Retrato íntimo de Salvador Pániker
Cuesta creer que Kim Jong Un sea real. Parece un villano de la Marvel, con esa estética comunikitsch y la amenaza permanente de acabar con el mundo de un pepinazo nuclear. Quizá por eso –y porque es uno de los países más inaccesibles del mundo–, Corea del Norte provoca cierta fascinación morbosa.
La que provoca Corea del Sur es distinta. Es un referente, casi un milagro. La guerra la dejó en una situación de miseria tan absoluta que, en los años sesenta, las Naciones Unidas prefirieron dirigir las ayudas a Senegal, porque allí aún serían útiles. Lo cuenta Josep M. Brañas i Espiñeira en la Altaïr. “Su desarrollo gracias a la cultura del esfuerzo inspira a otras naciones”, añade Josep M. Coll. Son profesores, conocen el país. Los surcoreanos salieron adelante en un tiempo récord. Samsung, Hyundai, LG son algunas de las empresas más potentes del planeta. Pero ¿cómo se adaptan al sistema de producción tecnoliberal?
Los periodistas Daniel Wizenberg y Julián Varsavsky consideran que, en el fondo, son Dos caras de una misma Corea . El Yin y el Yang. Se complementan. Publicacesa, do por Clave Intelectual, este libro ofrece sus visiones respectivas de Pyonyang y Seúl, que no se corresponden con la idea que tenemos. Wizenberg dice que en el norte no están todos militarizados, y que el problema es ignorar qué está prohibido y qué no (encarcelaron a un norteamericano por llevarse un póster del líder).
Varsavsky entra por vídeo desde el comedor de su casa, en Argentina. Tiene alfombras de angora, un estampado de piel de leopardo en la butaca. Él indagó en la parte más oscura de Corea del Sur. Habla del examen de acceso a la universidad, tan duro que incluso detienen el tráfico aéreo durante la prueba de inglés. Los estudiantes duermen cinco horas como máximo. A diferencia de los norcoreanos, pueden entrar y salir de su país. Pero como apunta el filósofo Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, tú eres tu propio carcelero, tu propio explotador.
En cierto modo, Gabi Martínez trata este tema en Las defensas (Seix Barral). El ingreso de un neurólogo en el psiquiátrico, vencido por el estrés, le sirve para reflexionar sobre el modo en el que vivimos. Durante la mesa redonda El arte en la calle: posibilidades creativas para un nuevo modelo de ciudad, plantea la redefinición que supondrían las supermanzanas. Lo acompaña Montse Valls, portavoz del centro de creación L’Esco- en Poblenou. Dice que estamos rodeados de cosas inertes: hormigón, asfalto, alquitrán. Y echa en falta más relación con la naturaleza, porque es así como nos relacionamos con nosotros mismos.
Arcadi Poch es gestor cultural y destaca que se habla de la polución y la contaminación acústica, pero no de la visual, que nos agrede con grandes carteles de publicidad y propaganda política. ¿Por qué está permitida en el espacio público y en cambio no lo están los murales, que son colaborativos y no llevan un mensaje comercial? Tàrrega, con su feria de teatro en la calle, ejemplifica cómo la cultura puede transformar un lugar, pero necesita la implicación de quienes la habitan. “El espacio es un estado mental”, dice.
Martínez recuerda que, cuando alguien se posicionaba libremente ante un tema, se le llamaba francotirador. La palabra era políticamente incorrecta y se intentó sustituir por librepensador, pero no cuajó. Con lo cual, ahora no hay un concepto que lo defina. “La tragedia es que la gente no sabe que es librepensadora”, dice Poch, “al sistema no le interesa, y nos tiene a todos alienados, con la sensación de estar encerrados, cuando los barrotes son mentales”. Según el padre de las supermanzanas, Salvador Rueda, hay quien tiene ansiedad al ver tanto espacio abierto donde antes había coches, acostumbrados como estamos a llenarlo siempre todo, incluido el tiempo, mirando el móvil por ejemplo.
A partir de la semana que viene, Raimon ofrecerá doce conciertos antes de retirarse. Dio el primero hace 56 años en una taberna valenciana y publicará Tot el que he cantat. Le confiesa estar Molt més a prop de les coses penúltimes a Joan Oller, director general del Palau de la Música.
Lo hace en el auditorio de RBA, donde están el presidente del grupo, Ricardo Rodrigo; el conseller de Cultura, Santi Vila; el escritor
Salvador Espriu fue a cenar a casa de Raimon y le dijo: “Le doy las gracias de parte de Ausiàs Marc”
Ramon Solsona; los editores Jordi Rourera y Berta Noy. Raimon cuenta que Al vent trata del paso de la adolescencia a la juventud, pero fue tomada como canción-protesta; lo sería la posterior Diguem no, de 1963.
Habla de la vez que Salvador Espriu fue a cenar a su casa y le dijo: “Le doy las gracias de parte de Ausiàs Marc”, después de que le cantara el poema 46, Veles
e vents. También habla de Joan Fuster, Maria Aurèlia Capmany, Joan Miró. “¿Qué tres canciones te llevarías a una isla desierta?”, le pregunta Oller. “Nunca iría a una isla desierta –contesta Raimon– pero supongo que me llevaría el teléfono para tener Spotify”. Raimon derribó muchos barrotes gracias a la palabra, en un tiempo cuya sombra es alargada. Y sus fantasmas, tan reales como Kim Jong Un y Donald Trump.