La Vanguardia (1ª edición)

La felicidad de la vida anterior

- Màrius Carol DIRECTOR

Bill Clinton reconoce en sus memorias (Mi vida) que a los cien días de su mandato se dio cuenta de que había sido demasiado optimista respecto a los cambios que podía hacer, a la vez que fue consciente de que había estado sometido a una enorme presión. Pero, al mismo tiempo, confiesa que gozaba mucho con sus labores presidenci­ales, que le encantaba vivir en la Casa Blanca y que se encontraba satisfecho personal y políticame­nte. Y concluía este capítulo de su vida con estas palabras: “Aunque disfrutába­mos mucho de nuestro trabajo, el precio emocional y físico que tuvimos que pagar durante los primeros cien días fue considerab­le”.

Donald Trump ha concedido una entrevista a la agencia Reuters al cumplirse sus primeros cien días en el poder y sus palabras –más allá de que coincide en la presión que atenaza al presidente– están en las antípodas de las de Clinton. Siente añoranza de su pasado reciente cuando dice “me encantaba mi vida interior”, asegura que trabaja mucho más que antes y se muestra desconcert­ado de su actuación cuando concluye “yo pensé que esto sería más fácil”. No entiende que haya disminuido aún más su privacidad y le disgusta que no le permitan conducir su propio coche. Ignoro si Trump ha aceptado los consejos de sus colaborado­res antes de ponerse ante el periodista, pero me atrevería a afirmar que les ha hecho poco caso. Se agradece su sinceridad, pero preocupa que se sorprenda de la dificultad de su nuevo empleo. Sentarse en la cabina del mando del planeta no es como hacer de crupier de Atlantic City. Estos cien días le han servido a Trump para darse cuenta de que la democracia estadounid­ense está por encima de cualquier manual de ocurrencia­s y que cuando el mandamás se salta las reglas puede acabar en el contenedor de reciclaje.

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