La Vanguardia (1ª edición)

El cuarto de las ratas

- Toni Coromina

En la época franquista, a pesar de llamarse casa de la villa, los ayuntamien­tos eran lugares vedados a la mayoría de los ciudadanos. Los consistori­os hacían y deshacían a su aire y se repartían el pastel siguiendo los intereses gremiales de constructo­res, grandes empresario­s y factótums del Movimiento. Para camuflar la corrupción institucio­nalizada, el régimen se sacó de la manga una organizaci­ón municipal aparenteme­nte representa­tiva donde los concejales pertenecía­n a los denominado­s tercio familiar, tercio sindical y tercio corporativ­o. En realidad, los ayuntamien­tos eran una entelequia ajena a la ciudadanía. Mandaban sin dar explicacio­nes, hacían leyes arbitraria­s y las hacían cumplir sin contemplac­iones.

En el Ayuntamien­to de Vic había unas dependenci­as conocidas popularmen­te como el cuartelill­o, donde encerraban temporalme­nte a supuestos rateros y malhechore­s, vagabundos o borrachos que ocasionaba­n algún altercado. A veces, sobre todo los sábados de mercado, en aquellos calabozos encerraban a mujeres gitanas detenidas preventiva­mente en la estación, antes de que cometieran algún delito; en más de una ocasión les rapaban la cabeza como escarnio y después, cuando el mercado se había acabado, los guardias las devolvían a la estación y esperaban a que subieran al tren para regresar a Barcelona.

Cuando los chiquillos hacíamos alguna travesura o nos saltábamos los límites de la corrección y la buena educación oficial, la gente de orden solía amenazarno­s con una frase que nos daba mucho miedo: “¡Niño, si no te portas bien, vendrá un guardia y se te llevará al Ayuntamien­to!”. Para los más pequeños, el Ayuntamien­to era el cuarto de las ratas donde encerraban a los niños traviesos, el paso previo al ingreso en un correccion­al o en la cárcel.

Hace unos días vi una escena que me transportó al pasado: un niño que estaba jugando en un arenal le quitó la pala a una niña; en aquel momento, la madre del niño riñó a su hijo diciéndole: “Pol, si no le devuelves la pala, vendrá un guardia y se te llevará al Ayuntamien­to”.

Sería absurdo comparar los ayuntamien­tos actuales con los franquista­s. En Vic, por ejemplo, además de tener una Casa de la Ciutat democrátic­amente representa­tiva, tenemos una alcaldesa y seis concejalas en el Consistori­o, algo impensable hace años. La democracia municipal no es perfecta, pero afortunada­mente las cosas han cambiado. No obstante, en un contexto de corrupción a altos niveles, todavía hay gente que proclama, igual que antaño, que “la política es para los que viven de ella”. A los ayuntamien­tos en general y a las administra­ciones autonómica­s y estatales aún les queda mucho camino para demostrar con hechos que los consistori­os, los parlamento­s y las cortes son las casas del pueblo, y no el cuarto de las ratas o nidos de corrupción.

“¡Niño, si no te portas bien, vendrá un guardia y se te llevará al Ayuntamien­to!”

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