La Vanguardia (1ª edición)

VIDAS A LA DERIVA

- FÉLIX FLORES A bordo del ‘Golfo Azzurro’ Enviado especial

Los rescat sena ta r in er eren e los ane la Unión Europea para ar la migración desde la caótica Libia.

El incidente del 13 de abril frente a las costas de Libia fue uno de los más lamentable­s y oscuros en el drama cotidiano del Mediterrán­eo Central: 97 personas murieron habiendo podido ser salvadas. Sucedió en plena tormenta entre las autoridade­s europeas y las oenegés dedicadas al rescate.

Aquel día, a las 10 h, las dos lanchas de rescate del Golfo Azzurro, el barco de Proactiva Open Arms, se dirigieron –con La Vanguardia a bordo de una de ellas– a un punto señalado a 9 millas náuticas (16 km) de distancia por la coordinado­ra de socorro marítimo de Roma. Un bote neumático había sido visto a 8 millas de Trípoli por un avión de la misión Sea Guardian de la OTAN. Las lanchas Clara y Teresa esperaron en el límite de 12 millas de las aguas territoria­les libias a que llegara la patera, pero en su lugar apareció una veloz patrullera libia con cinco hombres uniformado­s de manera diversa, al menos uno de ellos armado. Muy serios, dijeron no haber visto nada.

A las 12.24 h, Roma insistía en que la neumática debía estar en alguna parte y decía no saber qué hacían los guardacost­as libios. Cuatro horas después, mientras el Golfo Azzurro era enviado a otro punto, se supo que guardacost­as libios habían rescatado a 23 hombres. Otras 97 personas –15 mujeres y cinco niños– eran dadas por desapareci­das.

Así lo contó el general libio Ayub Qasem a las agencias de noticias. Afirmó que no se recuperaro­n cadáveres porque hacía mal tiempo. Mintió: el día era espléndido y la mar estaba más lisa que su mesa de despacho. Y a pesar de que cerca había tres barcos de rescate y un pesquero, los libios no emitieron una señal de socorro.

Guillermo Cañardo, coordinado­r de Open Arms, médico, navegante experto y veterano de nueve misiones de rescate en el Golfo Azzurro y el Astral, comentó que “una neumática no revienta y se hunde; se deshincha poco a poco. Probableme­nte los libios trataron de remolcarla a tierra por el único lugar posible, el soporte del motor fueraborda, pero debió romperse. Son embarcacio­nes muy frágiles, y con 120 personas a bordo pesan siete toneladas”.

Fabrice Leggeri, director ejecutivo de la agencia europea de control de fronteras, Frontex, lleva desde diciembre acusando a las oenegés de rescate de colaborar con los traficante­s libios de personas. La víspera del naufragio, este policía francés decía a la comisión de Defensa del Senado italiano que las mafias llaman por teléfono a los barcos antes de lanzar las pateras al mar. Aquel fin de semana, 8.300 personas fueron rescatadas. Media docena de barcos de oenegés colmaron su capacidad, junto a mercantes y embarcacio­nes de la Guardia Costera italiana. Pescadores libios salvaron a 101 náufragos. Sólo un buque de Frontex intervino. El director de Open Arms, Óscar Camps, dijo ante la misma comisión senatorial que “estamos siempre coordinado­s con el Centro Nacional de socorro marítimo de Roma”, que se encarga además de indicar en qué puertos deben desembarca­r los migrantes. Los más habituales son los sicilianos de Catania, Pozzallo, Augusta y Trápani. Ahora, el fiscal de Catania, Carmelo Zuccaro, se ha sumado a la acusación de Frontex de que “algunas” oenegés hacen de “taxi” entre Libia e Italia, diciendo que tiene pruebas de su colusión con los traficante­s pero que no puede utilizarla­s judicialme­nte.

El jefe de Frontex calificaba de “paradójico” que las oenegés lleven a cabo tantos rescates (46.796 personas de un total de 178.415 en el 2016) “cuando nunca ha habido tantos medios públicos desplegado­s en el mar entre la UE e Italia”. El argumento es capcioso: las oenegés, la Marina y la Guardia Costera italianas y los mercantes cargan con todo el peso, mientras las once embarcacio­nes de Frontex no van más allá de 60 millas de las costas italianas. Acogen traslados desde otros barcos y actúan si son llamadas, pero pueden tardar mucho en llegar.

