Europeísmo y progreso
La reelección de Donald Tusk como presidente del Consejo Europeo pese a la insólita oposición de su país, Polonia; y los datos positivos que presenta el Informe d’Indicadors de Recerca i Innovació.
LA Unión Europea vivió ayer un episodio insólito: la reelección por dos años y medio como presidente del Consejo Europeo del ex primer ministro polaco Donald Tusk con el voto favorable de 27 de los 28 estados miembros –el Reino Unido todavía no ha activado el Brexit–. ¿Qué Estado se opuso a la reelección? Polonia. Y no lo hizo de forma simbólica, hasta el punto de que el Gobierno polaco amenaza con bloquear la declaración final de la cumbre de dos días que hoy termina en Bruselas. Una amenaza bumerán...
El episodio emerge en un periodo crucial para el futuro de la UE, pendiente de las elecciones en Holanda, Francia y Alemania pero obligada a dar el do de pecho con motivo del 60.º aniversario del tratado de Roma, hito fundacional que será conmemorado en la capital italiana el próximo día 25. Existe el sentimiento generalizado de que la UE tiene que corregir sus inercias burocráticas, el distanciamiento con los ciudadanos y evitar que sus mecanismos decisorios –basados en la unanimidad– ralenticen la toma de decisiones, algo exasperante en tiempos inciertos.
Alemania y aún Francia –en los coletazos de la presidencia de François Hollande– han asumido la tarea de despejar dudas e incertidumbre y una idea que cobra fuerza: avanzar a dos velocidades es una opción muy sensata. España e Italia apoyan esta posibilidad, como quedó patente en el encuentro de los cuatro socios el pasado lunes en el palacio de Versalles. Esta orientación inquieta a algunos estados de la UE del antiguo bloque socialista, cuyo europeísmo es complejo y olvida a menudo que Europa no es sólo un mercado, una fuente de ayudas o la excusa perfecta para justificar las reformas impopulares, sino también un ideal que descansa en valores básicos como la separación de poderes, el respeto a los derechos humanos o la acogida de refugiados. El malestar entre dos bloques –la Europa occidental que firmó el tratado de Roma hace 60 años y la del Este, incorporada por etapas desde el 2004– se venía gestando y tiene en la reelección de Donald Tusk un motivo de preocupación.
El Gobierno conservador polaco retó a la Unión Europea al oponerse a la reelección de Donald Tusk, viejo enemigo de Jaroslaw Kaczynski, líder conservador. Ayer, Varsovia se quedó sola y el asunto, lejos de ser pospuesto para uno de esos maratones negociadores de última hora, fue colocado entre los primeros de la agenda. Ni siquiera aliados de Polonia, como la Hungría de Viktor Orbán, se opusieron ayer a la reelección de Tusk, lo que deja en entredicho la reacción de Varsovia cuando habla del “diktat de Berlín”. Lo que sí ha demostrado es la soledad de Polonia, rehén de un pulso que responde más a sus trifulcas locales que al interés colectivo de la Unión Europea, donde la personalidad de Tusk está bien valorada. Curiosamente, el ex primer ministro polaco es el representante de un país del Este de Europa que más lejos ha llegado en el organigrama de la UE.
El episodio aporta argumentos a Berlín y París a la hora de perfilar el futuro de la Unión Europea con la opción de dos ritmos. Los próximos meses decidirán si estados miembros como Polonia, Hungría, Bulgaria o Rumanía se suben al tren o persisten en actitudes autoritarias y ausencia de reformas sin las cuales corren el riesgo de ser tratados como un bloque que resta más que suma.