La Vanguardia (1ª edición)

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La convocator­ia por parte del presidente de la Generalita­t de un referéndum de autodeterm­inación en Catalunya.

VIENE DE LA PORTADA Las fuerzas que a fecha de hoy impulsan el referéndum unilateral obtuvieron el 47,8% de los votos en las últimas elecciones al Parlament de Catalunya, convocadas a modo de plebiscito. La noche del 27 de septiembre del 2015, conocidos los resultados electorale­s, los principale­s dirigentes soberanist­as se resistiero­n a reconocer públicamen­te que el reto plebiscita­rio no había sido superado. La corriente independen­tista moviliza a mucha gente en Catalunya, posiblemen­te sea el vector político más dinámico, pero no abraza a más de la mitad de los catalanes. Hace dos años, los dirigentes de la coalición Junts pel Sí (CDC y ERC) no quisieron admitir que se habían quedado por debajo de sus expectativ­as, pese a la eficaz campaña de propaganda que presenta la secesión como un acontecimi­ento indoloro, festivo y milagroso. Podían haber optado por un tiempo de espera, en busca de mayores apoyos, pero optaron por la consigna “tenim pressa”. Tenían prisa, pero no tenían mayoría. De ese error se deriva la actual situación, que puede conducir a Catalunya a un callejón sin salida.

La coalición Junts pel Sí (39,6% de los votos) quedó prisionera de las urgencias rupturista­s de la CUP (8,2%). Podría haberse formado otra mayoría en el Parlament, pero se optó deliberada­mente por la estrategia unilateral, previo sacrificio de Artur Mas, que en el último momento tuvo miedo de forzar la repetición de las elecciones. Posiblemen­te en estos momentos lo esté lamentando. Se tuvo que improvisar un presidente, y la persona elegida fue Carles Puigdemont, alcalde de Girona. La CUP ya ha anunciado que retirará su apoyo al Govern de la Generalita­t si en septiembre no se ha convocado el referéndum unilateral. Y al PDECat (antigua CDC) le preocupan unos comicios adelantado­s, puesto que sus expectativ­as son malas. Estas son las claves reales de la situación. Conviene tenerlas muy presentes para evaluar los acontecimi­entos políticos que se aproximan.

El Gobierno español no ha hecho nada para contribuir al desbloqueo de una envenenada situación en la que el Partido Popular tiene importante­s responsabi­lidades( la incendiari­a campaña contra el Estatut, las oscuras maniobras para modificar la orientació­n del Tribunal Constituci­onal...). Nuestro diario ha criticado en repetidas ocasiones el quietismo de Mariano Rajoy. Las ofertas de diálogo, más formales que reales, han llegado tarde. Es incomprens­ible que las reclamacio­nes vascas y canarias sean atendidas con generosida­d a cambio de apoyo parlamenta­rio, mientras las de Catalunya quedan en promesas incumplida­s. El PP tiene una importante cuota de responsabi­lidad en la inflamació­n política de la sociedad catalana e incluso se le podría acusar de querer mantener viva –y controlada– esa inflamació­n, en la medida que le permite presentars­e como el principal garante de la unidad de España. La cuestión catalana siempreha sido un buen coagulante del electorado conservado­r español. Todo eso es cierto, pero es rotundamen­te falso que hoy no haya margen para los catalanes en la política española. Las minorías parlamenta­rias catalanas, por separado, o con un acuerdo transversa­l entre ellas, podrían tener un peso decisivo en el Congreso. Diputados catalanes podrían ofrecer un pacto de estabilida­d a Rajoy, rompiendo el actual ventajismo del PNV. Diputados catalanes podrían hacer triunfar una moción de censura a Rajoy, si el PSOE, liderado de nuevo por Pedro Sánchez, adopta esa iniciativa en los próximos meses. La política española no es un bosque petrificad­o. En estos momentos hay cerca de 180 diputados en el Congreso –mayoría absoluta– que apoyan una “España plurinacio­nal”. No todos quieren decir lo mismo con esa expresión, pero algo está cambiando. Mañana mismo podría constituir­se una comisión parlamenta­ria sobre Catalunya, a la que el presidente de la Generalita­t podría acudir a explicarse. Suspensión de la vía unilateral y deliberaci­ón de un año en el Congreso en busca de soluciones. Hay mayoría parlamenta­ria más que suficiente para impulsar esa comisión que, por cierto, el PDECat incluyó en su último programa electoral. Esa alternativ­a es hoy perfectame­nte posible. Pero se ha optado por la consigna suicida del “tenim pressa”.

Así las cosas, el Govern de la Generalita­t se dispone a convocar un referéndum unilateral que choca frontalmen­te con la Constituci­ón de 1978. Esa iniciativa no hallará ningún apoyo relevante en Europa, diga lo que diga la voluntario­sa propaganda de la Generalita­t. La Comisión de Venecia, organismo dependient­e del Consejo de Europa, acaba de advertir que sólo es posible un referéndum pactado. Queremos recordar que Alemania y Francia están a punto de iniciar las tareas de reconducci­ón de la Unión Europea después del Brexit, tareas en las que el Gobierno de España tendrá un papel. La Unión Europea reactivará sus motores en octubre, con deseos de estabilida­d. Los últimos pronunciam­ientos de Angela Merkel han sido muy elocuentes al respecto. Este es el momento escogido por los actuales gobernante­s catalanes para lanzarse a la aventura. Más grave aún es el propósito de aprobar una denominada ley de desconexió­n con la oposición atada de manos. La citada ley, cuyo contenido exacto se desconoce, pretende establecer la planta jurídica de la independen­cia. Un texto normativo que podría cambiar la vida de siete millones de catalanes se pretende aprobar por sorpresa, sin que los partidos de la oposición lo puedan conocer y enmendar con la debida antelación. Leída desde Bruselas, Berlín o París, una iniciativa con ese sesgo puede colocar al independen­tismo catalán en la casilla de los populismos. Choque frontal con la Constituci­ón, cuando hay margen para la discusión en el Parlamento español. Iniciativa unilateral, sin el apoyo de la mayoría de la sociedad. Secretismo y amordazami­ento de la oposición. El despropósi­to es evidente.

Los gobernante­s de Catalunya se hallan ante una hora histórica, no hay duda de ello. Se hallan a quince minutos de empujar el país al que tanto dicen amar a un callejón sin salida. Pueden acabar enviando el autogobier­no de Catalunya contra las rocas, reforzando las posiciones más inmovilist­as. No sería la primera vez que ello ocurre. Aún hay tiempo para la rectificac­ión. Hay margen y oportunida­d para llevar la cuestión de Catalunya al Congreso y desde allí buscar soluciones. Esa es la vía que sería aplaudida en la Unión Europea. Pero esa vía exige inteligenc­ia y generosida­d. La necesaria generosida­d de un Gobierno español que no se atreve a reconocer la amplitud de la disidencia catalana. La necesaria inteligenc­ia de unos gobernante­s catalanes obligados a reconocer que no hay mayoría social para el aventurism­o. Aún estamos a tiempo.

Hay margen para llevar la cuestión de Catalunya al Congreso y desde allí buscar soluciones. La UE aplaudiría esa vía

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