La Vanguardia (1ª edición)

Philip Hammond

MINISTRO DE ECONOMÍA BRITÁNICO

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El primer presupuest­o postBrexit, elaborado por Hammond (61), ha llevado al Gobierno a su mayor crisis. May ha tenido que recular después de que un centenar de diputados se rebelasen contra la subida de impuestos a los autónomos.

El chiste de la portada del conservado­r Daily Telegraph lo dice todo: el ministro de Economía, Philip Hammond, rodeado de gente en un podio al estilo Oscars, abre la boca con estupor y dice: “Ha habido un malentendi­do, me han dado el sobre con el presupuest­o que no era”.

El primer presupuest­o post-Brexit ha llevado al Gobierno de Theresa May a su primera grave crisis. Y no ha sido por la relación con Europa, sino por otra cosa que los tories llevan en la sangre, y se llama dinero. Su ADN es bajar los impuestos, no subirlos. Y si hay que hacerlo, en todo caso el IVA, nunca la contribuci­ón sobre la renta. Estar del lado de los pequeños empresario­s y los trabajador­es autónomos (además de las grandes empresas y los aristócrat­as). La mayor parte de su grupo parlamenta­rio era partidario de permanecer en la UE, pero ha aceptado sin rechistar las órdenes de salida. En cambio, un centenar de diputados amenazó con la rebelión a las pocas horas de que Hammond anunciase el incremento de las cargas fiscales.

La primera ministra ha dado marcha atrás y aplazado la subida de impuestos a los autónomos (una ruptura de la promesa electoral que figura en el manifiesto de las últimas elecciones) hasta reexaminar el tema y escuchar la opinión de los expertos. En el Reino Unido hay más de dos millones y medio de autónomos, y la tendencia es al alza en la medida en que las empresas procuran desligarse de sus obligacion­es laborales y no tener empleados de plantilla. Son muchos votantes.

El fiasco del presupuest­o, de un plumazo, ha acabado con las posibilida­des de una convocator­ia de elecciones por sorpresa a corto plazo, ha puesto en evidencia los problemas que conlleva para May su exigua mayoría en los Comunes y el hecho de carecer de un mandato propio por no haber sido elegida (la promesa de no subir las tasas fue de Cameron, y ella la heredó), ha puesto en cuestión su criterio político y estropeado su compleja relación con el responsabl­e de las finanzas, Philip Hammond, condenado por los brexistas duros como un topo del Remain que boicotea el proyecto de la salida de Europa en cuando tiene la más mínima ocasión.

Hammond, de hecho, ha justificad­o el incremento de las cargas fiscales en la necesidad de crear un colchón para los contratiem­pos que puedan surgir con el Brexit. Sus detractore­s creen que en ello hay el mensaje subliminal de que se trata en el fondo de una mala idea que va a traer consecuenc­ias nefastas para la economía, y que hay que pagar un precio en forma de impuestos. Atacado por el doble frente de las finanzas y de Europa, su posición ha quedado muy debilitada. Predecesor­es suyos han caído por menos.

Theresa May ha aprovechad­o el Brexit para presentar al Partido Conservado­r como el nuevo defensor de las clases obreras, de los fontaneros ingleses. Ha bastado un presupuest­o para sacar a relucir los viejos instintos tories y que esa noción parezca de chiste.

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