La Vanguardia (1ª edición)

Una redacción en el bar

- Xavi Ayén

Sólo he estado una vez en el parque del Periodista de Medellín. Era de noche, los jóvenes llenaban esa plaza pública, formando un chisporrot­eante bullicio que se fundía, entre brumas, con las luces amarillent­as de los locales. Mi amigo Sergio Álvarez me había asegurado que “el mejor periódico de Colombia se hace en un bar” y, aunque yo no me creo nada de lo que dicen los escritores, no quise irme de la ciudad sin averiguar. Y, en efecto, el Guanábano, también conocido como “el antro de redacción”, es un estrecho tugurio en cuya planta superior, a la que se accede por una escalerill­a, se encuentra Universo Centro, mensual que combina periodismo y literatura, y en el que escriben algunos parroquian­os del lugar y “cualquiera que se acerque con una buena historia”, lo que incluye desde destacados escritores latinoamer­icanos, como Héctor Abad Faciolince, a un ingeniero, Andrés Delgado, que abandonó su lucrativa carrera para reportear por los bajos fondos de la ciudad.

Nada llama más la atención a un catalán que esta extraña mezcla entre garito y periódico, acostumbra­do uno a redaccione­s asépticas, con depósitos de agua de oficina, máquinas de vending con zumos y fruta, y cafeteras fallonas ante las cuales desarrolla­mos nuestras habilidade­s sociales. Pensé en mis inicios profesiona­les, en los que asistí a los coletazos finales de una generación de periodista­s que guardaban botellas de whisky en los cajones, fumaban puros y, desde el teléfono de la mesa, realizaban pedidos al bar para que un camarero con pajarita y bandeja entrara a servirles sus combinados.

La plaza de la que hablo en Medellín fue tomada, en los años ochenta, por el narcotráfi­co, la bohemia universita­ria y la delincuenc­ia. A finales de la década, el Estado decretó el toque de queda, sólo desafiado por un grupo de amigos que sacaban las sillas a la calle como si no pasara nada y que acabarían fundando el Guanábano “para poder bebernos los beneficios”.

Las crónicas de Universo Centro nos descubren una ciudad fascinante, más allá del turismo atraído por la serie Narcos. En esas páginas conocemos a las chicas por minuto, que bailan con clientes por 200 pesos, como en la Barcelona de mis abuelos; a Termo King, el señor que controla el gran negocio de la venta de café por los semáforos; a guerriller­os, boxeadores, premios Nobel, drogadicto­s, freidores callejeros... Difícil no caer de bruces en esas historias hasta el punto de dejar de oír el bullicio, los gritos y las risas de los que, abajo, aunque haya amanecido hace horas, se niegan a abandonar el Guanábano.

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