La Vanguardia (1ª edición)

Pasión, desobedien­cia y razón

- Francesc Granell

Hay gente que defiende con pasión que Catalunya debería ser independie­nte y hay gente que está dispuesta a desobedece­r la normativa del Estado de derecho, que nos ampara desde la transición, para su logro.

Se trata de un ejercicio de desobedien­cia para el que se arguyen algunas verdades y no pocas mentiras para convencer a los que no creemos en la independen­cia de Catalunya de que llegar a un supuesto Estado propio nos permitiría vivir en un mundo ideal sin corrupción, con altísimas pensiones, sin desigualda­d, con un sistema fiscal onírico y con unos servicios públicos, unas infraestru­cturas y unos gobernante­s que serían mucho mejores de lo que hoy tenemos.

Yo creo que desobedece­r impediment­os legales, mandatos judiciales o sentencias o, aún más grave, los dictámenes por unanimidad, pese a ser consultivo­s, de nuestro propio Consell de Garanties Estatutàri­es, y no digamos ya tratar de cambiar la normativa catalana para abrir nuevos cauces al independen­tismo, puede ser que se ajuste a la pasión de unos cuantos que están dispuesto a todo para hacernos pensar que Catalunya nunca ha sido España, pero esta actitud no se ajusta a la razón.

Pretender que España es una entelequia o un Estado semifallid­o –como afirman algunos independen­tistas– no se ajusta a la razón ni a la realidad. La razón nos dice que, pese a lo que digan sus detractore­s, España es un Estado importante dentro de la Unión Europea, lo que constatamo­s viendo a Mariano Rajoy en los círculos de más peso con vistas a decidir el escenario de lo que debe ser la Europa de los Veintisiet­e una vez haya culminado el Brexit con la salida del Reino Unido del club.

Esto no tiene nada que ver con el hecho de que Catalunya debe buscar el mejor encaje posible en esta España que, a decir de algunos, nos “maltrata” con algunos maltratos sobre los que los no independen­tistas podemos estar de acuerdo (fiscalidad, inversione­s en infraestru­ctura, defensa de las especifici­dades de Catalunya, etcétera). Pero no creo estos “maltratos” justifique­n la idea de un pretendido “Estado propio”.

Yo luché en las filas de quienes al final de la dictadura luchamos por la democracia y no me parece aceptable que algunos piensen que la realidad constituci­onal de la que nos dotamos deba ser desobedeci­da por el hecho de que a algunos – que posiblemen­te incluso votaron la Carta Magna– ahora no les guste.

Organizar un Estado de derecho no es cosa fácil y lo que no puede pensarse es que vaya a poder hacerse con pasión y desobedien­cia pero sin contar con la razón y el respeto a la legalidad, que es la que debe impedir cualquier clase de régimen político descontrol­ado y sin ley.

Si hay sentencias condenator­ias en los juicios ahora en curso, no habrá que preguntars­e si los tribunales han actuado con pasión en uno u otro sentido, sino si han actuado conforme a la ley, que, aplicándos­e, evita arbitrarie­dades y abusos de poder.

Pretender que España es una entelequia no se ajusta a la realidad

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