Evolución de la ciudad
Hace siglos empecé Económicas en la Universitat Autònoma de Barcelona, instalada provisionalmente en el Raval. Era aterrador entrar cada día por Conde del Asalto (ahora Nou de la Rambla), o por cualquier otra calle. Miseria, peleas, suciedad, mal olor. Inútil pensar en hacer vida allí. La degradación era intolerable. Un viaje exótico al infierno, en pleno Mediterráneo, eso era la Barcelona que ahora admiran y visitan todos. Entonces nadie se quejaba.
Con la ilusión del 92 llegó también la pasta. Mucha pasta. Empezaron a derribar, abrir calles, e invirtieron por tierra, mar y aire, y lo adecentaron todo. El resultado fue asombroso. Da gusto volver al Raval. Es admirable el dinamismo de los jóvenes emprendedores que han abierto locales de chocolates, cafés o mil y un inventos (a pesar de la infame burocracia) y que viven de los rendidos forasteros que nos visitan.
Creo que hemos devuelto con creces la dignidad a la capital del Mediterráneo. Claro que todo tiene su precio, y sus críticas... Ahora recibimos a millones de visitantes y dicen que vivir ahí vuelve a ser inútil, pero por razones opuestas.
Para mí vivir en Barcelona es un auténtico lujo, pero quejarse o criticarla eso sí que es un lujazo. Si alguien quiere tranquilidad de verdad que venga a mi pueblo, o similar, y a partir de las nueve de la noche, o mucho antes, no verá un alma en las calles.
JOSEP ROSELLÓ RUBIÓ Suscriptor L’Ametlla del Vallès