Por qué no se desploma el PP
Amedida que pasan los días, la denominada operación Lezo depara nuevos datos que hacen del caso judicial que instruye el juez central número 6 de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, el más grave de todos los que conciernen a responsables, anteriores y actuales, del Partido Popular. La trama de corrupción en Madrid, con epicentro en el Canal de Isabel II –la empresa pública más importante de la comunidad–, está adquiriendo, además, unas ramificaciones de impensable trascendencia política. De momento, ha puesto en un brete a dos ministros –al de Justicia y al del Interior– y provocado una crisis sin precedentes en la Fiscalía General del Estado y en la especial de Anticorrupción. Además del efecto acumulativo sobre otros casos graves de corrupción, la operación Lezo ha hecho emerger a viejos conocidos en una forma muy reconocible y poco reputada de hacer política, tales como el expresidente de la Generalitat de Valencia y exministro de Trabajo, Eduardo Zaplana. Y de entre las sesenta personas de las que el juez Velasco ha solicitado datos para la investigación aparecen nombres con no siempre buenas evocaciones por su gestión y trayectoria.
Por si fuera poco, en este episodio que ha dado con los huesos de Ignacio González en la cárcel y con Esperanza Aguirre en el ostracismo, parece acreditada una red nepotista. En el saqueo de la empresa de aguas de Madrid y en otros negocios turbios, González hizo participar, además de a sus hermanos, a un cuñado, a su esposa y a su padre, un anciano de 91 años, sometido ahora a arresto domiciliario. Con todo, lo peor para el PP, dentro de lo pésimo que ya resulta el trance, consiste en la verosimilitud de que, ante la denuncia del exalcalde de Leganés en el 2014 de la posible evasión de capitales por parte de González a través de una cuenta en Suiza, personas como la propia Aguirre, Juan Carlos Vera y Carlos Floriano, que la escucharon, hicieran oídos sordos, incurriendo así y en el mejor de los casos en una imprudencia casi temeraria teniendo en cuenta que al expresidente de la Comunidad de Madrid su fama de personaje marrullero le precedía.
Sin embargo y pese a que el Partido Popular está a punto de entrar en una crisis sistémica ante la opinión pública y publicada, y a pesar de la insuficiente reacción de la dirección de la organización y del propio Gobierno ante lo que acontece, a pesar de la crisis en la Fiscalía General del Estado, Mariano Rajoy reitera el exasperante mensaje de “ya pasará la tormenta”. A partir de esa opinión, no exenta de un cierto cinismo, su Gabinete se mantiene sin ofrecer síntomas de desplome. Más aún: parece disponer de la oportunidad de aprobar los presupuestos generales del Estado de este ejercicio que, con algunas transposiciones de la Unión Europea y un par de decretos leyes (estiba y canon digital) agotarían sus necesidades legislativas por mucho tiempo. Estamos, sin embargo, ante un trampantojo. El Gobierno y el PP no se sostienen por sus propias fuerzas sino por las debilidades ajenas. Con 137 diputados en el Congreso, sometida la organización a una comisión de investigación parlamentaria sobre sus finanzas, debiendo pasar Rajoy por el trance de una testifical inédita y complicada en el caso Gürtel y dependiendo sus gobiernos autonómicos –salvo Galicia– de la colaboración de Ciudadanos, no hay desplome político –de momento– porque la correlación de fuerzas parlamentarias resulta incapaz de ofrecer una alternativa. La moción de censura –al ser constructiva, además– no es viable. A la postre, refuerza a Rajoy.
El PP no se desencuaderna porque el PSOE persiste ensimismado en las elecciones primarias a la secretaría general de la organización. La disputa entre las tres candidaturas –dos de ellas antagónicas, la de Díaz y la de Sánchez, y una de comparsa, la de López– neutraliza la posibilidad de que la comisión gestora adopte decisiones estratégicas o de gran calado, tanto por su provisionalidad como por la incertidumbre de si el nuevo liderazgo que salga de las primarias las avalaría. Además, los socialistas sólo podrían entrar en colaboración con Ciudadanos –al que le conviene la debilidad gubernamental ejerciendo una dura labor fiscalizadora– pero no con Podemos que se aparta ostensiblemente de la implicación institucional y elige ámbitos más propicios para la agitación y la propaganda, no sin dejar entrever que las confluencias canibalizan el proyecto de Iglesias y que Iñigo Errejón, en inteligente silencio, espera su oportunidad. Los diputados catalanes en el Congreso resultan un conjunto mero replicante del proceso soberanista, y parecen declararse ajenos a la política española limitándose a una oratoria de resistencia insurreccional en apoyo a los desatinos que perpetran los partidos independentistas en Catalunya. Y el PNV está, literalmente, a lo suyo, que consiste en sacar el mayor rédito posible en la negociación de los presupuestos y solventar en la comisión bilateral ad hoc el crucial asunto de la liquidación del cupo, pendiente desde el 2007. Si los nacionalistas vascos logran alcanzar sus objetivos financieros, ayudarán un tiempo al sostenimiento de Rajoy hasta que la situación alcance niveles de deterioro que expliquen sin palabras su repliegue político, que en Bilbao se considera será necesario una vez el nacionalismo vasco haya encauzado su propia legislatura con el PSE.
Sin oposición y con unas cifras macroeconómicas razonablemente buenas (la previsión de crecimiento se sitúa en el 2,7% y podría ser superior), el PP y el Gobierno disponen de un amplio margen de maniobra. Además, la coyuntura internacional favorece esta precaria estabilidad española hasta que se celebre la segunda vuelta de las presidenciales francesas el próximo domingo, las británicas el 8 de junio y en septiembre los comicios alemanes.
Quedan pendientes también –se celebran hoy– las primarias del PD italiano que podrían devolver a Matteo Renzi al romano palacio Chigi. Y esto es lo que hay aunque no resulte estimulante.
Rajoy espera que pase la tormenta de la operación Lezo y se dispone a aprobar los presupuestos del 2017, seguro de que no tiene alternativa ni prosperará una moción de censura