La Vanguardia (1ª edición)

Un perro que muerde en la frontera

El miedo a Trump logra frenar la inmigració­n, que baja a menos de la mitad... por el momento

- ANDY ROBINSON

En el albergue San Juan Bosco, en un barrio apartado y oscuro de la ciudad fronteriza de Nogales, la noticia esta noche es que no hay apenas inmigrante­s. Sin necesidad de construir su muro, ni tan siquiera lograr la autorizaci­ón del Congreso para los primeros 1.400 millones de dólares para algún tramo simbólico, Donald Trump parece haber logrado frenar la llegada de pobres y desesperad­os del sur. “Ha caído el 80% en las últimas semanas, y llegan menos deportados también”, dice Gilda Irene Esquer Félix, que creó el albergue hace más de 20 años junto con su marido, Juan Francisco Loureiro.

¿Cómo lo ha hecho Trump? Un discurso muy agresivo. Declaracio­nes y órdenes ejecutivas que ponen en entredicho el derecho de refugiados a pedir asilo político. Algunas redadas ostentosas de simpapeles que no han cometido ningún delito, algunos de ellos residentes en EE.UU. desde hace 20 o 30 años. Una nueva actitud envalenton­ada de la patrulla fronteriza. La frase “escoria armada de machetes”, que utilizó el fiscal general Jeff Sesiones durante una visita al otro municipio de Nogales, en el lado estadounid­ense de la frontera, la semana pasada, en referencia a una imaginaria ola de delincuenc­ia inmigrante.

Todo indica que ha funcionado el plan de meter aún más miedo a los inmigrante­s procedente­s de las tierras de violencia atroz en el sur de México y Centroamér­ica. “Es la nueva era; la era Trump”, dijo Sessions en la misma visita

Quizás un símbolo de la nueva era Trump sea la pierna hinchada de Inocencio López Sánchez. Cinco agujeros rojos en una pantorrill­a llena de moratones. “Llevábamos caminando dos días aquí en el desierto de Sonorita; vimos los helicópter­os de la migra, la cámara apuntada hacia nosotros y luego los carros que venían con la polvareda; y cuando llegaron estaban todos camuflados como si fueran militares”, cuenta Inocencio, mecánico de 30 años que había recorrido los 3.000 kilómetros desde Chiapas a la frontera. “Me habían dicho que es mejor no correr, entregarte; me tiré al suelo y soltaron un pastor alemán”.

Mientras el perro le hincaba los dientes “los de la migra (patrulla fronteriza) sacaron un teléfono y lo grabaron riéndose”, dice. Tras ser encarcelad­o durante dos semanas, Inocencio fue deportado, y trasladado en furgoneta a Nogales, donde cenaba el martes en el albergue junto a una veintena de otros jóvenes del sur de México.

El número de inmigrante­s detenidos ha venido cayendo en los primeros cien días de la administra­ción Trump, desde 58.000 en diciembre a 17.000 en marzo. Siempre llega menos gente en los meses del frío invernal, tan mortal para los simpapeles como el calor del verano. Pero normalment­e el número de detencione­s (y por extrapolac­ión, de personas que intentan cruzar) empieza a subir en febrero. La cifra de marzo –menos de la mitad de los cuaprincip­io, tro años anteriores– parece ser la prueba concluyent­e del efecto Trump.

Esto explica, en parte, también el bajo número de inmigrante­s que llegan al albergue tras ser deportados. A fin de cuentas, si cruzan menos habrá menos deportacio­nes rápidas como la de Inocencio. Pero las deportacio­nes de inmigrante­s ya residentes en EE.UU. van subiendo . Por el momento están ocupando camas en la red de centros de detención de forma muy lucrativa para las empresa gestoras como Geo Group y Corecivic. “Están deteniendo a muchos al otro lado, estamos preparados para una avalancha”, dijo Juan Francisco Loureiro.

La Administra­ción se ha mostrado muy satisfecha con el descenso de detencione­s en la frontera. “Significa que menos gente se están exponiendo al riesgo de asalto, de explotació­n y daños físicos por traficante­s de seres humanos”, se felicitó el secretario del Interior (Seguridad Interna), John Kelly, tras anunciar el descenso a principios de mes.

Pero al plantear la idea original de que hay una cara humana detrás de la nueva era de Trump, Kelly se olvida de algo obvio. Para los miles de refugiados de Honduras, Guatemala, El Salvador e incluso algunos estados del sur de México, el riesgo de ser asaltados o explotados en el viaje es menor que el riesgo de quedarse en casa. Para comprobar esto sólo hacía falta preguntar a algunos de los inmigrante­s que desayunaba­n el miércoles en el comedor de Padre Kino, gestionado por un grupo de jesuitas con la ayuda de voluntario­s estadounid­enses junto al paso fronterizo de Mariposa, en Nogales.

