La Vanguardia (1ª edición)

Huesca sirve a Orwell el café que nunca se tomó

La capital oscense homenajea al escritor británico con una exposición que recorre su paso por las trincheras de la Guerra Civil española

- BEATRIZ NAVARRO Huesca

Mis únicos souvenirs de España fueron una bota de piel de cabra y una de esas pequeñas lámparas de hierro en que los campesinos de Aragón queman aceite de oliva, casi iguales a las de terracota que usaban los romanos”, escribió George Orwell en Homenaje a Catalunya. Exageraba. Salió del país precipitad­amente, pero los recuerdos acumulados en los seis meses que pisó el barro de la Guerra Civil marcaron la obra del periodista, ensayista y novelista británico.

Ochenta años después, una exposición en Huesca repasa con mimo el paso de Orwell en esa fase de la contienda. A la entrada, sobre una vieja mesa de mármol, le espera el café que el británico bromeaba con tomarse un día en Huesca. Orwell nunca pisó la ciudad, pero su hijo, el historiado­r Richard Blair, presidente de la Orwell Society, pudo tomarse ese café pendiente en la inauguraci­ón de la muestra. Le acompañó Quentin Kopp, hijo del general a cuyas órdenes estuvo Eric Arthur Blair, Orwell para la posteridad.

La exposición, en el Museo de Huesca, se ha convertido en una de las más vistas de la historia de la ciudad. Más de 9.200 personas la han visitado desde su apertura el pasado 17 de febrero, la fecha en que Orwell llegó al frente de Huesca. Se exponen unos 600 documentos –originales y facsímiles–, algunos nunca antes mostrados en España, como el álbum personal de Orwell.

La exposición ha dado que hablar en los veladores y cafés de la ciudad. “Toca también un ámbito que levanta pasiones, la Guerra Civil dentro de Huesca. Orwell nunca entró, pero queremos contar al visitante qué ocurría en el interior de la ciudad cuando él estaba fuera”. Hay fotos de los fascistas tomando el Coso desde el 18 de julio y listas –por primera vez expuestas– de los primeros fusilados. “La memoria de la Guerra Civil es compleja pero próxima, y eso hace que la exposición resulte atractiva. La gente va tomando conciencia poco a poco de que estos lodos son consecuenc­ia de aquellos barros”, afirma Víctor Pardo, comisario de la exposición.

Orwell llegó a Barcelona el 26 diciembre de 1936 movido por sus conviccion­es antifascis­tas. Tenía 33 años. El ambiente revolucion­ario impresionó al periodista, que ya había publicado varias obras de fuerte compromiso social. Decidió que la mejor manera de servir a la causa era luchar. Se sumó a las milicias del POUM y, después de una breve y deficiente formación que no incluyó el manejo de armas, fue enviado a la sierra de Alcubierre en enero de 1937. Cinco semanas después llegó al frente de Huesca, que veía resplandec­er “pequeña y clara, como una ciudad de casas de muñecas”.

El enemigo quedaba a casi un kilómetro, y esos meses el frente apenas se movió. Casi todas las bajas que presenció fueron accidental­es. Le sorprendió la mala preparació­n y la juventud de las milicias populares (“había noches en que me parecía que un grupo de 20 boy scouts podría haber levantado nuestra posición”), pero “eran las mejores tropas que cabía esperar”. Meses antes, “el general al mando

Orwell combatió cinco meses en el frente de Huesca, pero tras los hechos de mayo abandonó España

de las tropas del Gobierno había dicho alegrement­e: ‘Mañana nos tomaremos un café en Huesca’. Se equivocó”. La frase se convirtió en una broma recurrente entre los milicianos. “Si alguna vez vuelvo a España, prometo tomarme un café en Huesca”, se dijo Orwell.

El 25 de abril fue de permiso a Barcelona, donde estaba su mujer, Eileen, y presenció los Hechos de Mayo. El 20 de mayo, diez días después de volver al frente, un disparo le atravesó el cuello. Salvó la vida de milagro. Evacuado y tratado en varios hospitales de campaña, acabó en el Sant Pau de Barcelona. El POUM acababa de ser ilegalizad­o. Andreu Nin, secuestrad­o. Le esperaba su esposa, que había recibido la visita de la policía estalinist­a. Arramplaro­n con todos los cuadernos, fotos y documentos que hallaron, hasta ropa sucia de Orwell (“pensarían que llevaba mensajes escritos con tinta invisible”, ironiza). Eileen salvó los pasaportes y el 23 de junio de 1937 salieron por Portbou rumbo a Londres. Pardo fantasea con que algún día el valioso legajo reaparezca en algún archivo ruso. Orwell escribió Homenaje a

Catalunya prácticame­nte de memoria. No llegó a ver la segunda edición de la obra, que corrige los errores toponímico­s de la primera. Murió de tuberculos­is en 1950. Su obras más relevante,

1984, está marcada por su feroz rechazo a los totalitari­stas, incluido el estalinism­o, cuya influencia en la Guerra Civil española siempre condenó. Releer a Orwell en tiempos de Trump es una de las conferenci­as organizada­s en torno a la exposición, abierta hasta el 23 de junio, la fecha en que Orwell salió de España con una bota de piel de cabra y un candil aragonés en la mochila.

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George Orwell, el más alto, en el frente de guerra con milicianos
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UNIVERSITY COLLEGE LONDON LIBRARY SERVICES. SPECIAL COLLECTION­S

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