Ciencia... con permiso del mal de altura
Cómo tres investigadores y deportistas todoterreno analizan el impacto genético de la hipoxia en el campo base del Everest
Corrió la voz de que hacíamos pruebas médicas y en nuestro primer día en el campo base la tienda-hospital se nos llenó de sherpas. ¡Hasta vino un cocinero!”, comenta José Manuel Soria, responsable de Genómica de Sant Pau. Soria, junto con el neumólogo Oriol Sibila, también de Sant Pau, y Marc Abulí, cardiólogo del Germans Trias i Pujol, cambiaron por unos días su centro de operaciones a nivel de mar por un campamento a 5.350 metros de altura para investigar el impacto genético de la falta de oxígeno en alpinistas occidentales y en sherpas.
Los tres son experimentados deportistas pero trabajar a tal altitud ha sido un escollo que han ido superando con paciencia y con ritmos un poco más pausados para poder aclimatar. “La primera noche en el campo base fue malísima, no dormimos nada, hacía muchísimo frío, 15 grados bajo cero dentro de las tiendas... Nos costaba mucho respirar”, explica Soria. Los tres se sumaron a la fase inicial de la expedición de Ferran Latorre en el Everest, montaña que persigue coronar sin la ayuda de oxígeno embotellado. Junto con el alpinista de Vic, al que sólo le falta esta cumbre de 8.848 metros para completar los 14 ochomiles del planeta, realizaron el trekking hasta el campamento base, donde el pasado fin de semana efectuaron una batería de análisis a los aspirantes a hollar el Techo del Mundo. “Hemos hecho espirometrías, pruebas de saturación de oxígeno, de frecuencia cardiaca, electrocardiogramas y hemos sacado muestras de sangre y de saliva para el posterior estudio genético a 22 sherpas. Como mínimo cada uno de ellos ha subido el Everest dos veces, además de otros tantos ochomiles. También a una quincena de alpinistas americanos, belgas, canadienses, franceses, austriacos... El que menos, ha ascendido cuatro montañas de más de 8.000 metros”, detalla Soria, coordinador del proyecto Sherpa-Everest, financiado por la Fundació Bancària La Caixa.
Latorre ya se sometió a todas estas pruebas en Barcelona, las ha repetido en el campo base y volverá a realizarlas al descender desde la cima o desde una altura superior a los 8.000 metros. Los planes de Latorre y sus compañeros Yannick Graziani, de Francia, y Hans Wenzl y Martina Bauer, ambos de Austria, eran alcanzar hoy el campo tres, a unos 7.400 metros, para seguir con su proceso de aclimatación. Si todo sale según lo previsto, mañana lunes regresarán al campo base para descansar. El equipo estudia acometer el intento de cima en torno al 20 de mayo.
Los investigadores han tenido que tomarse el trabajo a más de 5.000 metros con mucha calma. A medida que una persona gana altura disminuye la presión atmosférica lo que provoca un estado de hipoxia (déficit de oxígeno). En tales condiciones aumenta la frecuencia respiratoria y la cardiaca, lo que se traduce en un importante gasto energético y en un rosario de efectos secundarios.
Soria, Sibila y Abulí partían con la ventaja de haber participado previamente en otras aventuras en alta montaña y/o de correr ultramaratones. Soria ha estado en los campos bases del Broad Peak, también a más de 5.000 metros, en el Karakórum (Pakistán), y en el del Makalu, a 4.800; ha coronado el volcán Mauna Kea (4.207 metros), en Hawái, además de un puñado de tresmiles del Pirineo. Su compañero Oriol Sibila luce un abultado currículum en supercarreras de montaña, en el que destacan los emblemáticos Ultra Trail del Mont-blanc (171 kilómetros con 10.000 metros de desnivel positivo), la Leadville de Colorado (160 km) o la Ultra Pirineu (110 km), y ha acabado una treintena de maratones de asfalto (su mejor marca: 2:56, en el de Barcelona). Asimismo, se ha embarcado en travesías por los Alpes, el Atlas, los Andes, las Rocosas y en Alaska. Abulí siempre se ha mantenido entre los diez primeros en los diferentes campeonatos de España de triatlón olímpico; en maratones ostenta un tiempo de 2:52 en el de Barcelona del 2016, y completó el ironman de Zurich del 2014 en 10 horas y 30 minutos. Cabe señalar que el ironman es la prueba más exigente del triatlón: consta de 3,86 kilómetros a nado, 180 de ciclismo y 42,2 de carrera a pie.
Tal bagaje ayudó pero investigar y moverse por el campo base es una tarea complicada. Soria y Sibila, ya en Barcelona, relatan que las muestras biológicas se enterraron congeladas en el glaciar de Khumbu para conservarlas en óptimas condiciones. El lunes las sacaron del hielo y dentro de una caja de poliespán las transportaron en helicóptero hasta Katmandú. Una parte de los análisis se realizarán en unos laboratorios de la capital nepalí y los de la expresión de todo el genoma en Sant Pau.
Los tres han tenido que lidiar con las incertidumbres que siempre plantea el Himalaya. “Aquí hemos unido dos pasiones, la montaña y la investigación, pero ha sido necesario adaptarnos constantemente al frío, a tener electricidad, a encontrar espacios donde hacer las pruebas...”
Entre los tres atesoran decenas de supercarreras de montaña y maratones, travesías... “Hemos sacado muestras de sangre a 22 sherpas; como mínimo todos han subido el Everest dos veces”