014 y 2016) y el Barça venció a la Juve en el 2015. Son victorias con consecuencias: el Mundial de clubs, un torneo raro. Ganarlo apenas genera entusiasmo entre los grandes de Europa. El problema es perderlo. Lo más interesante es su peculiar efecto.
La ubicación del Mundial de Clubs en el calendario, a mediados de diciembre, obliga a aplazar un partido de Liga y trasladarlo a una las escasas fechas que quedan libres en la Liga española, generalmente dos meses después del encuentro suspendido. Es un periodo extraño que condiciona la percepción del campeonato, como ha sucedido esta temporada.
Los perseguidores del Real Madrid se han visto cerca del líder, que acudió a Yokohama para ganar el Mundial de Clubs y esperó dos meses para enfrentarse al Valencia. El Madrid ha contado durante varias semanas con el comodín aplazado. Si ganaba en Mestalla ponía la proa a la Liga. En cualquier caso, todos los involucrados en la lucha por el título, y eso incluye esta temporada al Sevilla, pretendían favorecerse de una situación que recuerda al de los espejos deformantes: la imagen es una y la realidad, otra.
La suspensión del Celta-Real Madrid por el temporal de finales de enero ha añadido otro factor desestabilizante a la Liga. De hecho, no se sabe cuándo se disputará. La hazaña del Celta frente al Shakhtar complica todavía más la inclusión del partido en el calendario. En el clima paranoide que preside el fútbol español, la fecha de celebración del CeltaReal Madrid puede convertirse en un incendio de proporciones incalculables.
El obstáculo del Mundial de Clubs se cerró el pasado miércoles con la derrota del Real Madrid en València. Es líder, con un partido menos, pero ahora se siente verdaderamente perseguido. No ha conseguido dar carpetazo a la Liga, en gran medida porque no se enfrentó al desplomado Valencia del periodo Prandelli. Con dos fichajes nuevos –el liviano Orellana y el gigantesco Zaza– y su victoria sobre el Athletic, el Valencia se armó para detener al Madrid, y lo consiguió. El efecto del Mundial de Clubs terminó allí, pero no de la forma que sospechaba el Real Madrid.
La Liga vuelve a apretarse, sujeta a los resultados de hoy. Como suele suceder en estas circunstancias, siempre aparece un Atlético de Madrid-Barça, dos equipos condenados a enfrentarse en los grandes momentos de la temporada, excepto en las finales de la Copa del Rey y
Atlético de Madrid y Barça son dos equipos condenados a enfrentarse en los grandes momentos
de la Liga de Campeones. Son los protagonistas de los partidos llave, los que deciden las cuestiones sustanciales de la temporada. Son tantas las veces que se han enfrentado en condiciones de máxima exigencia que sus duelos trascienden el concepto de clásico. Se trata de un superclásico.
Esta vez no será diferente. Se descartó al Atlético del combate por el título, pero ha regresado. Se señaló en el Barça el peso del desastre de París, pero figura a un punto del líder. Han adquirido una oportunidad que casi todo el mundo descartaba frente al vigoroso Real Madrid. A punto de cerrar sus puertas, en el Vicente Calderón se jugará un partido sin medias tintas. El derrotado probablemente se despedirá del título. El ganador se sentirá con el derecho y el optimismo necesarios para acosar al Real Madrid, destinado a un partido de alto voltaje. Vila-real no es el mejor lugar para asegurarse el alivio después del sofocón de Mestalla.