“Los ciudadanos deben decidir ya qué futuro quieren para la UE”
Explicar lo que hace el Parlamento Europeo no es tarea sencilla. Jaume Duch Guillot (Barcelona, 1962) lo viene haciendo desde hace 27 años, primero como consejero de prensa y portavoz de la presidencia; a partir del 2006, como portavoz de la institución, y ahora, tras su reciente nombramiento, también como director general de Comunicación de la Eurocámara. En este momento difícil para la Unión Europea, el mensaje de Duch es claro: es hora de que la Unión decida de una vez por todas hacia dónde va, y la decisión no la toman unos señores que se reúnen en Bruselas sino los ciudadanos que los eligen en los comicios nacionales y europeos.
La Eurocámara toma decisiones cada vez más importantes. Pero el desapego ciudadano también crece. ¿A qué lo atribuye?
Hay desafección. Vivimos un momento algo esquizofrénico: la UE ya es lo suficientemente potente como para hacerse bien visible pero aún no lo bastante ni con tantas competencias como para dar a los ciudadanos lo que esperan de ella. Eso, en años de crisis, repercute negativamente en las instituciones y en el proyecto. Europa se convierte en el chivo expiatorio: cuando los políticos nacionales toman una decisión positiva se la atribuyen aunque provenga de la UE, y cuando es negativa echan la culpa a Bruselas, a la que se tiende a mitificar como si fuera un ente o una nube.
¿Y Bruselas somos todos, quiere decir?
Los que deciden en Bruselas son representantes elegidos por los ciudadanos, no sólo en las elecciones europeas sino en las nacionales. Es crucial a quién se vota en cada país. En España no se discute la pertenencia a la Unión, pero en Polonia hay un partido que la defiende y otro que no. Y en Francia, uno de los elementos que diferenciaron a los candidatos a presidente fue ese. Lo que voten los 500 millones de ciudadanos de la UE en sus propias elecciones es lo que determina que Europa avance o retroceda.
Para muchos, el proyecto europeo atraviesa su peor momento: Brexit, crisis del euro, populismos, retroceso en valores, parálisis de la unión política... Convénzanos de que esto no va fatal.
No creo que la UE vaya fatal, pero sí que ha llegado el momento de que los ciudadanos decidan qué futuro quieren para ella. Ni más ni menos. Sufrimos no sólo la crisis económica del 2008 sino sus efectos: populismos, miedo a la globalización, perplejidad de la gente al ver que sus hijos vivirán probablemente peor que ellos, lo que no había sucedido en las últimas generaciones. Eso provoca desconfianza y ansia de protección, y esta se busca en lo pequeño, lo nacional, lo cercano.
¿La receta es más Europa?
Es la mía y de la Eurocámara: más Europa en aquello en que la UE puede marcar la diferencia. Los sondeos son claros. Si preguntas a la gente si quiere más UE en términos de integración o federación, la mayoría no sabe qué contestar. Pero si preguntas si quieren que la UE haga más en terrorismo, control de la inmigración, protección del medio, acceso a la energía, relaciones exteriores, derechos…, entonces la respuesta es que sí en un 80% de casos y en todos los países socios. Hay que completar una UE con capacidad para actuar en todas estas materias.
¿Los medios juegan a favor de la UE o en contra?
Va por países. En aquellos donde los medios hacen mejor su trabajo, el ciudadano entiende mejor la conexión entre política nacional y europea. Pero en otros países la agenda va en la dirección contraria. Si el año pasado un 52% de los británicos decidieron irse de la UE, fue entre otras razones porque, por decenios,
“Los resultados en Francia, Austria y Holanda indican que los populismos han tocado su techo” “Hay perplejidad de la gente al ver que probablemente sus hijos vivirán peor que ellos”
gran parte de esa población no tuvo fácil acceso a la información rigurosa de lo que es y lo que no es la UE.
¿Ha chocado con la prensa británica?
A veces uno tiene que llamar por teléfono a las redacciones en Londres para desmentir informaciones falsas. Y más de un corresponsal británico se me ha disculpado por tener que escribir lo que le pedían en Londres, y no acababan de explicar lo que estaba pasando Bruselas. Hablo de medios serios que en otros temas mantienen el rigor, pero en los de la UE siguen una línea muy ideologizada.
