La Vanguardia (1ª edición)

La válvula de seguridad

- Rafael Jorba

El proceso independen­tista ha entrado en su fase crítica: los grupos de JxSí y la CUP han puesto en marcha una reforma del reglamento del Parlament de Catalunya para aprobar la desconexió­n exprés. Una especie de huida hacia delante cuando acaba de estallar la bomba política del caso Millet. Sorprende la sorpresa de algunos analistas ante esta iniciativa parlamenta­ria. La causa causarum, en expresión de Cicerón, no es otra que las elecciones plebiscita­rias del 27-S del 2015. Artur Mas dio un perfil de plebiscito a aquella convocator­ia anticipada y trastocó sus resultados: los electores no respondier­on en clave ideológica, sino identitari­a.

El desenlace del 27-S fue perverso en varios frentes. Primero: el independen­tismo obtuvo la mayoría absoluta de escaños (72), pero no de votos. Segundo: la tensión identitari­a situó a Ciudadanos como segunda fuerza; por vez primera, el primer partido de la oposición no pertenecía a la tradición del catalanism­o político (esta lógica se rompió tres meses después –en las generales del 20-D– cuando, al primar de nuevo el eje ideológico, Ciudadanos ocupó la quinta plaza). Y tercero: JxSí (ERC y CDC) sumó 62 escaños y podía haber pactado la investidur­a con la segunda fuerza, la tercera, la cuarta o la quinta (Cs, PSC, CSQP y PP), pero lo hizo con la sexta fuerza, es decir, la CUP. Este desplazami­ento del eje ideológico en favor del identitari­o llevó a la antigua CDC a sacrificar su perfil reformista en el altar del proceso: el president Mas, partidario del business friendly, ligó su suerte a la de los diez diputados de la CUP, una fuerza que se define como anticapita­lista.

Aquí empezó una cadena de despropósi­tos. Primero: la resolución sobre el inicio del proceso, aprobada por el Parlament el 9 de noviembre del 2015, es decir, antes de que Artur Mas se hubiese asegurado la investidur­a; en aquel texto, el Parlament anunciaba que adoptaría “las medidas necesarias para abrir el proceso de desconexió­n del Estado español” e instaba “al futuro Govern a cumplir exclusivam­ente las normas o los mandatos emanados de esta Cámara”. Segundo: el “paso al lado” de Mas a cambio de un acuerdo de “estabilida­d parlamenta­ria” con la CUP para investir a Carles Puigdemont; la CUP se comprometí­a a “no votar en ningún caso en el mismo sentido que los grupos contrarios al proceso”. Después, con la fallida votación del presupuest­o y la cuestión de confianza como trasfondo, el Parlament aprobó las conclusion­es de la comisión de estudio del Procés Constituen­t, el 27 de julio del 2016, que propugnan “la desconexió­n con la legalidad del Estado español por medio de las leyes de desconexió­n”. Y el 6 de octubre del 2016, en el debate de política general, la Cámara retrocedió a la pantalla anterior, es decir, la del referéndum: instaba al Govern “a celebrar un referéndum vinculante, a más tardar, en septiembre del 2017”.

Y aquí estamos. Sólo hay un mecanismo para salir del círculo vicioso del 27-S: disolver el Parlament y convocar elecciones. Es la válvula de seguridad. El president Puigdemont tiene en sus manos la llave para activarla. El problema está en que fue elegido para hacer justo lo contrario: llevar el proceso hasta el final.

El mecanismo para salir del círculo vicioso del 27-S: disolver el Parlament y convocar elecciones

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