Los sábados de Twitter
LA historia escribirá que Donald Trump ganó las elecciones porque fue el primer candidato electoral que entendió las posibilidades de Twitter y supo enviar los mensajes adecuados. La única objeción es que una parte del contenido de sus tuits era falso y que, además, esa forma de comunicación le permitió no tener que someterse al contraste de sus opiniones ante los periodistas. La llegada a la Casa Blanca no ha supuesto un cambio de esta estrategia, detrás de la cual está Steve Bannon, maquiavélico personaje capaz de culpar de la crisis del 2008 a la cultura progresista en lugar de señalar al neoliberalismo económico. No deja de ser sorprendente que Bannon defienda que The New York Times tuvo una mayor responsabilidad en el desastre que Goldman Sachs, para quien por cierto trabajó.
Twitter confía en que Trump sea su mejor publicista para crecer. El número de usuarios apenas alcanza los 300 millones (llegó a tener casi el doble, pero muchos usuarios han marchado por la agresividad de la red social), frente a los casi 2.000 millones que ostenta Facebook, y sus beneficios económicos no son los esperados. Al saberse los resultados del 2016, el pasado febrero, sus acciones cayeron un 10%, mientras la publicidad en Twitter bajaba un 7%. Jack Dorsey, cofundador de la compañía y actual CEO, declaró ante los analistas que nadie puede dudar de su influencia y se agarró a Trump como ejemplo, señalando que Twitter encarna el espíritu de la era global tras su impacto en las elecciones.
El presidente estadounidense acostumbra a enviar sus tuits después de leer la prensa y ver la televisión a la hora del desayuno. El problema es el sábado, cuando suele redactar sus mensajes más explosivos, algunos literalmente disparatados como que le espió Obama. ¿El motivo? El sábado no los revisa su yerno (y asesor) Jared Kushner, porque su religión judía le impide trabajar el día del sabbat. La religión no ayuda a Trump ni a Twitter.