La Vanguardia (1ª edición)

El mosquito, ángel del desamor

- Joaquín Luna

Cuentan las víctimas que hay muchos mosquitos estos días y atacan al hombre, como los carlistas, pero sin juramento ni confesión previa. Uno guarda las distancias porque ni ellos me pican ni yo los mato, pero esto, lejos de ser un pacto, es una tragedia: los mosquitos unen a las parejas, pero también las separan.

Ni en islas de Filipinas ni en Matalascañ­as he sido atacado por mosquitos, a diferencia de algunas acompañant­es. He aquí el drama: ¿por qué a mí no me pican y a ellas sí, sin repartir unos ataques que crearían un vínculo de solidarida­d?

¡Ya podrían estos bichos aguijonear­me –pero poco– cuando voy un fin de semana a la costa con una señora en lugar de ignorarme! ¿Acaso no les gusto por amojamado? ¿Qué tiene de malo mi sangre? ¿No podrían disimular y castigarme lo justo para que las mujeres no desconfien de uno? –¡Qué suerte tienes! Eso dicen las víctimas cuando se levantan de una mesa al aire libre o al despertar en un hotelito y constatar que los mosquitos han pasado de mí, pero no de ellas. ¿Y uno qué culpa tiene? Eso digo yo, pero las cosas no son como uno las escribe sino como las vive, y he constatado que esperaban más del que firma, no sé, alguna picadura solidaria como muestra de amor, generosida­d y desprendim­iento. ¡La pareja es compartir!

El caso es que no gusto a los mosquitos, y eso me convierte en una persona defectuosa a ojos de la mujer aguijonead­a. Con las horas, las mañanas y los días, el tono muda, y esta inmunidad no parlamenta­ria es equiparada a un augurio: sólo un hombre muy egoísta no se deja atacar por los mosquitos y permite que mortifique­n a la mujer que tiene a su lado, cuyo cuerpo, además, está más cuidado.

Los mosquitos son los ángeles del desamor y los envía alguien con mala uva cada verano para que algunas parejas discutan y la pasión se enfríe.

–¡Cómo te van a picar a ti, con lo caradura/flaco/egoísta que eres!

Esto me dirían con el tiempo y el matrimonio, el tiempo implacable que aleja el sentimenta­lismo de las primeras noches cuando uno –bueno, exagero un poco– sería capaz de recibir a los mosquitos a portagayol­a o al modo de esos escudos humanos pacifistas que van a todas las guerras antes de su comienzo para inmolarse y salir guapos en La Sexta.

Por culpa de los mosquitos, no encuentro pareja que quiera compartir el verano. Ya puede uno asegurar, sin el aval de huella carnal alguna, que “ojalá me atacasen a mí y no a ti”. –¿Serás cínico? ¡Qué huevos tienes! ¿Qué hombre de bien no está dispuesto a ofrecer su cuerpo –huevos incluidos– y su sangre a los mosquitos para salvar del martirio a la esposa, la cuñada o la suegra? Yo, como usted, sería el primero, pero no hay manera porque son insectos maléficos que desprestig­ian el verano.

Los mosquitos unen o separan a las parejas, sobre todo si se ceban en ella y pasan del todo de ti

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