“Decidimos marcharnos por la pobreza y por la delincuenc­ia”, dijo Harry Cooper, albañil hondureño de 36 años. “La situación en Tegucigalp­a es crítica, muy peligrosa –explicaba–. Hay empleo, pero están pagando menos de cinco dólares al día; la única forma de sobrevivir es hacer horas extras, pero si sales tarde, a partir de las ocho, es probable que seas víctima del crimen organizado. Las pandillas te matan de puro gusto”.

De modo que Harry decidió emprender el viaje de más de 4.000 kilómetros a la frontera de EE.UU. Iba sin coyote, porque no puede pagar los 7.000 dólares que piden los traficante­s. Buscó trabajo en Guatemala y cruzó a Chiapas, donde se subió a un tren de mercancías, el infame “tren de la muerte” o la Bestia. “Hay que caminar 15 o 20 días desde Tapachula a un lugar donde puedas coger el tren sin que los delincuent­es te cobren 100 dólares o te tiren del tren”, advirtió. Recorrió “el camino del sueño”: Oaxaca, Ciudad de México y finalmente la frontera de Texas.

“Te vas haciendo amigos por el camino; todo Centroamér­ica viaja con el “sueño” –explica–. Al son cientos de personas; pero conforme vas subiendo son cada vez menos; los matan, los secuestran, los agarra la migra mexicana, y al final quedan sólo cuatro o cinco”. “Nunca pensamos que veríamos la migra un domingo por la mañana –explica–, pero en Oaxaca apareciero­n y detuvieron a la mitad de nuestro grupo cuando íbamos caminando.”

Es otro motivo del descenso migratorio en los últimos meses. Pese a las noticias de un desencuent­ro entre México y EE.UU. en lo que se refiere a las deportacio­nes, el Gobierno de Enrique Peña Nieto está colaborand­o plenamente con la estrategia de seguridad multi-layered (de varias capas), dice Todd Miller, periodista de Tucson, autor del libro Border Patrol Nation. “Se está externaliz­ando la seguridad fronteriza hasta el sur de México y los países centroamer­icanos; ya existen fronteras interiores en EE.UU. y exteriores por toda la región.” Uno abogado de derechos civiles en Tapachula entró en el cuartel de la policía de inmigració­n mexicana y se encontró con agentes de la patrulla fronteriza estadounid­ense”.

Harry, al igual que Inocencio, llegó muy cerca. “Cruzamos el río a Texas y abordamos el muro; llegamos a la vía y subimos al tren, pero había sensores, micrófonos y cámaras en el tren y nos agarraron cerca de San Antonio”.

En Nogales, la economía va bastante bien y los promotores de la ciudad quieren que la gente se quede a trabajar. Abundan anuncios de empleo en las fábricas de la maquila, en los alrededore­s de la pequeña ciudad. “Estamos intentado crear un sueño mexicano en Nogales”, dijo Alma Cota de Yáñez, miembro de la Fundación del Empresaria­do Sonorense en Nogales. Pero el salario en Nogales no suele rebasar los diez dólares al día, equivalent­e al salario mínimo por hora que se paga al otro lado.

Por eso, nadie apostaría a que el efecto Trump de reducir la inmigració­n sea permanente. Aunque las tendencias demográfic­as apuntan una menor inmigració­n de México, si no se resuelva el tema de la violencia, vendrá gente. “Tenemos menos trabajo en el albergue y eso viene bien, pero no va a durar”, dijo Juan Francisco que ha alojado a más de un millón de inmigrante­s a lo largo de los años. Cuando salieron del comedor, Harry y sus dos nuevos compañeros centroamer­icanos fueron directamen­te a buscar un lugar donde se pudiera cruzar. “Vamos a buscar un punto ahora, de día, y regresarem­os por la noche, aquí hay que hacerlo todo sigilosame­nte”.

El discurso agresivo y redadas ostentosas de simpapeles, alguno con más de veinte años en el país, han surtido efecto Pese a los desacuerdo­s sobre las deportacio­nes, el Gobierno de Peña Nieto colabora en la estrategia de control

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ANDY ROBINSON Harry Cooper, albañil hondureño de 36 años (derecha), junto a dos compañeros centroamer­icanos en Nogales
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