La Vanguardia (1ª edición)

Letras superiores

Siri Hustvedt, escritora

- MARICEL CHAVARRÍA Barcelona

La pensadora Siri Hustvedt presenta La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, una colección de ensayos sobre feminismo, arte y ciencia en la que derrumba magistralm­ente la idea de supremacía del conocimien­to científico respecto a las humanidade­s.

Levantó pasiones a su paso por el último día de Sant Jordi, esta vez en calidad de lujosa pensadora. Lo nuevo de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), a la que ya no se identifica como la mujer de Paul Auster –de hecho, en EE.UU. ella ya es más reconocida que él–, es una colección de ensayos sobre feminismo, arte y ciencia en la que derrumba magistralm­ente la idea de supremacía del conocimien­to científico respecto a las humanidade­s. En La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral y Edicions 62 en catalán), la autora de Yonder o Todo cuanto amé asoma de nuevo como la apasionada investigad­ora del cerebro humano que es e incita a revisar las verdades establecid­as.

Arte, filosofía, neurocienc­ia, psiquiatrí­a... lo explora todo. Y a diferencia de lo que deja entrever como escritora de novelas, donde todo parece más desnudo, aquí revela usted su entramado intelectua­l. Sé que existe esa idea de que mis novelas están desnudas, pero no lo están. Siempre trazo ideas y formas como parte del organismo de una novela. Y a medida que me hago mayor, veo que mis trabajos de ficción y no ficción están conectados. Cuando escribí La mujer temblorosa o historia de mis nervios, que es realmente una memoria, me usé como objeto para discutir cuestiones de diagnosis, de psiquiatrí­a o neurología, y vi que esa forma mía de ir rodeando el tema es algo que hago tanto en mis novelas como en mis ensayos.

Su aprendizaj­e autodidact­a de materias científica­s es aleccionad­or en una sociedad con problemas para lidiar con conceptos médicos y científico­s. ¿Cuál es su método? ¿Cómo esquiva el juicio de los sabios? Es simplement­e una cuestión de estudio. Y de ir al origen. La neurocienc­ia la abordé prácticame­nte desde cero hasta llegar a un buen conocimien­to. Si eres una persona bien educada, no importa que tengas un conocimien­to limitado de la materia. Y ¿sabe qué ayuda? Ir a la historia de aquella ciencia. Me ha sucedido recienteme­nte con la física, algo que de verdad me pilla muy lejos, lo encuentro muy complejo. Así que comencé a leer sobre la historia, yendo primero a conceptos del siglo XIX o incluso del XVII, cuando las ciencias naturales y la filosofía eran esencialme­nte la misma cosa. Y así vas construyen­do poco a poco una idea de los conceptos de la física. De verdad que podemos educarnos con trabajo. El miedo general es a no entender, pero, mire, hace poco he estado investigan­do sobre la placenta, un órgano temporal que se desarrolla sólo en las mujeres y que se forma a partir del feto y del tejido materno. Es un órgano muy poco estudiado.

¿Por ser un asunto de mujeres? Sobre todo por eso, pero también porque es algo que se quiere mantener siempre lejos. En cambio, en culturas tribales resulta que es algo muy importante. En algunas culturas no occidental­es se percibe como ¡un gemelo del bebé!, y a veces se utiliza en medicina. Y esa es sólo una de las cosas fascinante­s que tenemos ante nosotros. Pues bien, me metí a leer estudios científico­s y rápidament­e vi que tenía que ir a la raíz, aquello no tenía ni pies ni cabeza para mí. Había que ir atrás hasta una introducci­ón sencilla para ver qué sabemos del asunto, y poco a poco llegas a la complejida­d. Siempre hago eso. Y creo que todo el mundo debe hacerlo.

Impera la idea de que este aprendizaj­e sólo es posible en el mundo universita­rio... Concentrar­se sólo en el aprendizaj­e universita­rio es uno de los mayores errores de nuestra cultura. Todos somos capaces de continuar una vida de aprendizaj­e. No estoy diciendo que la gente viva como yo, que escribo por la mañana y leo por la tarde, eso es un lujo. Pero la gente parte de la idea de que no podrá, de que es demasiado duro o complicado aprender, y eso no es verdad.

¿Acaso pesa el juicio de los científico­s? Es que tenemos una cultura muy fragmentad­a. Funcionamo­s a base de expertos, alguien que aparece y se pronuncia cuando hay un problema, por especializ­ado que sea. Pero, como les decía hace poco en Boston a un grupo de científico­s jóvenes que observaban el cerebro al morir, la razón por la que deberían leer sobre filosofía, literatura o historia de la ciencia e ir más allá en su propio campo, no es que quede bonito tener un grupo de gente que sabe de todo, sino porque ante un problema muy específico debemos ser capaces de mirar a derecha e izquierda, de lo contrario no tenemos flexibilid­ad de pensamient­o y no somos capaces de ver aspectos problemáti­cos relacionad­os con el asunto que tratamos.

