Asalto de la CUP a la sede del PP
CON inquietante naturalidad, medio centenar de activistas de Arran –una rama juvenil de la CUP– trataron el lunes de allanar la sede del PP en Barcelona, bajo la mirada aprobatoria de una diputada, Anna Gabriel, y de un exdiputado, David Fernàndez, lo que no deja de ser un aviso muy peligroso: la vía parlamentaria no le parece eficaz a la CUP y traslada la forma de hacer política al acoso a un partido con el que comparte el hemiciclo del Parlament de Catalunya. No parece una forma de coherencia democrática muy ejemplar.
Los restantes partidos parlamentarios y el presidente de la Generalitat condenaron con prontitud los hechos, la enésima salida de tono de un socio tan imprescindible como impredecible. La encrucijada política que vive Catalunya, con un Govern dispuesto a convocar un referéndum en septiembre sin acuerdo con el Gobierno español y al margen del propio Estatut, invita a extremar la serenidad y exige un escrupuloso cuidado de las formas, sobre todo en lo que respecta a los adversarios. Días atrás, un conseller destacado, Raül Romeva, asociaba a Ciutadans con el falangismo desde su escaño en el Parlament, una mención poco afortunada porque evoca la Guerra Civil y sus bandos. Con vistas a los próximos meses, los políticos y agentes sociales catalanes tienen la obligación de mantener la convivencia y encauzar el diálogo, lejos de cualquier complacencia con actuaciones antidemocráticas como la protagonizada por Arran.