Pasión, desobediencia y razón
Hay gente que defiende con pasión que Catalunya debería ser independiente y hay gente que está dispuesta a desobedecer la normativa del Estado de derecho, que nos ampara desde la transición, para su logro.
Se trata de un ejercicio de desobediencia para el que se arguyen algunas verdades y no pocas mentiras para convencer a los que no creemos en la independencia de Catalunya de que llegar a un supuesto Estado propio nos permitiría vivir en un mundo ideal sin corrupción, con altísimas pensiones, sin desigualdad, con un sistema fiscal onírico y con unos servicios públicos, unas infraestructuras y unos gobernantes que serían mucho mejores de lo que hoy tenemos.
Yo creo que desobedecer impedimentos legales, mandatos judiciales o sentencias o, aún más grave, los dictámenes por unanimidad, pese a ser consultivos, de nuestro propio Consell de Garanties Estatutàries, y no digamos ya tratar de cambiar la normativa catalana para abrir nuevos cauces al independentismo, puede ser que se ajuste a la pasión de unos cuantos que están dispuesto a todo para hacernos pensar que Catalunya nunca ha sido España, pero esta actitud no se ajusta a la razón.
Pretender que España es una entelequia o un Estado semifallido –como afirman algunos independentistas– no se ajusta a la razón ni a la realidad. La razón nos dice que, pese a lo que digan sus detractores, España es un Estado importante dentro de la Unión Europea, lo que constatamos viendo a Mariano Rajoy en los círculos de más peso con vistas a decidir el escenario de lo que debe ser la Europa de los Veintisiete una vez haya culminado el Brexit con la salida del Reino Unido del club.
Esto no tiene nada que ver con el hecho de que Catalunya debe buscar el mejor encaje posible en esta España que, a decir de algunos, nos “maltrata” con algunos maltratos sobre los que los no independentistas podemos estar de acuerdo (fiscalidad, inversiones en infraestructura, defensa de las especificidades de Catalunya, etcétera). Pero no creo estos “maltratos” justifiquen la idea de un pretendido “Estado propio”.
Yo luché en las filas de quienes al final de la dictadura luchamos por la democracia y no me parece aceptable que algunos piensen que la realidad constitucional de la que nos dotamos deba ser desobedecida por el hecho de que a algunos – que posiblemente incluso votaron la Carta Magna– ahora no les guste.
Organizar un Estado de derecho no es cosa fácil y lo que no puede pensarse es que vaya a poder hacerse con pasión y desobediencia pero sin contar con la razón y el respeto a la legalidad, que es la que debe impedir cualquier clase de régimen político descontrolado y sin ley.
Si hay sentencias condenatorias en los juicios ahora en curso, no habrá que preguntarse si los tribunales han actuado con pasión en uno u otro sentido, sino si han actuado conforme a la ley, que, aplicándose, evita arbitrariedades y abusos de poder.
Pretender que España es una entelequia no se ajusta a la realidad