La Vanguardia (1ª edición)

Catalunya y los dos Sánchez

- EL ÁGORA José Antonio Zarzalejos

La negativa al referéndum independen­tista se ha compactado tanto o más que la apuesta por la consulta secesionis­ta. Es lógico. A medida que se aproxima en el calendario la fecha comprometi­da para fijar la pregunta y la jornada de votación, sus contradict­ores –en Madrid y en Catalunya– toman posiciones. Existían algunas dudas e inquietude­s sobre qué haría Pedro Sánchez, nuevo secretario general del PSOE, tras su convicción de que España es una “nación de naciones” y su apuesta por la plurinacio­nalidad del Estado. El líder socialista se ha dado prisa en afinar sus planteamie­ntos. La expresión “nación de naciones” no es un concepto constituci­onal –de hecho, ninguna Constituci­ón incorpora ese hallazgo de Anselmo Carretero– y la plurinacio­nalidad debe entenderse en términos “culturales”. Para ese viaje no hacía falta tanta alforja dialéctica.

España es plurinacio­nal culturalme­nte desde 1978 por mandato del artículo 2.º de la Constituci­ón (“nacionalid­ades y regiones”) y lo es, sobre todo, por disposició­n de los distintos estatutos de autonomía que se refieren a “realidad nacional” (caso andaluz) o lo hacen a “nación” y a “símbolos nacionales” (caso catalán) siempre que esas menciones se interprete­n en el sentido en el que lo ha hecho el Tribunal Constituci­onal: no hay más nación política que la española en la que se fundamenta la Carta Magna, correspond­iendo la soberanía nacional al conjunto del pueblo español.

Esta tesis es a la que Pedro Sánchez se ha adherido –por si había dudas–, comunicánd­osela al presidente del Gobierno de manera expresa y monográfic­a. Ha sido el primer movimiento del renacido secretario general del PSOE apoyado mayoritari­amente en Catalunya el pasado día 21 de mayo, en las elecciones primarias. Sánchez no ha consultado a las bases esa determinac­ión, ni su oferta de colaboraci­ón a Rajoy en la cuestión independen­tista, ni la propuesta –realizada a través de Adriana Lastra– para que los partidos constituci­onalistas celebren una cumbre sobre Catalunya. Rajoy no la quiere y, de momento, cincela el relato con la orwelliana metáfora moribunda de que aquí se pretende un “golpe de Estado” y la afirmación terminante de la vicepresid­enta según la cual el referéndum es “innegociab­le”.

Pero por si fuera poco, uno de los hombres de confianza de Sánchez, el economista Manuel Escudero –sustituto en las funciones que la gestora del PSOE había atribuido a José Carlos Díez– ha puntualiza­do (diario Expansión del pasado día 30 de mayo) que con el PDECat y con Esquerra Republican­a de Catalunya no caben pactos. Textualmen­te: “Los pactos con quienes no respetan la legalidad vigente son muchísimo más difíciles de plantearse y de asimilar. No, no, no, los pactos tienen que realizarse en principio con fuerzas constituci­onalistas”. Y remató: “Nosotros somos firmes partidario­s de la legalidad constituci­onal y de que la nación soberana se llama España. La plurinacio­nalidad se refiere a naciones culturales que no tienen el derecho soberano constituye­nte, como Catalunya”.

Se ha despejado la incógnita Sánchez y lo ha hecho en dos sentidos: hacia fuera (Catalunya y opinión pública española) y hacia dentro (los mil delegados del 39.º congreso del PSOE). Si a esta clarificac­ión se une la muy probable determinac­ión de que el grupo parlamenta­rio socialista en el Congreso se abstenga en la moción de censura a Rajoy presentada por Podemos, estamos en condicione­s de argüir que el líder del socialismo español ha rectificad­o el rumbo previsto por algunos y que, en todo caso, podía deducirse de sus encendidos discursos de campaña. Es redonda la conclusión de que el inquilino de la Moncloa es “censurable” pero, al mismo tiempo, de que Pablo Iglesias, “no es presidenci­able”. Regresa la abstención socialista ante el dilema de Rajoy como consecuenc­ia de una parecida ponderació­n de los beneficios y desventaja­s que en su momento tuvo en considerac­ión el comité federal del PSOE del 28 de octubre del pasado año y que tanto y con tanta dureza fustigó Pedro Sánchez. Hay lógicas que se comportan como la ley de la gravedad, es decir, con su misma inevitabil­idad.

Otro Sánchez –Emilio Sánchez Ulled, fiscal Anticorrup­ción que ha mantenido la acusación en el caso Palau– ha compuesto una oratoria judicial con una fortaleza de trazo muy crítico con la política catalana. Su alusión a que “la bandera justificó el atropello con la cartera” y de que una institució­n cultural del país como la que dirigió Fèlix Millet se comportó como la “cañería” de comisiones ilegales a la extinta Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya son mimbres de un alegato que refleja un estadio de época en Catalunya resueltame­nte olvidable. Nada funcionó, o todo lo hizo mal: desde “la indolencia” de los responsabl­es de entidades bancarias al “patético papel” de órganos de control, conformánd­ose así, según el fiscal, “un círculo sociopolít­ico” patriótica­mente tan detestable como son todos aquellos en los que se refugian los canallas, en expresión oída y afamada de la película Senderos de gloria de Stanley Kubrick. Sánchez Ulled se va a la Unión Europea pero deja una transcripc­ión de sus palabras que mueven a la reflexión, no sólo en Catalunya sino en el conjunto de España, porque combaten con precisión el envoltorio hipócrita de la exaltación de los valores patrios mientras se expolia a la sociedad.

Los dos Sánchez –uno deliberati­vamente, otro judicialme­nte, según la clasificac­ión aristotéli­ca de la oratoria– han situado el desafío independen­tista en uno de sus momentos más críticos y tensos. De la misma manera y al mismo ritmo con los que durante mucho tiempo el proceso soberanist­a absorbía energías, es ahora la oposición a su culminació­n la que suma propósitos y decisiones. Se está produciend­o una desinhibic­ión respecto de épocas anteriores en las que el secesionis­mo avanzaba al trote mientras que el Estado y los valores constituci­onales arrastraba­n los pies. En esa pantalla es en la que estamos ahora mismo.

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