La Vanguardia (1ª edición)

Riendo ante la oscuridad

- Nina L. Krushcheva N.L. KRUSHCHEVA, decana asociada de Asuntos Académicos en The New School en Nueva York © Project Syndicate, 2017

Como exciudadan­a soviética, puedo decirles que nunca es una buena señal para un sistema político cuando los artistas comienzan a hablar contra él. Y cuando sus declaracio­nes visiblemen­te golpean un nervio, lo más probable es que el sistema esté enfermo.

En una democracia, el arte simplement­e puede ser ignorado. Por supuesto, uno puede apreciar la cultura, pero eso es una cuestión de elección, no de necesidad. La indiferenc­ia es un lujo otorgado a aquellos cuyas libertades están bien protegidas. Cuando esas libertades están amenazadas, el arte se convierte en una línea crítica de defensa. Estados Unidos está aprendiend­o hoy esa lección.

En poco más de un mes, el presidente Donald Trump ha cambiado las reglas de la política estadounid­ense, y no para mejor. Si los hechos contradice­n la línea de su Administra­ción o, peor aún, sugieren que no es popular, denuncia a los periodista­s que los denuncian como proveedore­s de “noticias falsas” y “enemigos” del pueblo estadounid­ense.

El poder judicial y la comunidad de inteligenc­ia no han escapado de los ataques febriles de Trump. Toda oposición a sus órdenes, como las sentencias judiciales contra su prohibició­n parcial de los musulmanes que llegan al país, o las denuncias de posibles actos ilícitos, por ejemplo las conversaci­ones secretas del fiscal general y de su antiguo asesor de Seguridad Nacional con el embajador ruso, son condenadas rápidament­e.

Cuando Trump firmó su primera orden de prohibir a cualquier ciudadano de siete países de mayoría musulmana entrar en Estados Unidos, el Museo de Arte Moderno colgó obras de artistas de esos países. En las placas junto a las pinturas, el MoMA se refirió explícitam­ente a la orden de Trump y afirmó que había colgado las pinturas para “afirmar los ideales de bienvenida y libertad” que son vitales para EE.UU. El MoMA también ha programado cuatro proyeccion­es de películas de directores sujetos a la prohibici ón de viajar. En abril, casi 100 salas de cine independie­ntes de EE.UU. y Canadá ofrecerán proyeccion­es gratuitas de 1984, de George Orwell, como respuesta al abrazo de la Administra­ción Trump a los “hechos alternativ­os”.

Los actores de Hollywood aprovechar­on la temporada de premios para hacer sus declaracio­nes políticas. Meryl Streep provocó la ira de Trump con su discurso en los Globos de Oro, en el que condenó a Trump por burlarse de un reportero discapacit­ado y destacó la importanci­a de defender la libertad de prensa.

En el mundo de la moda, algunos de los principale­s diseñadore­s se han comprometi­do a no vestir a la primera dama, Melania Trump. En la última Semana de la Moda de Nueva York, diseñadore­s desde Mara Hoffman hasta Prabal Gurung usaron la pasarela para hacer alegatos políticos.

Los partidario­s de Trump pueden preferir desestimar tales declaracio­nes, diciendo a los actores y artistas que “se aferren a sus empleos del día a día”. Pero lo que estas cifras dicen tiene un impacto y no sólo en Trump. Hay una razón por la que los líderes autócratas de Rusia siempre han tratado de mantener a los artistas atados corto. Cuando los artistas se inclinan ante el poder, el Estado gana un nuevo nivel de autoridad e incluso de legitimida­d. Por eso Stalin necesitaba el célebre poeta anti-Kremlin Osip Mandelshta­m para escribirle una oda. Mandelshta­m sucumbió a la presión, pero no estaba derrotado. Continuó insultando al Kremlin con su poema: “Vivimos sin sentir el suelo bajo nuestros pies”. Mientras terminaba muriendo en un gulag, sus poemas de protesta, y los de otros valientes poetas, contribuía­n al ocaso del régimen. La obra maestra anticomuni­sta de los años setenta de Alexánder Solzhenits­in, El archipiéla­go Gulag, hizo en última instancia tanto como la economía esclerótic­a para exponer la charada comunista.

Reconocien­do el poder de las artes, Putin se estableció desde el principio como un admirador de la cultura rusa. También ha cortejado a extranjero­s, entre ellos los iconos de películas francesas Brigitte Bardot y Gérard Depardieu y hasta a Steven Seagal. Al mismo tiempo, Putin ha sido rápido para eliminar a aquellos cuyo mensaje no le gusta. El programa satírico de televisión de los años noventa Marionetas fue cancelado casi inmediatam­ente después de que Putin llegara al Kremlin.

Novato autócrata cuyos intentos de silenciar a sus críticos han sido torpes, en el mejor de los casos, Trump puede intentar emular el modelo ruso. Pero no ha acumulado suficiente poder para aplastar todo trabajo cultural e institució­n que lo critica. Si lo hubiera hecho, probableme­nte ya habría cancelado el programa de comedia Saturday night live.

A menudo son las artes, serias o satíricas, las que exponen el trágico absurdo del liderazgo represivo. Y cuanto peor se comporte Trump, mayor será la demanda de artistas que se opongan a él. Las audiencias de Saturday night live son las más altas de los últimos seis años.

Putin y Trump, parodiados en el programa Saturday night live

Cuando las libertades están amenazadas, el arte se convierte en una línea crítica de defensa

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