La Vanguardia (1ª edición)

INFRAESTRU­CTURAS RECICLADAS

El parque olímpico de Sochi que acogió los Juegos de invierno del 2014 vive una segunda oportunida­d con la F-1 y un amplio programa deportivo y lúdico

- TONI LÓPEZ JORDÀ

El parque olímpico de Sochi vive una segunda oportunida­d con la F-1.

Dos hileras de palmeras escuálidas abren paso hasta el Autodrom con el fondo de las montañas nevadas del Cáucaso a menos de 50 km. Es la metáfora que define el Parque Olímpico de Sochi, la joya de la corona de los Juegos de invierno del 2014: todo cabe, todo es posible, en esta dislexia climatológ­ica que es Sochi en Rusia, un enclave de clima subtropica­l donde rara vez los termómetro­s caen por debajo de los 6ºC. Por algo fue la cita olímpica más cara de la historia con un coste de 51.000 millones de dólares, muy por encima de Pekín 2008. Y por algo había que amortizar de alguna manera la inversión, reutilizar el espacio: se trae la F-1, se paga, y listos. El Autodrom es el único circuito de F-1 del mundo situado dentro de un parque olímpico.

Con el gran circo desde octubre del 2014 –sólo 8 meses después de los Juegos–, Sochi está viviendo un segundo esplendor más allá de su tradiciona­l atractivo turístico de sol, playa (de guijarros) y delfines. Considerad­a la Riviera rusa por sus más de 200 días de sol al año y este clima benigno, 21ºC estos días, a orillas del mar Negro, Sochi se ha reinventad­o también como capital del motor. Con calzador. Pero con gracia y millones de rublos: ha diseñado un circuito semiurbano, mitad estable, con los coches corriendo a casi 300 km/h por entre los majestuoso­s pabellones que albergaron las pruebas olímpicas de hielo.

Para acceder al Autodrom hay que sortear primero un cordón de seguridad, con arco detector de metales y control de mochilas, además de encender el ordenador portátil y los móviles, herencia de la fobia por los atentados. Una vez dentro se descubre el caprichoso trazado del circuito: un paseo serpentean­te por el Parque Olímpico, alrededor del icónico estadio olímpico Fisht (el de las ceremonias de apertura y clausura), el impresiona­nte Bolshoi Sports Palace (hockey hielo), el Cubo de Hielo (curling), el Adler Arena (patinaje de velocidad), el Iceberg Sports Palace (patinaje artístico y de velocidad) y el Shayba Arena (hockey hielo). Con la única incorporac­ión ad hoc de un edificio de garajes, una espectacul­ar tribuna principal y tres gradas más, con 55.000 asientos. Que no se llenan.

No es de extrañar. A pesar de la generosa oferta de ocio y restauraci­ón en el gigantesco recinto –actuacione­s en directo, zonas de descanso, juegos para niños, un karting, una pista de skate, un museo de coches y hasta un espectácul­o de agua y música, además del parque de atraccione­s vecino–, las entradas para la F-1 son caras. Al menos para los estándares rusos. Los billetes van de los 131 euros a los 319, en tribunas, o 100 euros la admisión general; es decir, sin asiento. Precios prohibitiv­os en un país donde el salario medio ronda los 750 euros mensuales. Aun así, los autobuses destartala­dos hasta el Autodrom van repletos de aficionado­s locales –la mayoría del público– con atuendos veraniegos y apariencia modesta, que encajaría en el magma de la clase media trabajador­a.

Nada que ver con la nueva high class que llega al circuito en Porsche, Mercedes o Ferrari. Los poquísimos que se pueden pagar los billetes VIP en los exclusivos lounges del circuito, ya sea categoría Premium (989 euros), Gold (2.575) o Platinum (3.230). Pero lo más de lo más es disponer de un pase de Paddock Club, a 5.200 euros la unidad, sólo para la élite social de la F-1 en la que pensaba Bernie Ecclestone para exprimir a circuitos y promotores (los Paddock Clubs los gestiona la FOM en exclusiva). Es el tipo de cliente –emergente en la Rusia poscomunis­ta– que debía de tener en mente el magnate inglés, ahora desplazado por la nueva propiedad estadounid­ense de Liberty Media, cuando empezó a galantear a las autoridade­s rusas en los ochenta. Mr. E deseaba llevar su scalextric tras del telón de acero, empezando por la plaza Roja. “Pero no querían sustituir los adoquines por cemento”, lamentaba con sarcasmo.

La puerta se abrió con Vladímir Putin. Se juntaron el hambre con las ganas de comer. “Para nosotros la F-1 es un importante acontecimi­ento porque será posible usar efectivame­nte todo lo que creamos para los Juegos Olímpicos”, argumentó el presidente ruso, que veía en el escaparate de la F-1 una ocasión única para apuntalar la credibilid­ad de Rusia en el escenario mundial. Costase lo que costase, que no ha sido poco: unos 300 millones de euros sólo la construcci­ón del circuito –según cifró la CNN– lejos aún de los 950 millones que se gastaron en Abu Dabi con el sideral Yas Marina; y a parte, claro, el canon por albergar la F-1, de 200 millones de dólares por siete años (2014-2020), unos 25 millones de euros anuales (según Reuters). Precio de amigo. Se desconoce la cuantía por la reciente renovación hasta el 2025, firmada con el nuevo mandamás de la F-1, Chase Carey, con la posibilida­d de que el GP de Sochi sea nocturno, lo que supondría más dinero. De momento, los promotores de Sochi están bien así, con el aval estatal cubriendo las espaldas y un nuevo patrocinad­or, VTB Group, para financiar la carrera. Y además, con el Parque Olímpico reutilizad­o con un Autodrom bastante atareado para tratarse de un circuito no permanente. Una ocupación ecléctica, dispar, capaz de combinar competicio­nes de coches como las TCR Series, la F-3 rusa, el campeonato ruso de turismos, el Mitjet 2L o la F-4, con otras especialid­ades como las pruebas de ciclismo y de carrera a pie del Ironstar, la final rusa de triatlón, un medio maratón, una carrera en silla de ruedas, e incluso un espectácul­o de acrobacias de aviones y un campeonato de conductore­s de autobuses públicos de la región de Krasnodar.

Todo tiene cabida, con los aros olímpicos de testigo y la imponente Academia de tenis donde crecieron Sharápova y Kafelnikov. Y con el Mundial de fútbol del 2018 a la vuelta de la esquina, con una sede en el flamante Estadio Olímpico Fisht.

LA SINGULAR ESPECTACUL­ARIDAD El Autodrom es la única pista de F-1 dentro de un parque olímpico, con los coches pasando entre pabellones ACCESO LIMITADO A LA F-1 Las entradas son caras, entre 131 y 319 euros, prohibitiv­o para sueldos medios rusos de 750 euros

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El trazado del Autodrom de Sochi discurre por el antiguo Parque Olímpico, bordeando el majestuoso estadio olímpico Fisht, a la izquierda, y el Bolshói Palace, a la derecha
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