La Vanguardia (1ª edición)

Siempre les quedará París

- José María Brunet

Era casi la medianoche del miércoles cuando Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) llegaron al aeropuerto de Casablanca-El Prat. Les acompañaba Lluís, un antiguo gendarme, ahora mosso d’esquadra que les había escoltado desde el Camp Nou, donde acababan de participar en la apoteósica fiesta blaugrana del 6 a 1 contra el PSG. Rick e Ilsa contaban ya con su salvocondu­cto para los cuartos de final de la Champions. Pero se detuvieron unos minutos a charlar en la pista, con ademán de despedida, mientras el mosso rellenaba unos documentos y avisaba a las autoridade­s del aeropuerto de la inminente llegada de masas de forofos del PSG aturdidos por la derrota.

Rick había estado reflexiona­ndo muy seriamente sobre cómo debía comportars­e aquella noche. Ilsa no era una blaugrana convencida. Pero él insistió. Tenemos que ir al partido, le dijo. Ganaremos, no lo dudes. Esta vez no podemos fallar. Venceremos a la opresión del 4 a 0 de la ida, nuestro afán de justicia pasará por delante de la ambición de Unai Emery. Le venceremos como vencimos al fiero coronel Strasser. Nuestro fútbol de toque es el mejor, y el rondo es un ideal de vida, Ilsa. Esta vez no nos detendrán.

Ella, en cambio, nunca las tuvo todas consigo. Anoche dijiste..., empezó. Pero Rick cortó la frase. Anoche –repuso– me pediste que pensara por los dos, y es lo que he hecho. Te he demostrado que tenía razón. Sí Rick, aunque mira que Messi no estaba muy fino últimament­e y un 4 a 0 es mucho, tienes que comprender que yo no había perdido la fe, pero lo nuestro era tan difícil, decía Ilsa, arrepentid­a de sus dudas. Ella creyó desfallece­r, mientras el destello de una lágrima brilló en su mirada. La bruma se había adueñado del aeropuerto de

Ilsa y Rick se besaban en el aeropuerto de Casablanca­El Prat mientras el avión del PSG despegaba en la niebla

Casablanca-El Prat. Y Rick, corazón blaugrana, sostuvo a Ilsa con fuerza, mientras un avión, al fondo de la escena, ponía en marcha sus motores.

Al mismo tiempo, en el vestuario culé corría el cava. Algún infiltrado empezó a silbar un himno inoportuno. Y entonces Víctor Laszlo (Gerard Piqué) saltó como un resorte y se acercó al pianista. Tócala otra vez, Sam, le dijo. Como por ensalmo, la música culé volvió a sonar en todo el estadio. Tot el camp –klas, klas, klas– es un clam –klas, klas, klas–... Sí, sí, el tiempo pasará –dijo Piqué–, pero nosotros a por el triplete.

En paralelo, en el aeropuerto de Casablanca-El Prat, Rick miró intensamen­te a Ilsa. La atrajo hacia sí y le dijo esta vez no te irás, tenemos que cumplir el vaticinio de Piqué y llenar esta noche con nuestro amor. Ahora debe empezar nuestra propia fiesta, Ilsa. Él la besó. Ella se resistió al principio. Pero Rick –le dijo–, tengo que acompañar a esta pobre gente del PSG, que vuelve tan triste a su casa. Y entonces él pronunció la frase de su vida: “Déjalos ir, Ilsa. Siempre les quedará París”.

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