La Vanguardia (1ª edición)

Selección cultural

- Llucia Ramis Barcelona

Suele decirse que el premio Ramon Llull equivale al Planeta en catalán: lo otorga el mismo grupo y es el mejor dotado en su lengua, con 60.000 euros. También es el que tiene más promoción. Barcelona bulle de actos a la vez: Ian McEwan está en el CCCB, Rodrigo Fresán en La Central, Marc Pastor en la Gigamesh, Roger Mas y Raül Garrigasai­t en La Calders; en el auditorio de la ONCE, Teresa Solana recibe el Roc Boronat. Pero el centro del poder editorial se halla en el hotel Palace. Turistas con bolsas de marca esperan el ascensor en el hall mientras, en uno de los salones, bajo arañas espectacul­ares y donde el calor es sofocante, Helena Garcia Melero recuerda una cena en casa de Pilar Rahola. Ella leyó a sus invitados el fragmento de un libro que estaba escribiend­o; resultó ser el principio de Rosa de cendra, con el que ha obtenido el Ramon Llull. En privado, alguien comenta que hizo lo mismo en una calçotada.

Si no hubiera sido por su amigo Vicenç Villatoro, que la introdujo en el absorbente mundo de la televisión, Rahola sería escritora (sin la apostilla de mediática); ya fue editora y crítica. Pero la vida le pasó por encima, “y la literatura necesita pausa”, suspira. Tras los parlamento­s, aperitivo. Está el presidente de Planeta, Josep Creuheras; el de la Generalita­t, Carles Puigdemont; el galardonad­o del año pasado, Víctor Amela; el Josep Pla de 2008, Melcior Comes; el premi d’Honor de les Lletres Catalanes, Isabel-Clara Simó. También Miquel Iceta, Salvador Cardús, Magda Oranich, la editora de Columna Gloria Gasch, Gemma Torelló de los cavas, César Royo, director del hotel Casa Fuster, Fede Sardà, del Luz de Gas.

Los reyes de la fiesta son el expresiden­te del Barça, Jan Laporta, y Bernat Dedéu, candidato a la presidenci­a del Ateneu Barcelonès. Su campaña ha hecho tanto ruido que Àngel Casas le pregunta si ya ha ganado. Jordi Cabré comenta, con un ánimo que empieza como su apellido, un artículo de Cristian Segura en El País que los tilda (a él, a Dedéu y otros) de trumpistas y alt-lib (un alt-right que cambia la derecha alternativ­a por el liberalism­o). El director de Grup 62, Emili Rosales, destaca el mérito que supone que no hubiera dudas entre tres miembros del jurado tan dispares como Pere Gimferrer, Gemma Lienas y Carles Casajuana. En total, se presentaro­n 52 originales al Ramon Llull. Pero, ¿qué fue de los demás? ¿Dónde acaban los que no se publican?

David Foenkinos ha inventado La biblioteca de los libros rechazados. Tras el éxito de Charlotte, creyó que no podría volver a escribir. Entonces imaginó un lugar donde acabaran esos manuscrito­s que nunca salen a la luz. Lo ubicó en la Bretaña, de manera que los autores tuvieran que cruzar toda Francia para depositarl­os en Finisterre. Cuál no fue su sorpresa al descubrir que, quizá porque estaban de vacaciones por la zona, algunos lectores suyos han empezado a dejar allí sus obras, y un espacio que formaba parte de la ficción hoy existe de verdad.

Lo contaba en el Instituto Fran-

cés, lleno hasta los topes. Pilar Beltran de Ediciones 62 y Gerardo Marín de Alfaguara se sentaban en primera fila. A Foenkinos lo acompañaba Carme Fenoll, que ha sido jefa del Servei de Bibliotequ­es de la Generalita­t cinco años. El día de la Mujer recibió la notificaci­ón de que no seguirá siéndolo. Nadie ha dado tanta visibilida­d a las biblioteca­s como ella. De ahí que el sector se pregunte: ¿qué le pasa a la cultura? ¿Por qué le cuesta valorar el trabajo bien hecho?

En la biblioteca Jaume Fuster, Julià Guillamon aventura que ésta, la cultura, se sostiene gracias a las guerrillas, “son las editoriale­s independie­ntes las que aguantan el país”. Lo dice en la presentaci­ón

del catálogo Edicions 1984. La ciutats dels

llibres, correspond­iente a la exposición de la que fue comisario. El fundador de 1984, Josep Cots, ha descubiert­o a grandes autores como Jordi Lara o Sílvia Alcàntara. Y le pasa lo mismo que a Jaume Vallcorba: le son fieles y no se presentarí­an a premios “que ganaría un presentado­r del tráfico sólo porque sale en la tele”, según Guillamon. Él y Cots coinciden en que, en cuanto las institucio­nes se ocupan de algo, eso se acaba, porque sólo les interesa saber si eres uno de los suyos; además, la burocracia lo eterniza todo. Por eso, añaden, el Arts Santa Mònica funcionaba tan bien cuando lo dirigía Vicenç Altaió, porque trabajaba como en las barricadas. Tal vez, igual que en la selección natural, también en la cultura hay un origen de las especies. Alguien los crea y ellos se juntan. La cuestión es si sobrevive el más fuerte.

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PAU CORTINA / ACN
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LLUCIA RAMIS
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LLUCIA RAMIS
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