Arte apátrida en la Bienal de Venecia
La 57.ª edición de la Bienal se solidariza con refugiados y emigrantes
En el pabellón español de la 57.ª Bienal de Venecia ondea una bandera apátrida. Si en la edición del 2003 Santiago Sierra levantaba simbólicamente una frontera y negaba el acceso al edificio a todo aquel que no tuviera pasaporte español, cuestionando así el sentido mismo de representación nacional, Jordi Colomer ha ido más allá y lo ha transformado en un espacio alternativo, un pabellón apátrida, sin nación, donde los nómadas que estos días atraviesan de punta a punta los Giardini –una comunidad flotante de comisarios, coleccionistas, galeristas y críticos deambulando frenéticamente de pabellón en pabellón en busca de emociones fugaces– son invitados a formar parte de algo nuevo que aún está por venir y que tiene que ver con la acción colectiva como vía para afectar la realidad: “¡Únete! Join us!”.
La instalación concebida por Jordi Colomer en colaboración con el comisario Manuel Segade se organiza a modo de plaza central rodeada de gradas desde las que el visitante puede sentarse a contemplar maquetas amontonadas de hoteles y bloques de viviendas de la costa Mediterránea. Un símbolo de la “modernidad vernacular española”, según Segade, que tiene su contrapartida en una serie de vídeos, microrrelatos poéticos que hablan de desplazamientos y acciones comunitarias comandados por tres mujeres (la actriz Laura Weissmahr, la compositora y cantante Lydia Lunch y la bailarina Anita Deb) e invitan a reinventar el mundo o imaginar mundos alternativos desde escenarios heridos o fallidos como la Superilla del Poblenou, el viejo Autódromo de Terramar de Sant Pere de Ribes, un parking de caravanas en el Empordà, Atenas o Nasville.
El de España no es el único pabellón apátrida o que cuestiona el concepto de nación en la Bienal, también lo es el de Túnez, donde el visitante tiene la posibilidad de conseguir esa condición con su huella digital. El de Canadá hace aguas por todas partes y ahuyenta con un gran géiser diseñado por Geoffrey Farmer; Claudia Fortes, la representante argentina realiza una lectura radical del mito fundacional de la nación con la figura monumental de un caballo y una niña; e incluso el representante de Estados Unidos, el pintor y escultor abstracto Mark Bradford ha expresado su dificultad de estar aquí representando un país cuyo nuevo gobierno de Trump ya no le representa a él en tanto que artista afroamericano, gay y defensor de las minorías. Impotente ante una nueva realidad, como el joven de su vídeo que camina sin cesar sin llegar nunca a moverse del mismo sitio. Mientras permanezca en ese lugar se ha unido a una cooperativa local veneciana (Rio Terà dei Pensieri) para colaborar con un proyecto comunitario para la reinserción social de presos.
“Los artistas tienen una responsabilidad: pueden adivinar, mejor que otros, la dirección que está tomando el mundo. Por lo tanto, su papel ha de ser central”. Así resumía Christine Macel la exposición general de la 57.ª Bienal de Venecia, Viva Arte Viva, que se reparte
PABELLÓN ESPAÑOL Es un símbolo de la “modernidad vernacular española”, según su comisario PABELLÓN DE ESTADOS UNIDOS Mark Bradford expresa su dificultad de representar a su país al ser afroamericano y gay
entre el Arsenale y los Giardini y que tras una edición, la de Okwui Enwezo, en la que predominaba una visión terriblemente pesimista del mundo, parece haber querido dar un respiro para la contemplación y el deleite estético. La conservadora del Pompidou ha escogido 120 artistas, desplazando el centro de gravedad occidental a África, América Latina, Oriente Medio, y poniendo el foco en artistas jóvenes o en aquellos otros que desaparecieron muy pronto de la escena y merecen ser redescubiertos.
Hay algo admirable e incluso heroico en la exposición de Macel por su creencia en los artistas y su creencia en el poder transformador del arte. Más allá de sus nombres –aquí no figura el equipo habitual en la bienales– o el lugar que ocupen en los museos. Viva Arte Viva, que se abrirá el sábado al público general (hasta el 26 de noviembre) se despliega orgánicamente en una secuencia de pabellones como si se tratara de los capítulos de un libro: el de los artistas y los libros, el de lo compartido, el de la tierra, el de las tradiciones, el dionisíaco, el de los chamanes... Aquí en la exposición general abundan las propuestas participativas, como la del taiwanés Lee Miingwei, al que el público cede prendas de ropa que él va uniendo con hilos de colores a las paredes o la de David Medalla, que deja al visitante el hilo las agujas para que vaya realizando la obra a medida que transcurre la Bienal. Cerca de ellos Antoni Miralda, Joan Rabascall, Dorothée Selz y Jaume Xifra reactivan los Ceremonials que realizaron entre 1969 y 1971 y filmados por Benet Rossell. La presencia catalana se completa con una serie de tapices de Teresa Lanceta.
Hay instalaciones potentes de Gabriel Orozco y performances de Ernesto Neto, pero acaso uno de los mejores momentos es la propuesta del danés Olafur Eliasson, que en el centro del espacio ha montado un taller con refugiados e inmigrantes en Venecia, que construyen bolsas y lámparas de luz mientras un grupo de abogados les proporciona asesoramiento legal.
Y el más provocador, el cineasta y escritor John Waters, que juega a niño malo con una serie de inofensivas esculturas en las que impele al público a que estudie arte. Y a continuación el director de Flamingos y Hairspray, por si a alguien le queda alguna duda, le ofrece unas razones para hacerlo: “por diversión o fama”, “por lucro o pasatiempo”, “por crianza o recompensa”, “por orgullo o poder” o “por despecho”.
ARTE PARTICIPATIVO Lee Miingwei pide prendas de ropa que él une con hilos de colores a las paredes REFUGIADOS El danés Olafur Eliasson ha montado un taller con refugiados e inmigrantes