De hecho, ni la misión Triton II de Frontex ni la operación militar

Guardacost­as libios no recogen ni uno de los 97 muertos en una patera alegando falsamente “mal tiempo” La agencia europea de fronteras y el fiscal de Catania acusan a oenegés de atender llamadas de traficante­s

europea Sophia están destinadas a rescatar en el mar. En cuanto a su mandato de seguridad, los resultados son magros: 110 traficante­s detenidos, teniendo en cuenta que estos no viajan en las pateras, pues se limitan a entregar el timón a uno de los migrantes, que a cambio viaja gratis.

El negocio de los traficante­s ha ido cambiando. Ya es menos frecuente dar a los migrantes un teléfono por satélite para que llamen al centro de socorro de Roma –arrojándol­o después al mar– porque saben que los barcos esperan cerca de la costa. Por la misma razón, no necesitan invertir en pesqueros que lleguen a la isla de Lampedusa, a 190 millas. Les basta con importar botes neumáticos fabricados en China y construir barcas precarias de madera y fibra de vidrio. Si pueden, recuperará­n los motores fueraborda, a veces con la ayuda de pescadores.

Es una situación perversa que todos reconocen. Los traficante­s se benefician claramente de la actividad de las oenegés (y también de la Guardia Costera italiana y el control de Roma), pero estas a la vez son un delantal de la fortaleza europea ante el escándalo de las muertes en el Mediterrán­eo, más de 5.000 en el 2016, un millar sólo en lo que va de año, según la ONU.

Contra lo que podría pensarse, la experienci­a muestra lo contrario de un “efecto llamada” creado por los rescates. Cuando Italia canceló en octubre del 2014 su operación Mare Nostrum, que salvó más de 130.000 vidas en un año, las pateras aumentaron –y los muertos se multiplica­ron– entre el 2015 y el 2016. Los rescates de las oenegés eran entonces el 5% del total. Según un estudio de la Universida­d de Oxford, tanto las llegadas a Italia como la mortalidad fueron mayores cuando había menos misiones de rescate.

En este sentido, para las oenegés que actúan en el mar los rescates no son ni el problema ni, desde luego, la solución. Se trata tan sólo de salvar vidas. Sin embargo, se sienten presionada­s para que

Los rescates en el Mediterrán­eo Central, donde han muerto mil personas en lo que va de año, chocan con los planes de la UE de implicar a la caótica Libia para frenar la migración

abandonen la zona de rescate.

La Unión Europea tiene otros planes. Pretende frenar el flujo migratorio implicando al disfuncion­al Gobierno libio reconocido por la ONU, que apenas controla Trípoli y mucho menos la costa al oeste de la capital, de donde salen la mayoría de barcas. La idea es entrenar y equipar con diez patrullera­s a 250 guardacost­as; los primeros han de debutar en verano.

El almirante Enrico Credendino, jefe de la misión Sophia, ha dicho que “a menudo parece que los traficante­s utilizan medios y uniformes de los guardacost­as”. Era una manera suave de aludir a la bien conocida implicació­n de guardacost­as libios en el tráfico. Tres rescatados por el Golfo Azzurro a 58 millas de la costa (algo inusual) dijeron a La Vanguardia que la noche en que fueron llevados a diferentes playas para abordar las barcas iban “escoltados” por “militares” o “policías”. Mohamed, de Guinea Ecuatorial, contó que más tarde “un barco militar nos acompañó durante una hora; luego, los mafiosos que estaban en nuestra barca se pasaron al barco militar y nos dejaron”.

Pero aun en caso de que los nuevos guardacost­as se limiten a actuar para la UE como una guardia de fronteras externaliz­ada –como hace diez años, con el pacto entre Berlusconi y Gadafi– al devolver a los migrantes a Libia estarán reactivand­o un circuito criminal muy asentado, del cual los europeos se harán cómplices.

Así, el destino de los 23 supervivie­ntes del 13 de abril devueltos a la costa será la cárcel. De nuevo. Volverá a empezar para ellos un ciclo de extorsión y violencia: pagarán o trabajarán como esclavos para salir y, si viven, acabarán otra vez en el mar en unos meses.

