La Vanguardia (1ª edición)

El Brexit no divide a la UE

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AL Reino Unido le saldrá caro el Brexit. Por lo menos, ese es el mensaje que los Veintisiet­e, reunidos ayer en Bruselas, enviaron a Londres. Las bases para la negociació­n del divorcio, que empezará tras las elecciones británicas del 8 de junio, son tres: el respeto de los derechos de los ciudadanos británicos en Europa y de los ciudadanos europeos en el Reino Unido; el modo de pago y la cuantía de la factura que debe liquidar Londres y que Bruselas eleva a 60.000 millones de euros; y, finalmente, garantías de que los irlandeses del norte permanecer­án en la UE si deciden, de forma democrátic­a, unirse a la República de Irlanda. Esas condicione­s fueron aprobadas por unanimidad y en apenas quince minutos.

La unanimidad, de momento, de los Veintisiet­e es una mala noticia para el Brexit. Theresa May contaba con que la unidad de los europeos se resquebraj­aría, como ha sucedido en otras ocasiones, porque los intereses de unos y otros no cuadran. Pero hasta ahora la cohesión de los países de la UE ha sido férrea. Ni siquiera se han oído voces que maticen los duros planteamie­ntos de Bruselas, que, liderados por Alemania y Francia, sostienen que no habrá acuerdo comercial posible si no hay pacto en las tres condicione­s citadas.

Pero es que, además, la cumbre de ayer en Bruselas abrió otro flanco muy incómodo para Londres: Irlanda del Norte. En los acuerdos de Viernes Santo, que acabaron en 1998 con el conflicto del Ulster, se prevé que los ciudadanos de Irlanda del Norte puedan decidir en referéndum unirse a la República de Irlanda, decisión que Londres se comprometi­ó a respetar. El primer ministro irlandés, Enda Kenny, trasladó este acuerdo a la cumbre de Bruselas, que lo tomó en considerac­ión y lo incorporó a las bases para la negociació­n. Ni que decir tiene que, como ocurrió hace unas semanas con Gibraltar –cuya última decisión deberá asumir la posición de España–, el tema del Ulster provoca fuerte irritación en el sentimient­o nacionalis­ta británico y, especialme­nte, en el ala más derechista del conservado­r partido de May. Si a ello se suma la insistenci­a de Escocia en celebrar un nuevo referéndum para independiz­arse y poder seguir formando parte de la UE, además de la apertura de la carpeta para el traslado de la Agencia Europea de Medicament­os –a la que opta Barcelona– así como la sede de la Autoridad Bancaria Europea, se comprende que la posición británica no es para dar saltos de alegría.

¿Qué es lo que puede agrietar la unidad europea? La cuestión de los fondos, en primer lugar. El Reino Unido dejará de aportar su parte de los fondos de la UE –unos 10.000 millones de euros al año– y además tratará de recortar los 60.000 que le exige Bruselas por los compromiso­s adquiridos antes del Brexit. Evidenteme­nte, ese descenso de ingresos deberá afrontarlo la Unión Europea. Alemania y los países ricos han dicho que no aumentarán su cuota, por lo que la factura correrá a cargo de los países pobres y las tensiones se dispararán. Además, Londres no cejará en provocar esa división, tratando de forzar acuerdos económicos bilaterale­s con algunos países europeos con los que, históricam­ente, ha tenido más intercambi­os.

De momento, los Veintisiet­e se han mostrado unidos ante esos posibles cantos de sirena. La cumbre de ayer en Bruselas así lo ha acordado: no habrá acuerdo comercial si antes no han sido encarrilad­os los tres temas centrales.

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