Así cayó el sexto y decisivo.
Luis Enrique pellizcó el orgullo del equipo antes de centrarse en el fútbol
Sergi Roberto, autor del sexto gol del Barça, el que culminó la histórica remontada frente al PSG, volvió a pisar ayer el césped del Camp Nou para revivir el éxtasis de la noche del miércoles.
“Este es un deporte de chiflados”, resumió Luis Enrique, afónico, agotado, con los meniscos castigados después de arrodillarse sobre el césped en el momento de mayor locura, propulsado tras el gol de Sergi Roberto. No se hizo justicia a sí mismo con la frase, ingeniosa pero incompleta. Es evidente que toda remontada que se precie, y la del miércoles representa un antes y un después en la historia del deporte, precisa de elementos incontrolables, pero la base del éxito de lo sucedido tuvo poco de improvisado y mucho de trabajo previo, tanto en el terreno psicológico como en el futbolístico.
Lo primero fue reanimar a un equipo que agonizaba, mal herido en París, de aspecto mustio desde días antes en el Villamarín. Ya en el descanso de aquel encuentro parisino el entrenador asturiano intentó interpelar a sus jugadores a través de lo anímico, relegando las correcciones tácticas y primando un mensaje que evitara su deriva. No logró su objetivo. Del 2-0 se pasó al 4-0. Lo intentó a lo largo de los días siguientes que precedieron al enfrentamiento contra el Leganés, y tampoco se salió con la suya pese a la victoria. El grupo languidecía.
Llegó entonces la primera medida fructífera, fundamental. El Barça necesitaba ser agitado, las palabras de Busquets e Iniesta posteriores al hundimiento de París dieron visibilidad al debate interno. La crisis de juego debía ser revertida y Luis Enrique tocó la tecla necesaria al transformar el 4-3-3 en un 3-4-3 usado hasta entonces de forma puntual, en la primera y en la tercera temporadas. La maniobra fue exitosa en el Calderón, más por el resultado y el simbolismo del estadio que por el modo de conseguir la victoria, pero aquellos tres puntos inocularon esperanza y convencimiento. Las dos goleadas siguientes ratificaron la metamorfosis. El equipo empezó a soltarse, agrupado alrededor del balón, juntando las líneas antes distanciadas. Mejoró la defensa, resurgió Busquets mejor flanqueado por los interiores, en especial por un Rakitic también feliz por su renovación y, por encima de todo, la banda derecha sufrió un lifting necesario: de deshabitada pasó a ser ocupada por Rafinha o por un Sergi Roberto liberado alejado del lateral. Messi se centró del todo y Neymar siguió a lo suyo, mejorando partido a partido, más pegado a la izquierda para generar espacios cumpliendo las nuevas instrucciones obedientemente. Si contra el Sporting cayeron goles, la exhibición contra el Celta corrigió al barcelonismo, que añadió un “casi” a la frase “remontar es imposible”. Fue ese 5-0 el que reconcilió al equipo con la crítica, porque la manera de jugar fue reconocible: el equipo
funcionó como un bloque y el tridente de atrás (defensas) fue tan importante como el de delante. Y en medio, un centro del campo en forma de rombo ejerció de certera bisagra. Fue una precuela a pequeña escala de lo que acabaría sucediendo el miércoles ante el PSG.
“¿Alguno de vosotros ha remontado en su carrera un resultado así?”, preguntó Luis Enrique a sus jugadores en una charla anterior a la noche de la remontada. Lo desvelaba Samuel Umtiti en Canal Plus de Francia. El entrenador, que se liberó al avanzar su adiós a final de temporada (el equipo tampoco respondió mal al anuncio), pellizcaba a sus jugadores en su orgullo, les invitaba a lograr lo que nunca antes ningún equipo había conseguido en toda la historia de las eliminatorias europeas. Ganadores de todo, los futbolistas, necesitados de estímulos superiores, se excitaron con el desafío y le añadieron un factor que siempre triunfa en los vestuarios: convertir la crítica recibida durante los peores días en combustible. El “a callar bocas” de toda la vida. El responder con hechos a palabras recurrentes que hablan de “fin de ciclo”. No aprenden quienes las pronuncian. Lo que aparenta ser un misil traza trayectoria de bumerán.
También hubo consignas en cuanto al mensaje que debía ser lanzado al exterior. Los jugadores iniciaron la guerra psicológica que debía acompañar a la recuperación del equipo. Piqué pidió el primer turno para elevar la moral y Luis Suárez recordó que este equipo ya venció 0-4 en el Bernabéu. El ruido de la amenaza resonó en París, que se asustó. Luis Enrique compensaba el exceso de rabia administrando sus charlas tácticas, escogiendo los momentos para transmitir que la remontada sería posible desde la fe pero sobre todo desde el control de las emociones, exprimiendo las virtudes del 3-4-3, sobando la pelota en la media, acentuando la concentración de los tres centrales, recuperando (al fin) la presión en campo contrario. Decidió el asturiano no concentrar al equipo, aparentar tranquilidad y rutina para desestresar, un consejo de manual de psicólogos que funcionó bien.
Luis Enrique telegrafió lo que acabaría sucediendo. Lo hizo el día antes del partido en una rueda de prensa sorprendentemente premonitoria. “Estamos a mitad de eliminatoria; si un rival puede marcarnos 4 goles, nosotros podemos marcar seis”. “Estoy convencido de que va a haber algún momento del partido que vamos a estar cerca. Esto durará 95 minutos”. El resto es historia.
La fiesta en el vestuario fue brutal. Piqué lideró los cánticos. El Barça ha renacido y se ve capaz de ganar de nuevo el triplete. Sí, de eso se habla allí dentro ahora. Cambia el fútbol de un extremo a otro en cuestión de semanas. Por es tan grande. “Un deporte de chiflados”.
EL CAMBIO DE SISTEMA Luis Enrique acertó con el 3-4-3 y el control de las emociones; Piqué las puso todas en la celebración