Ian McEwan
ESCRITOR
Dentro del programa Kosmopolis, el novelista Ian McEwan, una de las voces más representativas de las letras británicas, presentó en el CCCB su nueva novela, Cáscara de
nuez, cuya voz narrativa es la de un feto.
“Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer”. Es el inicio de Cáscara de nuez (Anagrama), la nueva novela del británico Ian McEwan (Aldershot, 1948), cuya principal característica es que el narrador es un feto.
Un feto que recibe estímulos del mundo exterior que tiene que ir interpretando, como en una caverna platónica: no distingue entre rojo y verde, por ejemplo, pero sí sabe –gracias a que su madre ve las noticias de la BBC– cómo va el mundo. Nadie es perfecto y ella parece ser alcohólica a tenor de las descomunales ingestas de vino que el feto soporta (“será menos inteligente, pero quién no pierde inteligencia al beber”). A cambio, a través de los podcasts y audiolibros que la mujer escucha, el embrión se hace una lúcida visión de las cosas que le esperan al salir, y asimismo adquiere unas nociones básicas de la psicología humana.
En una conversación en el CCCB con el periodista Antonio Lozano, ayer por la tarde, McEwan explicó que la angustia del feto –que escucha las conversaciones en las que su madre y su amante planean asesinar al padre de la criatura– remite un poco a Hamlet “porque, en mis fantasías, imaginé qué pasaría si Shakespeare quisiera volver a nacer. Shakespeare es el primer narrador moderno, con sus personajes llenos de dudas”.
El escritor sólo ve ventajas a tener un feto de narrador: “Es una liberación total, no tiene amigos, pasado, ideología, religión... Es, sencillamente, una voz. Y puedes tener plena confianza en él: si un feto te dice algo, no te miente. Y es capaz de entrar en lugares muy íntimos, escucha a la gente hablar en privado. Tiene, eso sí, una perspectiva extraña: cuando la pareja de amantes hace el amor, siente el pene del rival de su padre a pocos centímetros de la nariz. Como novelista, describir eso es una gran oportunidad”. Si la novela como género no ha muerto, más bien al contrario, es “porque refleja mejor que cualquier otro instrumento el flujo de la conciencia, permite entrar en la mente de otra persona. Yo lo he hecho más difícil todavía: entrar en la mente de alguien que a su vez está dentro de otra persona”. Su guía, confesó, fue el Kafka de La metamorfosis, “por su mezcla de imposibilidad y cotidianidad, las preocupaciones banales insertadas en un relato fantástico”.
Preguntado por su interés en la ciencia, presente en varias de sus obras –no tanto en esta–, McEwan matizó que “en realidad no me interesa la ciencia sino la descripción precisa de las cosas, y la ciencia es un maravilloso instrumento para ello. Durante siglos, tuvimos que recurrir a la religión”.
También aprovechó para pedir disculpas al público por el Brexit, “algo que me avergüenza enormemente. Es una catástrofe total porque, a pesar de todos sus errores y déficits democráticos, la Unión Europea es el proyecto más grande y más noble que la humanidad haya iniciado jamás. Nos ha mantenido en paz y una relativa prosperidad, olvidamos que los europeos estábamos hartos de nadar en nuestra propia sangre”.
Una cosa que no dijo McEwan, porque no le corresponde, es que el lector de su nueva novela llega a identificarse con ese narrador amniótico. Porque, bueno, en el fondo, ¿quién no se ha sentido alguna vez así, cabeza abajo y con falta de espacio?
“Tener un feto como narrador es una liberación: no tiene amigos, ideología... y nunca miente”