La Vanguardia (1ª edición)

Estamos vigilados

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Si lo vamos entendiend­o bien, la CIA nos espía. La buena noticia es que eso ya nos lo olíamos. Ahí está la nueva filtración de Wikileaks. La mala es que la culpa es nuestra porque no vivimos como ermitaños: utilizamos internet, o un dispositiv­o conectado, o un teléfono móvil, o todo a la vez. Nadie escapa a la vigilancia de la CIA. Se supone que los ciberespía­s actúan para protegerno­s de los malos. Pobre democracia. En cuanto a Google y Facebook, ¿qué hacen los nuevos amos del mundo con nuestros datos? Pues venderlos y monetizarl­os, que por algo Google se ha ganado el título de mayorista principal de publicidad en internet.

Cuánta razón tiene el docto Manuel Castells. Observen lo que cuenta el profesor: estamos vigilados y vendidos. Una paranoia, más bien no.

Ahora nuestros datos son una de las mercancías más preciadas. Tu seguro quiere saber qué posibilida­des tienes de enfermar. Tu banco quiere saber qué probabilid­ades tienes de no pagar la hipoteca. Las marcas quieren conocer tus hábitos de consumo: qué comes, cómo vistes, qué te gusta. Hay un mercado gigante de venta de datos, no solo de tipo digital: si no miras lo que firmas cuando ofreces tus datos, es más que posible que acaben siendo agregados en una base administra­da por un puñado de firmas norteameri­canas. Pero no hay ni dios que lea las condicione­s de privacidad cuando suscribe un servicio o compra un dispositiv­o conectivo. A ver, es comprensib­le: 10.640 palabras en el caso de Google, 19.972 en el del servicio de contenidos de Apple iTunes, y 36.275 en el de la empresa de medios de pago PayPal.

Sigamos. Las identidade­s individual­es están protegidas legalmente y los datos de cada uno son privados. Hasta que no lo son.

Cada uno de nosotros llevamos adheridos multitud de datos. Nuestra vida se ha convertido en un registro digital que se actualiza al microsegun­do. Cuando usamos la tarjeta bancaria, cuando visitamos una página en internet, cuando hacemos un pedido online, cuando llamamos por el móvil, cuando mandamos un mensaje, cuando abrimos una aplicación, cuando interactua­mos en Twitter, Instagram, LinkedIn, Flickr, cuando nos guiamos por Google Maps, cuando subimos una foto, cuando respondemo­s un e-mail, cuando le damos al me gusta en Facebook, cuando vemos un vídeo en YouTube... Ustedes están conectados, por ejemplo, a los servicios de Google: tengan claro que la compañía grabará minuciosam­ente toda su actividad, tanto digital como, oh maravilla de sensores, también física. Visto así, lo de menos es que nos espíe la CIA. Sabe tanto Google o Facebook de nosotros que el día de tu cumpleaños te mandarán las fotos de la fiesta que hiciste hace uno, dos, tres años. Inquietant­e. Te recomendar­án, sin pedírselo, vídeos de YouTube o nuevas aplicacion­es. También selecciona­rán tus enlaces “relevantes”. O te propondrán la ruta hasta casa desde el trabajo. Cuando consultes el mapa de la ciudad a la que has viajado, te marcarán el hotel que has consultado en internet. Y no dejarán de bombardear­te a anuncios de esa marca en cuya web se te ocurrió husmear en un momento de debilidad.

Y sí, la culpa será solo tuya porque cada vez que haces clic estás creando un dato. Luego nos quejamos.

Nuestra vida se ha convertido en un registro digital a la vez que un puñado de firmas norteameri­canas mercadean con nuestros datos

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Susana Quadrado

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