El oyente
En el futuro habrá una profesión que se llamará “oyente”. Este pronóstico de Byung-Chul Han está basado en la progresiva pérdida de nuestra capacidad de escuchar. No se refiere al oyente de radio o televisión, que mayoritariamente presta poca atención a lo que se cuenta porque tiene sintonizados un canal o una emisora para convertirlos en animal de compañía que mitigue su soledad. Habitualmente, soledad compartida. Mero uso electrodoméstico del medio de comunicación al que se le anula su primera función: transmitir para informar.
La predicción del filósofo surcoreano formado en Alemania tampoco tiene en cuenta a los asistentes a los actos públicos, absortos, la mayoría de las veces, en sus pensamientos o sopor expresados en cabezadas y bostezos. No. El oyente que necesitaremos, y al que probablemente pagaremos para que nos atienda, será la figura emergente de una sociedad empeñada en un progresivo narcisismo que nos abstrae de lo importante para encerrarnos en lo anecdótico. Que nos hace olvidar al otro para revivirnos permanentemente reconcentrándonos en el ego. Una sociedad que ha olvidado que escuchar no es un acto pasivo. Al contrario. Escuchar es atender a lo que te dicen, prestar atención, interesarte por lo que te cuentan aunque te parezca nimio, porque la escucha precede al habla y facilita el diálogo al potenciar así la actuación del otro.
Basta mirar alrededor y darnos cuenta de cómo actuamos para entender lo que se cuenta en La expulsión de
lo distinto. Grupos de jóvenes reunidos en torno a la mesa de un bar, colgados a su móvil, conectados entre ellos sin decirse palabra. Las escriben, cierto, y se las mandan a quienes tienen delante porque lo creen más interesante que soltárselo a la cara. Es posible que manifiesten mucha más sinceridad, pero mucha menos cordura. Y que confundan estar conectados con estar comunicándose; pero sólo transmiten de manera ágil e impaciente, esperando un asentimiento a expresiones que generalmente hablan de ellos. Se ve con frecuencia en algunos colaboradores de los medios audiovisuales que parecen huérfanos si no van acompañados de su artilugio móvil, al que consultan de manera compulsiva.
Y no siempre buscan referencias documentales para enriquecer su opinión, sino que, por lo general, están colgados a Twitter para comprobar si lo que están diciendo provoca la aceptación de sus seguidores a los que han puesto en alerta. Por supuesto, no les preocupan las críticas. Las ignoran si no les apetecen como provocación para reafirmarse. Lo que les pone es el elogio, a partir del cual se reafirman en sus ideales o sus intereses dejándose llevar por el aplauso fácil y regodeándose en su supuesta brillantez. Y se creen opinadores libres. No lo son. Sólo son miembros de la alborotadora sociedad del cansancio. Una sociedad sorda y sin confesor.
Escuchar es prestar atención, interesarte por lo que te cuentan, porque la escucha precede al habla