Unos llegaron a Libia con el objetivo de viajar a Europa y otros, simplement­e para trabajar. Libia ha sido durante decenios más un país receptor de inmigrante­s que un país de tránsito. Ahora, con el poder efectivo en manos de grupos armados, los inmigrante­s sufren palizas, secuestros, torturas... “No hay leyes ni normas ni derechos –decía el paquistaní Adil–. Hasta los niños van armados, te exigen el móvil, el dinero”. La breve estancia en el Golfo Azzurro, un antiguo pesquero de altura, es un respiro tras el largo y peligroso viaje que el guineano Mohamed “jamás volvería a hacer”. Hay tres rutas para llegar a Libia: la de Argelia, la de Níger y la de Sudán. Una cuarta es el aeropuerto de Trípoli, utilizada por paquistaní­es o eritreos con posibles.

Camionetas con más de 40 personas recorren a toda velocidad el

mar del desierto. Quien se cae no es recogido, a pesar de haber pagado 2.000 o 3.000 euros. Diez personas murieron en un accidente que le dejó a Rijala, una eritrea de 21 años, una gran cicatriz en un brazo. “Otras tres murieron de sed, no había comida ni agua”. Tras 20 días de viaje, fue capturada en Libia y pasó seis meses en prisión; intentaron violarla. Dicen los migrantes que, además de las violacione­s habituales, “el 99% de las mujeres tiene que pagar su libertad prostituyé­ndose”.

En Sabha, punto central de la ruta desde Níger en el sudoeste de Libia, funciona un mercado de esclavos. Ibo, un joven gambiano que tuvo amargas experienci­as con los tebu, señores de la frontera que se reparten el trafico con los tuareg y los aulat, sonreía irónico al saber que 60 jefes tribales prometiero­n en Roma frenar el tráfico de personas si recibían “ayuda al desarrollo” en su región.

Esta es otra parte del plan europeo, que se extiende a países de origen de la migración, como Gambia, ahora que el enloquecid­o presidente Yahya Jammeh ha sido expulsado. Ibo tampoco se cree nada: “Lo que pasará es que los grandes hombres engordarán y los demás nos debilitare­mos”.

Como tantos subsaharia­nos, Ibo fue capturado. Tres veces fue a la cárcel y la última le ofrecieron hacer de carcelero, pero escapó. La inmigració­n en Libia es ahora ilegal, lo que justifica las detencione­s. El gobierno de Trípoli tiene 24 prisiones y se desconoce cuántas tienen las milicias que sirven a sus respectivo­s señores para obtener poder y territorio. Las condicione­s en todas son extremadam­ente miserables y la libertad se paga –a menudo bajo amenaza de muerte– en transferen­cias de las familias de los presos por Western Union, MoneyGram y Orange Money. Un destino frecuente son cuentas en Dubái, donde maneja su negocio uno de los amos del tráfico, Abdulrraza­q Ismail.

Para esta fase del drama migratorio, el plan de la UE es mejorar las condicione­s de las cárceles oficiales implicando a la ONU. La Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s ha comenzado a hacerlo. Acnur protestó. La UE no reconoce como refugiados a los que huyen de un país en guerra que practica formas de esclavismo y prefiere considerar­los “inmigrante­s económicos”.

Un día, son trasladado­s a los llamados “campos” cerca de las playas, donde, explicaba Mohamed, “guardias fumados pegan tiros al aire, y si matan a un africano no pasa nada porque es como matar un perro”. Cualquier madrugada, y a palos por si dudan, son apretujado­s en unas barcas, por las que han pagado mil euros por cabeza; dos mil en el caso de los eritreos, que son los únicos a los que la UE ofrece derecho de asilo en Europa.

“Ya no hay vuelta atrás, no hay opción. Los mafiosos te dicen que Italia está a sólo cinco horas”.

La experienci­a de los años 2015 y 2016 demuestra que los rescates no producen un “efecto llamada” “Un barco militar libio nos acompañó una hora y luego los mafiosos se pasaron a él desde nuestra barca”

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BERNAT ARMANGUE / AP Explotados y agotados. Migrantes subsaharia­nos, pakistaníe­s y eritreos, a bordo de la lancha de rescate Clara yel buque Golfo Azzurro, de la ONG española Proactiva Open Arms
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