¿Los gobiernos de los estados socios creen lo bastante en la UE?
No sé si creen más o menos que antes, pero empiezan a ser más dinámicos a la hora de reivindicar la UE. Quizá como reflejo de la preocupación por el auge de los populismos, el Brexit, la crisis, la posible marcha atrás o quién sabe si la desintegración de la UE, a la mayor parte de los políticos proeuropeos les ha sonado la alarma. Y de unos meses a esta parte veo a muchos más dirigentes nacionales hablando de ella, y además bien. Hay una reacción.
¿Ve peligro de desintegración?
Hay peligro de marcha atrás. Pero insisto: vivimos en una sociedad democrática. Lo que pase en la UE depende de la gente. Si los ciudadanos quieren más Europa, la tendrán. Y si desean volver al refugio idílico aunque probablemente ilusorio de las fronteras nacionales, eso habrá. Vemos ciertas tendencias en este último sentido, pero soy optimista. Ahí están los últimos resultados en Francia, Austria y Holanda. Indican que en el 2016 tocamos fondo y en el 2017 volvemos a recuperar.
Pero el Reino Unido se va. La UE es ahora menos fuerte. ¿Hasta qué punto se temen los efectos?
El Brexit es mala noticia para todos, pero básicamente para los británicos. Aunque quizá no son aún del todo conscientes de ello. No se deben minimizar los efectos negativos para la UE, pero lo cierto es que empiezan a verse cosas positivas a consecuencia del Brexit. Me refiero a la sólida unidad de los 27 frente al Reino Unido, a opiniones públicas que se toman la UE más en serio; a gobiernos que reivindican de manera mucho más audible las ventajas de pertenecer al club; ciudadanos que empiezan a manifestarse en muchas ciudades europeas enarbolando la bandera europea...
¿Se refiere a Pulse of Europe?
Sí, y a que cada vez vuelven a verse más partidos que reivindican la UE; gente que utiliza más y más su bandera para reclamar libertades y derechos, dentro y también fuera, como es el caso de Ucrania.
Los europeístas se han puesto las pilas, entonces.
Si, puede decirse así.
¿El resultado de las presidenciales francesas es un reflejo?
Ciertamente. Por primera vez el tema europeo ha sido un elemento importante del debate entre candidatos. Y, en la recta final, una mayoría de franceses eligieron a quien enarbolaba la bandera europea y no a quien proponía como elemento principal de su programa el repliegue a las fronteras nacionales.
Pero el porcentaje de voto a Marine Le Pen es altísimo.
Lo es. Por eso el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, insiste en que ahora corresponde centrarse en las preocupaciones que motivaron una parte de esos once millones de votos y aportar soluciones a los problemas graves y reales que conducen a abrazar programas extremistas y demagógicos.
¿Qué pide a los dirigentes para que vendan mejor la UE?
Cuando ves lo ocurrido con el Brexit y las elecciones en Estados Unidos, entiendes que, sobre todo en un momento en que la gente vive preocupada, debes ser capaz de añadir emotividad a tus razones.
¿Eso en que se traduce?
En algún momento alguien tiene que ser capaz de decir: me siento orgulloso de ser europeo y pertenecer a la UE, el espacio más democrático del mundo, con el modelo social más justo y donde mejor se respetan los derechos. Claro que es perfectible y que estos años están siendo duros. Pero me cuesta mucho imaginarme qué me gustaría ser si no pudiera ser europeo.
¿La corrupción ha dañado la imagen de España en Europa?
Cada país vive lo suyo en este terreno y eso del norte puro y el sur ligero no se ajusta mucho a la realidad. Lo que dañaría nuestra credibilidad es que la corrupción quedase sin castigo, pero no es así, pues la justicia, más lenta o más rápida, funciona.
¿El debate sobre el referéndum catalán preocupa en las instituciones de Bruselas?
El tema no está en la agenda de esas instituciones porque nadie piensa que un gobierno de una parte del territorio europeo vaya a tomar decisiones que rompan la legalidad nacional y por tanto de la UE.