La rubia imposible
Tippi Hedren fue una rubia imposible para Alfred Hitchcock. La moldeó a su gusto en la pantalla, pero no pudo poseerla fuera de ella. Primero la asedió psicológicamente, después la atacó incluso con pájaros reales en el cine. Ella cerró siempre la puerta a las insinuaciones del director y esto truncó su carrera profesional. Más adelante, la actriz prefirió acoger otro tipo de fieras –leones, tigres y leopardos– a los que alimenta y conserva en su residencia de Shambala, en las montañas de Los Ángeles. En los últimos años ha participado en series de televisión y se dedica al activismo en favor de diversas causas humanitarias.
Nathalie Kay Hedren nació en New Ulm (Minnesota, EE.UU.) en 1930. Su padre provenía de una familia sueca y su madre tenía antepasados noruegos y alemanes. Recibió bautismo y matrimonio luterano y asistió a la iglesia hasta los 25 años. Fue el padre, que regentaba una pequeña tienda en Lafayette, quien le impuso el apelativo de Tippi (cariño, en sueco). Siendo adolescente desfiló un tiempo en las pasarelas, hasta que en 1950 se largó a Nueva York donde intervino como figurante en una película musical. En los cincuenta y los sesenta apareció en la portada de revistas de moda, pero no estaba interesada en ser actriz.
Hitchcock la llamó en 1961 después de verla en un anuncio publicitario. Al realizador le excitaba la aparente frialdad de las actrices rubias con las que trabajó: Grace Kelly, Ingrid Bergman, Janet Leigh, Kim Novak, Eva Marie Saint… Así se convirtió en un Pigmalión obseso y perfeccionista que, en el caso de Hedren, conjugaba el detalle de los peinados y el vestuario de los personajes que le confiaba con la imposición de una dieta alimenticia y el control estricto de su vida privada. La actriz lo reveló en un libro de memorias en el que describe la cárcel mental que le fabricó Hitchcock. En 1963, durante el rodaje de Los
pájaros, que duró seis meses, el director utilizó aves de carne y hueso, en lugar de animales mecánicos, como le había anunciado en un principio. Hedren estuvo a punto de perder un ojo y necesitó asistencia médica por la neurosis a la que estuvo sometida. Aunque obtuvo el Globo de Oro a la actriz revelación, la tortura prosiguió durante el rodaje de
Marnie, la ladrona al cabo de un año. Los intentos de Hitchcock de acorralar y besar a la actriz contra su voluntad desmontan la imagen del que siempre pareció un educado caballero británico, que amenazó a Hedren con destruir su carrera y consiguió que durante unos años no pudiera trabajar. A pesar de todo, ella, que nunca se consideró una gran actriz, reconoció la provechosa formación que le proporcionó Hitchcock. En 1966 trabajó con Charles Chaplin en La condesa de
Hong Kong junto a Marlon Brando y Sophia Loren, aunque sólo en algunas escenas fugaces.
El primer matrimonio de Hedren fue con Peter Griffith, padre de Melanie –nacida en 1957–, de quien tiene dos nietas: la actriz Dakota Johnson y Stella del Carmen Banderas. Durante el rodaje de El gran rugido, que la obligó a vivir en Mozambique una larga temporada, Hedren y su segundo marido, Noel Marshall, sintieron una repentina atracción por la fauna local, hasta el punto de que compraron un cachorro de león para adoptarlo como animal de compañía. Desde entonces, la actriz vive volcada al cuidado de las bestias salvajes que protege en su residencia de California. Y no es fácil conseguir 56.000 euros mensuales para alimentar a los leones y tigres de su rancho que consumen 200 kilos de carne cada día.
Hedren forma parte de este tipo de actrices que traspasan la pantalla. Hitchcock quedó atrapado entre las ficciones que le inventaba y el deseo oculto que le empujaba a intentar disponer de ella como un juguete. El hecho de que se le resistiera aún desbocaba más su pasión. Ella tan sólo era una mujer recatada, de educación luterana, que al fin ha preferido entenderse con las fieras de verdad.