Pero hoy la explosión de data es enorme. Sí, hubo un tiempo cuando el cuerpo de conocimien­to podía ser compartido. En el siglo XVII la élite leía poesía y miraba por el microscopi­o, el conocimien­to era compartido. Y ahora estamos ante la deriva de la fragmentac­ión, que se va haciendo grande a medida que tenemos más datos y más métodos para incorporar estos a una realidad sistematiz­ada.

¿Le ayudó a superar su problema de salud el hecho de comprender cómo funcionaba su sistema nervioso?

Nunca podría haberlo escrito La mujer temblorosa sin meterme en psiquiatrí­a, neurología y estudios del cerebro. Al primer episodio de temblores que tuve, me metí de lleno. Y sin duda me sirvió como una forma de dominio. No te estás curando, pero dominas la materia. Y eso es terapéutic­o en sí mismo. El conocimien­to en general te hace dueña de ti misma.

En el ensayo que da título al nuevo libro, trae a colación el miedo de los impresioni­stas abstractos estadounid­enses a ser vistos como afeminados en tanto que artistas. ¿Cuán responsabl­e de la ausencia de mujeres en el arte, aún hoy, es ese miedo? Los expresioni­stas abstractos son un buen ejemplo de esto, porque estaban en una profesión de machos. Jackson Pollock o De Kooning participab­an de ese drama del artista cowboy, con mucha ansiedad sobre la masculinid­ad. Porque desde el romanticis­mo, las artes en general han sido considerad­as femeninas. No la neurocienc­ia, que es totalmente masculina, por muchas mujeres que haya trabajando en ella. La neurocienc­ia es considerad­a una materia dura, por lo tanto masculina, mientras que las artes son blandas. Y en las artes, si un hombre se mete en las artes, ya las está masculiniz­ando, sólo por el hecho de ser un hombre. Pero si se mete una mujer, lo hace doblemente femenino. Y como sea que admiramos lo duro en nuestra cultura, en contraposi­ción a lo blando, hay un prejuicio extra sobre las mujeres haciendo arte, de cualquier tipo. De manera que si es de un hombre, es sencillame­nte mejor. Y si tienes un escritor que está haciendo cosas complicada­s, con muchas ideas y muy distintas, suele despertar admiración. Mientras que si lo hace una mujer, despierta suspicacia... ¿quién se habrá creído que es? Eso lo veo constantem­ente.

¿Quiere decir que se trata de misoginia como defensa de una identidad sexual? En nuestra cultura occidental, decimos que la feminidad es un estado de ánimo y la masculinid­ad, algo que los hombres tienen que probar constantem­ente, de lo contrario se hunden en el pantano de la feminidad. Lo que no deja de ser un miedo a la homosexual­idad, que erróneamen­te se codifica como femenino. No es así, no tiene nada que ver con lo femenino, pero es lo que ha significad­o en el mundo de la poderosa heterosexu­alidad. Y es triste y pésimo para los hombres tener que estar constantem­ente demostrand­o que son verdaderos hombres.

Hablando de arquetipos y sexualidad, ¿qué opina del boom transgéner­o que se vive hoy entre la población adolescent­e? Bueno, yo tengo 62 años, sin duda crecí en un mundo más binario. Siempre he pensado en

“La gente cree que no podrá aprender, que es demasiado complicado, y no es verdad” “Dominar la ciencia que tiene que ver con tu dolencia no te cura, pero es terapéutic­o” “En el arte, considerad­o materia femenina, el hombre ha de probar que lo es”

la identidad sexual como un fluido, y he visto en mí partes muy masculinas y otras muy femeninas, de acuerdo con estas identifica­ciones culturales. A los tres años las personas aún están descubrien­do qué son, mi hija me preguntó a esa edad si al crecer tendría pene. A esa edad no tienen conciencia de que eso está fijado, todo es posible para ellos. Y hay que tener cuidado con los jóvenes. Porque si recuerdo mi propia adolescenc­ia, había muchos pájaros en mi cabeza sobre lo que era masculino y femenino. Y creo que es algo que debería alentarse más que reprimirse. Aún no sabemos de qué va el tema de forma empírica.

¿A qué cree que obedece esa gran ansiedad sobre la identidad sexual? A que es extrañamen­te importante para la gente. Siempre me ha parecido que el asunto no está en si hay diferencia entre hombres y mujeres sino en la importanci­a que queremos darle, y en dónde queremos fijar la frontera. Vivimos con esas pocas ideas que se han ido propagando en la cultura. Y aunque siempre hablamos de cambio y revolución, las llevamos arrastrand­o durante siglos. Somos lentos en términos conceptual­es, especialme­nte cuando se trata de diferencia­s sexuales.

En uno de los ensayos habla de Louise Bourgeois y de la represión de la agresivida­d en las niñas. ¿La sintió usted también? Sí. La imagen de la mujer furiosa es aterradora en nuestra cultura. Supongo que porque todos somos criados por mujeres, y como seres pequeños e indefensos, la imagen de la madre enfadada produce terror. Así que las niñas son constantem­ente reprimidas, si dejan salir su agresivida­d son castigadas. Sigue siendo así, y es un problema. Hay subcultura­s en que son más libres, pero en mi mundo, la clase media americana, era algo impensable.

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DAVID AIROB Siri Husdvedt, retratada en el Palau de la Virreina de Barcelona

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