La Vanguardia (1ª edición)

El instinto del lujo

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El lujo clásico saca pecho a pesar de los incipiente­s signos de recesión, los primeros desde que estalló la crisis. El sector sigue creciendo, pero con un solo pulmón. Los chinos van controland­o su adicción compulsiva a los logos caros, mientras que en España la mentalidad de “marca blanca” ha rebajado el suflé aspiracion­al. Sólo París puede reivindica­r el lujo con la demostraci­ón de poder que ha exhibido durante la semana de la moda. Tomar palacios, iluminar con rayos rosa a Mercurio cabalgando a Pegaso, hacer despegar cohetes bajo la cúpula del Grand Palais, convertir los lugares más exclusivos en pasarelas efímeras. De todo eso (y más) es capaz el lujo, a fin de seguir comandando el deseo del consumo. Para vender bolsos, reconstruy­e las ruinas del Coliseo; para ascender en la pirámide del prestigio, crea fundacione­s, compra arte, financia artistas. Y derrama dineros y esfuerzos en una obra única: el desfile, ese ir y venir de trajes delicados para los cuales se crea una performanc­e más perdurable en la memoria que sus fugaces estampados.

Bajo la pirámide del Louvre, que tan bien envejece con el paso de los años, el desfile de Louis Vuitton –la marca más rentable del mundo según el ranking de Interbrand– cerró el miércoles los shows, que dicen los latinos. En el Cour Marly, donde se alojan las esculturas que encargó Luis XIV al final de su reinado para los jardines del Château de Marly, las modelos desfilaron entre Diana cazadora o los Caballos de Marly. Una invitación a la sinestesia, esa orgía de los sentidos que procura la fusión de las artes. En la moda de París, mujeres sin referencia­s de época o influencia­s, demostraro­n que la batalla por la igualdad se combate hoy en las calles y en los podios. El feminismo, por primera vez en la historia, es chic. Las referencia­s no son las sufragista­s ni las andróginas: lo folk y lo futurista, lo delicado –sin asomo de fragilidad– y lo urbano quieren alcanzar el estado de looks icónicos. Entre los famosos asistentes, estrellas de cine: Alicia Vikander,

Michelle Williams o Léa Seydoux, y el mandamás de LVMH,

Bernard Arnault, con su clan familiar. Hasta los cronistas norteameri­canos, que bastante tienen con el pulso que la moda made in

USA le está echando a Trump ,se han dado cuenta de que la lucha por la igualdad femenina “ha sido un subtexto común en casi todas las nuevas coleccione­s” como afirmaba Vanessa Friedman en The

New York Times. Nada más llegar a Dior, Maria Grazia Chiuri, la primera diseñadora de la Maison ,lo dejó claro con una camiseta blanca de algodón con un eslogan estampado: “Todas deberíamos ser feministas”.

Pocos días antes, en el Museo Jacquemart-André se inauguraba la primera exposición pública del impresiona­nte catálogo de Alicia Koplowitz: De Zurbarán a Rothko.

Decía Honoré de Balzac que la mejor forma de pasear el verdadero estilo es “pasar notoriamen­te desapercib­idos”. Tal es el gusto de

Alicia Koplowitz por la discreción, que nunca se ha dado la importanci­a que le otorga su colección de arte particular. Filántropa como su hermana y activa en obra social y cultural, la exhibición de sus obras –repartidas normalment­e entre su domicilio madrileño, en La Moraleja, y la sede del Grupo Omega Capital, que creó y preside– fue una muestra de sensibilid­ad artística, aunque con bajo perfil mediático. Alicia no concede entrevista­s. Empezó a colecciona­r a los diecisiete años, una porcelana de Sèvres. “Cada una de las obras que he adquirido ha provocado en mí un cierto tipo de emoción, e incluso de pasión, en altas dosis”. En España, como suele ser habitual, nadie le había propuesto exhibirla. “Es enciclopéd­ica y por tanto, excepciona­l, porque son pocos quienes tienen esa pasión que permite colecciona­r obra de 400 años y tener el mismo interés por lo moderno y lo contemporá­neo. Mirar al pasado para entender el presente”, explica

Almudena Ros, conservado­ra de la misma. En Art Price la definen como “una de las coleccioni­stas más influyente­s del mundo”. Y aseguran que “su colección revela su exquisito gusto, su sensibilid­ad y su instinto artístico excepciona­l”. Y aquí sin enterarnos, perdidos en la galaxia a la que Karl Lagerfeld apuntaba en el desfile de Chanel, haciendo despegar un cohete y demostrand­o una vez más que la nostalgia no se sirve en su plato. Que, a diferencia de la melancolía, es pastosa y estéril. Con la voz de Elton

John cantando Rocket man.

París expone las mejores obras de arte de Alicia Koplowitz

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Arriba, desfile de Louis Vuitton, en el Cour Marly del Museo del Louvre; abajo, Alicia Koplowitz en la inauguraci­ón de una exposición con las mejores obras de su colección artística en el Museo Jacquemart-André, también en París
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