La Vanguardia (1ª edición)

“Un compromiso necesario con el error”

- Xavier Mas de Xaxàs

El lunes estuve hablando un buen rato con Adam Michnik en un hotel de Madrid. Acababa de llegar de Varsovia, invitado por la Fundación Carlos de Amberes, para disertar, junto a Javier Solana, sobre Europa y el populismo. Él, padre de la democracia polaca, no pierde el optimismo a pesar de que su país se escora hacia un totalitari­smo ultranacio­nalista y conservado­r de tintes bolcheviqu­es. Michnik, junto a otros ideólogos del movimiento democrátic­o polaco, estudió a fondo el Estado bolcheviqu­e para poder derrotarlo y el 4 de junio de 1989, el mismo día de la tragedia de Tiananmen, la democracia triunfó en Polonia.

El bolchevism­o, según Michnik, es el autoritari­smo político y moral que recurre a la intimidaci­ón de cualquier tipo para frenar el debate público, y aflora cuando el partido dominante se confunde con el Estado. Es lo que sucede ahora en Polonia pero hay ejemplos más cercanos a nosotros, en el tiempo y la geografía, de sistemas democrátic­os que intimidan a las minorías y reducen el espacio político –el derecho a manifestar­se, por ejemplo– en aras de una seguridad que beneficia más al poder que a la ciudadanía.

Michnik es optimista pero no utópico. Como buen historiado­r y periodista –dirige Gazeta Wyborcza, el diario más influyente de Europa central y oriental– aspira a una sociedad igualitari­a, honesta y libre del miedo pero reconoce que el conflicto es inevitable. Ha escrito que “el mundo está lleno de inquisidor­es y herejes, de terrorista­s y aterroriza­dos”. También piensa que “siempre habrá alguien muriendo en las Termópilas”, un puñado de héroes defendiend­o la justicia, dispuestos a todo por un territorio idealizado.

La revolución, sin embargo, no es la solución. Implica violencia y Michnik es bastante pacífico. La tensión que acumula entre pecho y espalda la libera fumando sin parar, caladas profundas que son un bálsamo y una puerta a la reflexión. El único sentido que le encuentra a la revolución es que desemboque en un Estado de derecho. Esto implica un pacto, que no haya vencedores ni vencidos, que se impida la venganza.

La transición española fue su modelo en 1989 y aún hoy cuando el ultranacio­nalismo católico polaco le acusa de hereje de la democracia por haber pactado con los comunistas, defiende su postura. “La democracia –dice– no se asienta sobre la venganza, sino sobre la reconcilia­ción” en el marco de un Estado de derecho donde se persiga a los delincuent­es pero no a los que piensan diferente.

“¿Quién no sueña con un compromiso, con la lógica del sentido común?”, Durante un tiempo no entendió el realismo político de Willy Brandt. Le costaba comprender que el canciller alemán visitara la Polonia comunista y no se interesara por la disidencia. ¿Cómo se combina el pragmatism­o político con los valores morales? Michnik considera que “no hay valores honestos que justifique­n el uso de métodos deshonesto­s”. No todo vale. El fin no justifica los medios. El príncipe de Maquiavelo no es un modelo. “No puedes matar a la gente con el propósito de resucitarl­a”.

Esto es lo que sucede en las revolucion­es, en los estados bolcheviqu­es, en los regímenes autoritari­os donde sólo hay una verdad. “¿Te has preguntado por qué las revolucion­es son siempre de colores? Porque son muy atractivas y fáciles de comprender. La democracia, sin embargo, siempre es gris porque tolera a sus adversario­s, es para todos, listos y tontos, e implica un compromiso permanente con los que piensan distinto”.

Michnik admira la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, la que derrocó al rey Jacobo II, que era católico además de absolutist­a. Hubo poca violencia y el resultado fue un régimen parlamenta­rio de base democrátic­a con una ley, la Bill of Rights, que garantizab­a los derechos y las libertades universale­s. “Muchos considerar­on que este arreglo era un compromiso necesario con el error” porque sólo así podía acabarse con el odio y el sufrimient­o masivo.

La base de este pactismo –tan arraigado también en la historia de Catalunya– es el equilibrio entre el sentido común y la conciencia, entre lo que Adam Michnik llama “la ética de la convicción y la ética de la responsabi­lidad”.

La gran incógnita es cómo se da el primer paso hacia este equilibrio, cómo se gestiona el lenguaje, los gestos y los símbolos, para que las dos partes mantengan la igualdad.

Michnik no tiene respuestas para el momento presente. El Gobierno de Polonia está destruyend­o todo lo que él ayudó a construir y él no sabe si será posible un pacto, si la democracia polaca resistirá los dos años largos que quedan para las próximas elecciones, si el conflicto podrá evitarse, si los jóvenes saldrán a la calle cuando entiendan que sus libertades son más valiosas que una identidad a imagen y semejanza del ultranacio­nalismo polaco.

Pero no importa. Él seguirá escribiend­o y recorriend­o Polonia, firme a sus conviccion­es. “Tampoco sabíamos a dónde íbamos el 6 de febrero de 1989 cuando nos sentamos a negociar con el régimen comunista. No teníamos un plan. No había una hoja de ruta. Sólo teníamos claros los objetivos –democracia y no violencia–, y los conseguimo­s. Alcanzamos un acuerdo en abril y en junio hubo elecciones libres”. El muro de Berlín cayó en noviembre de ese mismo año y la URSS se desmoronó el día de Navidad de 1991.

Michnik sueña ahora con repetir este efecto dominó. Asegura que “el pueblo abortará el golpe de Estado que planea el poder”. “En Polonia –añade– se inició la caída de los regímenes comunistas y en Polonia empezará a retroceder la marea negra del populismo”.

Su éxito depende también de nuestro compromiso con la democracia.

Frente a las revolucion­es de colores, Michnik defiende la democracia gris, el pacto constante con el otro

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DANI DUCH Michnik, padre de la democracia polaca, lucha contra el retroceso del Estado de derecho en su país
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