Ambicioso Machi show
No hay duda de que la alianza entre un dramaturgo importante como Ernesto Caballero (Madrid, 1958), actual director del Centro Dramático Nacional, y una actriz como Carmen Machi, inscrita de hace tiempo en la nómina de las divas más aplaudidas del país, asegura, de entrada, el interés excepcional de una obra titulada La autora de Las Meninas. Y desde la primera escena, la otra noche en el teatro Goya, donde se estrenó, se respiraba, efectivamente, aquella adhesión anticipada a la palabra y a la acción de la protagonista principal del espectáculo. Sólo faltaba saber que la Machi tenía que lucir un hábito de monja, para situar las mejores expectativas a punto para la carcajada. Una constante.
Caballero ha escrito una comedia con muchos golpes de ingenio. Para empezar, ha situado la acción en el 2037, es decir, en un futuro a medio plazo definitivamente tenebroso. El autor imagina un país arruinado después de haber recuperado la peseta y una Catalunya –gran bromista Caballero– que pide reintegrarse a España. De la UE, desmontada, no se sabe nada más. En manos del populista Puebloenpié, el partido gobernante sacrifica la cultura tanto como puede: ha suprimido la carrera de Humanidades, ha cerrado los teatros de ópera y ha puesto a la venta las mejores piezas del patrimonio artístico, último recurso para mitigar las estrecheces económicas asfixiantes.
Aprovechando la coyuntura, una petromonarquía árabe ofrece una multimillonada para quedarse con Las Meninas, y el Gobierno, después de estudiar la propuesta, llega a la conclusión de que únicamente Ángela, la monja copista, es la persona que puede garantizar la viabilidad de la operación. Ángela copiará el cuadro de Velázquez y nadie se dará cuenta de que su pintura es una reproducción. Esta vez, sin embargo, el gusano de la vanidad morderá el corazón de la buena mujer y el encargo recibido se verá desfigurado por una serie de pulsiones vanguardistas que la monja vivirá como si estuviera poseída por una fuerza demoniaca.
Las consideraciones, reflexiones, sátiras... sobre el arte moderno que el autor ha incluido en los diálogos de la protagonista con la directora del Museo del Prado (Mireia Aixalà) y un vigilante voluntario de la pinacoteca (Francisco Reyes) están siempre en un segundo plano ante el recital interpretativo que Carmen Machi ofrece a través de su papel en casi permanente metamorfosis. Sin salir nunca de escena, el tránsito de la monja relativamente dócil a la mujer entregada en cuerpo y alma a un trance informalista deconstructivo es una exhibición de recursos formidable que tendrá que satisfacer a los incondicionales de la actriz siempre y cuando eviten el riesgo del empacho. Y es que quizás 100 minutos de Machi son demasiados minutos para todo el mundo. Con 20 o 25 menos, La autora... sería un poco más digerible.